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Con nuestras palabras, suspiros e incluso respiración generamos un ambiente con el que compartimos un poco de nosotros con los demás. No se trata de una reflexión humanista, sino de una realidad bioquímica. Más allá del ritual de gestos, tonos y miradas, durante la comunicación cotidiana también se despliega un impresionante (e invisible) escenario donde bailan, flotan y se proyectan partículas.
El doctor Alejandro Sánchez, del Instituto de Biotecnología de la UNAM, explica cómo cuando tosemos o estornudamos la saliva sale proyectada a mayor velocidad, pero simplemente al respirar generamos vapor de agua donde pueden ir contenidas partículas virales. Eventualmente, este material se precipita al suelo por la acción de la gravedad, donde se desactiva por características como la temperatura y radiación. Las gotas más grandes y pesadas caen con mayor rapidez y se proyectan a una distancia de entre 1.5 y 2 metros, razón por la cual se estableció el límite mínimo de sana distancia con esa medida; sin embargo, casi desde el principio de la pandemia, muchos investigadores cuestionaban el papel de los aerosoles, los núcleos de gotículas menores a cinco micras que por su ligereza se mantienen en el aire durante más tiempo y pueden atravesar distancias más largas.
Durante meses, la OMS rechazó firmemente la idea de que pudiera existir la posibilidad de que el nuevo coronavirus se transmita por aerosoles que pueden acumularse en lugares con poca ventilación. Para la agencia internacional, el virus se transmitía principalmente por las gotas más grandes que viajan a distancias relativamente cortas; sin embargo, ante la presión de más de 200 científicos de todo el mundo, hace poco la institución suavizó su postura y está haciendo una revisión para emitir nuevas pautas sobre los aerosoles.
Una de las primeras en cuestionar los lineamientos anteriores fue Kimberly Prather, una científica de aerosoles de la Universidad de California en San Diego. Para ella, las pruebas demostraban que el virus se estaba transmitiendo de una manera diferente a la que las autoridades de salud habían asumido y ante la titubeante postura que la OMS tuvo en un principio sobre el uso de cubrebocas, Prather apelaba por su uso aún en espacios cerrados.
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¿Tu cabeza en mi hombro?
El SARS-CoV-2 viaja suspendido en gotas de saliva que contienen cientos o miles de partículas virales que al ser respiradas y entrar en contacto con las mucosas podrían provocar una infección. El doctor Sánchez señala que los aerosoles dependen mucho de la temperatura y el microambiente que se genera en un espacio. Explica que un factor muy importante es la humedad, mientras haya más, las gotas permanecen a un estado más grande y se precipitan más rápido por el peso. En un ambiente seco, las gotas se atomizan y tardan en caer al suelo.
“Imaginemos que los aerosoles permanecen en un ambiente cerrado donde no hay ventilación y una persona enferma permanece en ese sitio por bastante tiempo. Si estoy platicando durante 20 minutos con una persona que no usa cubrebocas, me puedo infectar con una probabilidad de entre 24% y 50%, aproximadamente”, explica Sánchez y apunta que las posibilidades de contagio bajan al ventilar adecuadamente lugares cerrados y evitando que se aglomere mucha gente en un lugar cerrado. “Si permanezco en un lugar cerrado con una persona enferma, aún sin hablar con ella, al cabo de una hora el ambiente se va a llegar a saturar de tal forma que yo voy a terminar respirando esos aerosoles”, dice.
Físicos, químicos, ingenieros, aerobiólogos y muchos más.
Aunque la OMS sigue recabando datos, ya hay muchos estudios que confirman las teorías sobre el desplazamiento y riesgo de los aerosoles. “Los físicos han hecho evaluaciones exhaustivas de cómo se mueven las partículas mediante tintas especiales y luz ultravioleta que las muestra en la oscuridad para ver cómo se esparcen”. En el estudio “La vida en el aire de pequeñas gotas emitidas por la voz y su importancia potencial en la transmisión de SARS-CoV-2” (Valentyn Stadnytskyi et al), publicado en mayo por la Universidad de Stanford, se usó la dispersión de luz láser para detectar gotas emitidas por voluntarios al hablar. Los autores calcularon que para el SARS-CoV-2, un minuto de hablar en voz alta genera más de mil pequeños aerosoles cargados de virus que permanecen en el aire durante al menos ocho minutos.
Por otra parte, Lidia Morawska, científica de aerosoles que trabaja en la Universidad Tecnológica de Queensland y quien forma parte de los científicos que recientemente publicaron un texto en la revista Clinical Infection Diseases para exigir que se reconozca el potencial de la transmisión aérea, hizo una serie de simulaciones para determinar las causas de un gran número de contagios de un ensayo coral en Seattle al inicio de la pandemia. La conclusión fue que los principales responsables fueron los aerosoles diseminados por el canto, la ventilación inadecuada y una exposición prolongada a este medio. Otros estudios han sugerido que los ambientes interiores pueden ser especialmente riesgosos porque carecen de luz ultravioleta y porque el virus tiende a concentrarse más de lo que lo haría en espacios exteriores.
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Según Sánchez, el uso del aire acondicionado también puede aportar a la ecuación, pues estos sistemas tienden a disminuir la humedad del ambiente con la probabilidad de generar más aerosoles en un ambiente más seco. Por otra parte, los que recirculan el aire o no tienen los filtros y el mantenimiento adecuado, proyectan un aire viciado al ambiente. “Otro factor es que su uso obliga a tener las ventanas cerradas por una cuestión energética”.
Actualmente, 35 expertos de la OMS examinan la evidencia emergente de la trasmisión aérea para desarrollar mejores pautas de ventilación, pero los gobiernos de diferentes países ya incluyen recomendaciones respecto a los contagios en espacios poco ventilados, donde incluso piden que se evite hablar en voz alta o cara a cara. “En espacios exteriores es mucho menos factible que esto pase; solo estando a una distancia imprudente, el microambiente en las emisiones de saliva incrementa el riesgo; pero no es posible pensar que solo usando cubrebocas nos podemos sentar en un restaurante o un bar durante cuatro horas sin riesgo. La probabilidad de infección es alta”, concluye el doctor Alejandro Sánchez y subraya la necesidad de habituarnos a medir los riesgos para realmente aprender a convivir con el virus.