La epidemia del Covid-19 no terminó el 25 de junio de 2020 en CDMX. Los lectores memoriosos recordarán que en la conferencia de prensa del 16 de abril de 2020, en Palacio Nacional, el doctor Hugo López-Gatell presentó una diapositiva de los casos esperados de Covid para el Valle de México, con una leyenda en mayúsculas y negritas: “Fin proyectado de la epidemia: 25 de junio de 2020”. Dijo también que en todo el país la epidemia concluiría el 16 de julio. Sabemos, claro, que no fue así y aquí estamos, todavía toreando al virus SARS-CoV-2 en sus cada vez más ingeniosas variantes.
El modelo “científico” utilizado por López-Gatell era desbordadamente optimista. El día que pregonó como aquel que representaría el pico de la epidemia (8 de mayo de 2020) escribí en estas páginas: “Ningún país del mundo (...) de alta población está proyectando una caída a cero de la curva tan rápido. La curva elaborada por el Instituto Robert Koch en Alemania (...) no disminuye a cero en tres años. Y no lo hace porque no apuestan a los milagros, sino a las vacunas, mismas que están febrilmente desarrollando pero que no pueden ser integradas en una simulación por el simple hecho de que aún no existen”. Ya llegamos a los tres años que mencioné en aquel entonces.
Tratar de solucionar la epidemia con puro voluntarismo gubernamental, con Detentes y otros artilugios milagrosos (el caldo de pollo de Barbosa), o con dosis generosas de Ivermectina (el opio del pueblo), obviamente no funcionó. Ocurrió lo que tenía ocurrir: se dieron varias olas de contagios de diferente intensidad y ya para marzo de 2021 la Encuesta Nacional de Salud reveló, a través de muestras de sangre, que la mitad de los mexicanos ya se habían contagiado por Covid. O sea 66 millones de personas, en lugar de los pocos miles que López-Gatell pronosticaba en abril de 2020.
Sabemos que los contagios comenzaron a bajar en 2021, una vez que aparecieron las vacunas de AstraZeneca, Pfizer, Moderna y otras más. Pero la “vacuna mexicana” se aplicó antes, a través del contagio masivo en el Metro, los autobuses y la cotidianidad de una población con un 50% de empleos informales, o sea, imposibilitada de resguardarse en su home office. Y no es que quiera cargarle la mano al ilustre subsecretario de Salud, pero eso fue lo que él mismo pregonaba, la inmunidad de rebaño de la población. Por eso llego a afirmar que era mejor que se contagiaran 100 niños que uno, o que era mejor que el Presidente de una vez contrajera la enfermedad.
Hoy sabemos que la vía de transmisión preferencial es a través del aire, pero López-Gatell se lanzó de manera incomprensible a una cruzada contra las mascarillas, mismas que meses después serían obligatorias (“no está comprobada su eficiencia para evitar el contagio”).
No es exagerado decir que el manejo de la epidemia por las autoridades mexicanas fue una debacle espectacular, algo nunca visto, incluso en México, donde ya hemos visto de todo. Y hasta la fecha nadie renunció, vaya ni siquiera se acepta haber cometido errores: resulta que lo que los funcionarios dijeron, no lo dijeron, y que los decesos no eran tantos (ya que siempre hubo subregistro de fallecimientos). La gente moría en sus hogares mientras el gobierno se congratulaba por su gran desempeño (“México le dio un ejemplo al mundo”).
La nueva normalidad
A tres años de que se inició la pandemia, ¿cuál es la situación actual? Los dos factores que han posibilitado una vuelta al trabajo y a la llamada nueva normalidad, son: a) las vacunas contra el Covid, y b) el descenso del índice de mortalidad de las nuevas variantes del virus.
