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Dos o tres rasgos la pueden retratar, pero acumula decenas. El mayor proviene de la geografía: la vastedad del Golfo de México ubica en esa ciudad su eje o referencia. Nada revela su temperamento como el mar. La historia aporta el que le sigue de inmediato: fue el primer ayuntamiento constituido en el continente americano, en 1519, por el mismo Hernán Cortés.
En los alrededores floreció hace siglos la vasta y grandiosa civilización olmeca, antecesora y maestra de la cultura mexicana.
En México pocas municipalidades alcanzan la fortuna que caracteriza a esa ciudad que envuelve en su dilatada extensión al —por muchos conceptos— emblemático puerto de Veracruz, y es punto de referencia de todo fenómeno y acontecimiento que late en El Caribe y sus contornos.
Las visiones de la ciudad son múltiples, como múltiples son las perspectivas de la vida. Una, general y reiterada es la visión que identifica a la ciudad —su fundación aparte— como cuatro veces Heroica: ante España en 1523; ante Francia en 1838; con Estados Unidos en la Guerra de 1847; y ante la invasión estadounidense en 1914.
La visión épica del Veracruz de la etapa revolucionaria —las etapas dotan de orden a la vida— la narra con maestría Martín Luis Guzmán, en varios episodios de El águila y la serpiente. El escritor refiere experiencias e imágenes de la ciudad que tanto lo atrajo y que constituye hoy un tesoro nacional.
La ciudad, asiento de un medio millón de habitantes, tiene clima alegre, claro y sonoro. Reside en ella una belleza natural que impulsan el sol, el cielo, el mar y los anhelos de sus habitantes.
Baña sus playas uno de los mares más espectaculares del planeta, cuyas aguas, de un azul ávido, se hermanan con un aire transparente y calmoso. Cuando éste se encabrita, resopla sin miramientos a diestra y siniestra. Hay Norte en Veracruz, vocea la calle.
Que también es grata la abundancia de lo excelente, lo anuncia y adorna el alud de rimas y coplas de su vasta progenie. Destaca entre ella un inmenso compositor popular -acaso el mayor- del México del siglo veinte quien, en una oda amorosa a la ciudad, abraza a la región:
Veracruz,
Rinconcito donde hacen su nido las
olas del mar.
Veracruz,
Pedacito de patria que sabe sufrir y
cantar.
¿Cómo no recitar con satisfacción y
regocijo semejantes alabanzas?
Son tus noches diluvio de estrellas,
palmera y mujer.
Los versos —no son pocos— que edifican la canción, bien pueden prescindir de profanas notas redundantes, que poco o nada le agregan.
La ciudad esquiva la melancolía. Procura el sustento de la fiesta, del carnaval, de la música, del baile y los disfraces. El cielo refulgente, la riqueza culinaria, la gentileza de sus moradores, la música envolvente y el semblante azulado del puerto, avalan las celebraciones.
El forastero reconoce: algún día hasta aquellas playas lejanas habrá de volver.