Antítesis de un cuento de hadas


La apuesta de llevar a esta docena de bailarines a Estados Unidos es considerada por el brasileño David Motta Soares como un acto antibélico enclavado en un “pequeño cuento de hadas”, es decir, una suerte de escape escénico que contrastó con lo que sus compañeros y él viven en la realidad. 
 
 
“¿Cómo puedo explicarme? Todos estamos (emocionalmente) en un lugar al que no queremos ir, pero tenemos que ir”, se explica. El 7 de marzo, el bailarín tuvo que publicar en su Instagram lo que consideraba impensable días antes, que renunciaba al sueño más grande que él y miles pueden tener: formar parte del Ballet Bolshoi.
 
“Estoy profundamente triste de anunciar que dejo en el Teatro Bolshoi, a mis maestros, mis colegas, mis amigos, mi familia, el lugar que llamé hogar durante muchos años, nunca olvidaré a cada uno de ustedes que me apoyaron se quedaron conmigo en momentos difíciles y buenos en mi vida y carrera”, escribió.
 
“Pero no puedo actuar como si nada estuviera pasando, simplemente no puedo creer que todo esto esté sucediendo de nuevo. Pensé que habíamos pasado por esto y aprendido con el pasado. Tengo muchos amigos con sus familias en Ucrania y no puedo imaginar ni de cerca lo que pueden estar pasando ahora y luchando con toda esta situación, ¡mi corazón se queda con ellos!” 
 
La presentación del sábado 12 de noviembre, en el Henry Segerstrom Concert Hall, en el condado de Orange County, fue la primera de Motta Soares frente al público estadounidense como profesional --sólo había estado ahí en 2007 como parte de un concurso juvenil--. El brasileño fue uno de los más aplaudidos al interpretar el Pas de deux de “Don Quixote”, el mismo número con el que se graduó de la Academia del Bolshoi en 2015. 
 
“Moscú fue un lugar donde crecí, donde comencé mi vida laboral, mi carrera. Especialmente a mis mentores, a ellos los llevaría para siempre conmigo, pero es un paso que tuvimos que dar. Y claro que vivir esto no es algo fácil. No digo sólo para mí, supongo que para todos los bailarines, aunque sabemos que no es nada comparado con lo que está pasando el pueblo ucraniano”. 
 
Maevsky sabe bien esto último: su familia ha resentido los estragos más crudos del conflicto. Su madre huyó de Kiev, pero su hermana sigue ahí junto con su sobrino. “Mi madre se fue con mi hermano a Turquía, él está ahí desde hace seis años. Y mi hermana sigue en Ucrania porque trataron de salir cuando la guerra estaba por comenzar, pero fue difícil, no encontraron ningún trabajo y decidieron regresar”. 
 
Del lado ucraniano, detalla el bailarín, algunos colegas están atrapados en medio del conflicto y quienes pudieron huir no han encontrado un trabajo seguro. Maevsky tuvo que buscar ayuda económica para un compañero muy cercano, quien debía sostener a su madre, hermanas y abuelos; hoy ha encontrado un espacio en otro país. “Estoy feliz de que él ya esté fuera de Ucrania, en algunos tours”.
 
Están también los colegas varados en Rusia o los que huyeron de ahí: “No sabes lo triste que es esto, porque creo que el ballet ruso es de muy alto nivel y ya está pasando a mis amigos, entrenadores y muchos bailarines que se quedaron que todavía están viendo cómo luchar. Ellos no pueden ir a hacer giras y bailar en todas partes. 
 
“Mi mejor amigo del ballet Mariinsky que se fue de Rusia conmigo y está en un momento realmente difícil, intentó hacer audiciones en diferentes compañías y muchas de ellas simplemente le dijeron: ‘oh, no queremos aceptarte aquí, no queremos aceptar gente rusa’. Es tan injusto”.

Mesura ante un futuro incierto


“Reunited in dance” intentó romper con este efecto al integrar gente de distintas nacionalidades que han desarrollado su carrera en Rusia, afectados por el conflicto. La presentación del sábado 12 de noviembre estuvo dividida en dos actos, que incluyó varios clásicos como “Raymonda”, “El Cascanueces” y “El lago de los cisnes”, pero también la premiere mundial de “The ballet class” (La clase de ballet) del propio Xander Parish. 
 
En el número, los 12 bailarines recrean una tarde de ensayos en una ciudad rusa, gastando bromas, lejos del dramatismo, pero con un final nostálgico al despedirse, mientras se apagan las luces, en una referencia al último día en el que estuvieron juntos.
 
“Traté de ser lo más apolítico posible porque muchos de nosotros tenemos familia en Rusia”, reconoce Xander. “No queremos causarles problemas. No queremos tener problemas nosotros mismos para poder vislumbrar el futuro, aunque eso parezca imposible a final de cuentas”. 
 
 
Maevsky es más abierto, para él la lesión ha sido tan honda en la vida de gente que ama, tanto en Kiev como en San Petersburgo, y en especial en su profesión, que se debe levantar la voz. Es una herida que, considera, afecta a la disciplina artística más importante de la cultura rusa, como si olvidaran de pronto su principal herramienta de “poder blando”, es decir, la incidencia que el ballet ha tenido para mostrar el aspecto más humano de esa nación al mundo.
 
“Me siento tan molesto, tan enojado”, concluye. “Siendo honesto a los políticos no  les importan las personas, ni el arte, y es muy triste porque la gente simplemente está muriendo por algo estúpido. Si miras esta situación en realidad todo un tema bastante estúpido. 
 
“Ojalá y se dejara de pensar tanto en el dinero y simplemente nos amáramos sin importar la nacionalidad. Es la única manera que podemos reconstruir un mundo diferente”, concluye Maevsky.

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