Las vacunas aparecieron a fines de 2020 y ya mostraban su efecto en el verano de 2021, a pesar de que la variante Delta provocó otra ola de contagios en todo el mundo, durante los primeros meses del año. La gráfica que acompaña este texto muestra el número de personas internadas en las unidades de cuidados intensivos en Alemania y es claro el descenso de la curva una vez que se alcanzó una masa crítica de personas vacunadas. Con la llegada de la variante Omicrón, más benigna que Delta, el número de casos continuó disminuyendo. El número de personas hospitalizadas es un índice de la evolución de la epidemia más adecuado que el número de contagios, cuya contabilidad siempre ha sido muy dudosa.
Sin embargo, no hemos llegado a cero hospitalizados, ni llegaremos en un futuro cercano. El virus SARS-CoV-2 se ha incorporado al entorno de virus con los que nos confrontamos en la vida diaria y tendremos que acostumbrarnos a vivir con él.
La buena noticia es que el Covid ya no es más peligroso que la influenza, para las personas mayores de 60 años, e incluso es menos peligroso para los más jóvenes. La mala noticia es que el Covid es mucho más contagioso que la influenza. En el caso de Estados Unidos, para 2023 se proyecta que los decesos por Covid serán iguales a unas tres veces los decesos por influenza. Es como si en el nuevo mundo de hoy la influenza, con la que convivimos desde hace un siglo, hubiera cuatriplicado su peligrosidad.
Quisiera poder ofrecerle al lector una estimación del riesgo por Covid en México basándome en datos oficiales. No es posible hacerlo, dado el subregistro crónico de decesos por Covid en nuestro país. Si se compara la curva de decesos de Estados Unidos, Canadá, Dinamarca y Alemania (en la plataforma Our World in Data), se puede observar que desde marzo de 2022 las cuatro curvas avanzan al mismo ritmo, más o menos, con un número similar de decesos por Covid, por millón de habitantes. Pero en esa misma plataforma, alimentada con datos oficiales, México es el país ejemplar y afortunado de siempre: el número de decesos diarios por Covid, por millón de habitantes, es la cuarta parte del promedio de esos otros cuatro países. Con los datos que reporta, el gobierno mexicano espera que mueran solamente unos 16 mil mexicanos por el Covid en 2023. Como yo no creo que ya hallamos rebasado a la proverbial Dinamarca, y suponiendo que la tasa de mortalidad sea similar en todos los países mencionados, habría que estimar unos 64 mil compatriotas que serán víctimas del Covid este año. Es una cifra casi igual al “escenario catastrófico” de Hugo López-Gatell, pero para toda la epidemia. Después de tres años y 793 mil fallecimientos ya llegamos al número gatelliano (pero anualmente).
He calculado en base a esos 64 mil decesos esperados para este año, que el descenso en la esperanza de vida de los mexicanos es de 9.3 meses.
La esperanza de vida al nacer era de 75 años, en 2019, y sería ahora de 74 años y unos tres meses. Pero la gran interrogante es si la mortalidad anual que hemos alcanzado por Covid se mantendrá así en los años siguientes, o si podrá descender aún más.
Si se mantienen las cifras actuales, la pérdida de esperanza de vida se mantendría aún muchos años. Si disminuyen las cifras rápidamente, se podrían recuperar los 75 años de esperanza de vida. Una mejora adicional sólo se podría obtener si el gasto en salud en México aumenta drásticamente. En Chile, por ejemplo, la esperanza de vida es de 80 años, pero ellos invierten en salud el doble, per cápita, de lo que se hace en México. Quizás habría que alcanzar primero a Chile, antes de pensar en Dinamarca.
La gran interrogante, además, son los efectos de largo plazo del Covid. Pudiera ser que los casos graves de la enfermedad hayan exacerbado algunas enfermedades crónicas y la mortalidad adicional solo se hará evidente en cinco o 10 años más. Se necesita darle seguimiento a este problema. Es imperioso, además, que se permita que los hospitales públicos y privados, así como laboratorios y farmacias con personal calificado, puedan adquirir y aplicar directamente las vacunas, ya que la administración centralizada ya llegó a su límite, ahora que posiblemente haya que vacunarse una vez al año, especialmente las personas mayores. Ese modelo descentralizado ya se ha adoptado en muchos países.
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