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Uno de los hechos más refrescantes del mundo editorial este año es la reedición de los libros de Ursula K. Le Guin dentro de Minotauro. Con 28 novelas, doce libros de poesía, media docena de libros de ensayo y más de 100 cuentos publicados que brillan por la originalidad y la fuerza de sus argumentos, Ursula K. Le Guin es la única autora de ciencia-ficción que ha ganado al mismo tiempo premios, millones de lectores y el entusiasmo de los críticos más exigentes. Decía Harold Bloom: “Es Le Guin, mucho más que Tolkien, quien ha llevado la fantasía a un nivel de alta literatura, y esto se debe a que sus inquietos héroes nunca abandonan el mundo en el que estamos obligados a vivir”. Como Bloom señaló en The Bright Book of Life, Le Guin es la mejor “hacedora de laberintos”, una auténtica “escultora de la obscuridad” y “una notable estilista que escogió (o fue escogida por) la fantasía y la ciencia ficción”. Por su eficacia y variedad, visitar su obra equivale a explorar dos territorios distintos: los extraordinarios planetas que describió en sus libros de ciencia ficción, y el archipiélago siniestro y turbulento en el que transcurren sus novelas dedicadas a la magia. Como ocurre al descubrir las obras de Jorge Luis Borges, Gabriel García Márquez o Agota Kristof, nuestras vidas se dividen en a.K y d.K: antes y después de leer a Ursula K. Le Guin, la creadora de Terramar.
Las dos lunas de Ursula
El interés de K. Le Guin por imaginar y entender culturas tan remotas quizá fue influencia directa de sus padres, los antropólogos Alfred Louis Kroeber y Theodora Covel Kracaw. La juventud de la joven autora transcurrió en Berkeley, rodeada de teóricos y profesores que visitaban con frecuencia a sus padres, entre ellos el creador de la bomba atómica, el doctor Robert Oppenheimer. Ursula sólo abandonó California al obtener una beca para estudiar en Francia, donde conoció al que sería su marido, el historiador Charles Le Guin. Durante los primeros años de su matrimonio, la joven escritora abandonó los estudios de doctorado y se concentró en apoyar a su esposo hasta que éste consiguió darle estabilidad económica a la familia. Una vez instalada en Portland, Le Guin tuvo tres hijos y volvió a escribir relatos fantásticos en cuanto terminaba las labores domésticas. Antes de iniciar la etapa más productiva de su obra, reconoce en sus ensayos, leyó tres veces en voz alta El señor de los anillos: una por cada hijo que le pidió una historia antes de dormir.
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A pesar de la enorme calidad que distingue sus relatos, al inicio de su carrera Le Guin tuvo dificultades para publicarlos e incluso para firmarlos, como ocurrió cuando el editor de la revista Playboy en los años 60 solicitó que la autora no firmara con su nombre propio una de sus novelas cortas, pues aseguraba que los lectores de su revista difícilmente leerían un texto escrito por una mujer.
La celebridad le llegó al publicar su quinta y su sexta novelas, Un mago de Terramar (1968) y La mano izquierda de la oscuridad (1969), las cuales inauguraron dos vías paralelas fascinantes, la primera en el mundo de la fantasía, la segunda en la ciencia ficción.
En Un mago de Terramar, Le Guin narra una historia tan alucinante como la de El Hobbit o El señor de los anillos, con notables diferencias. Mientras que en la Tierra Media los héroes cargan espadas y flechas para combatir a sus enemigos, en las islas de Terramar los protagonistas jamás empuñan un arma que no sea la magia; en El Hobbit, enanos, magos y monstruos son seres de una pieza, que permanecen inalterables, como atestiguan la crueldad del dragón, la sed de aventuras de los enanos, el heroísmo de los elfos o la codicia de Gollum, mientras que el protagonista de Un mago de Terramar y sus acompañantes sufren una transformación física y mental a medida que cazan a su enemigo más tenebroso. El Hobbit termina cuando los héroes regresan a casa prácticamente sin rasguños; Un mago de Terramar, cuando el héroe, cruzado por heridas y cicatrices tan hondas como sus errores, decide emprender el exilio y da inicio a una saga que se desarrolla en otras cuatro novelas.
Pero si K. Le Guin continúa la senda de Tolkien, también ha influido a numerosos creadores contemporáneos. Basta señalar que Gavilán, el joven protagonista de Un mago de Terramar también tiene marcas en el rostro, a raíz del encuentro que tuvo en la infancia con su peor enemigo, y que este desea liquidarlo con el mismo furor con que Voldemort persigue a Harry Potter, otro mago con una cicatriz en la frente.
Los secretos del fuego
La saga de Terramar bastaría para justificar la fama de Le Guin, pero su talento consiguió crear lunas aún más brillantes. La mano izquierda de la oscuridad inaugura un ciclo de novelas de ciencia-ficción narradas con un estilo realista, que le permitió narrar las andanzas de parientes lejanos de los seres humanos en planetas remotos. Un diplomático de la Federación de los Planetas, nativo del planeta Hain, es enviado en una misión de buena voluntad a Invierno, uno de los mundos más apartados de la galaxia, a fin de ayudar a una civilización atrasada a mejorar sus condiciones de vida. Pero pronto advierte que el planeta es gobernado por un rey loco e inseguro, movido por un miedo irracional a perder su poder.
En ese sistema autoritario, la gente vive en islas de comodidad provisionales y nadie puede heredar bienes, pues la herencia es ilegal: en cuanto un individuo fallece, sus propiedades pasan a manos del tirano. La visión de otros mundos, en los cuales la solidaridad con los débiles y la propiedad privada son permitidos representa un riesgo enorme para el dictador, de modo que por consejo de sus funcionarios encargados de realizar la propaganda más execrable que cabe imaginar, la nave estelar del enviado de las estrellas es confiscada y ocultada y él es declarado un farsante y un traidor al planeta, por lo cual debe huir a través de un territorio perpetuamente congelado, hecho de glaciares, donde hay más de cuarenta palabras para expresar las distintas formas de la nieve.
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El protagonista de La mano izquierda de la oscuridad no puede ocultarse de sus enemigos debido a un peculiar rasgo físico. Y es que en su planeta natal los seres humanos son hermafroditas neutros la mayor parte del año, pero adoptan de manera indistinta cualquiera de los dos sexos humanos durante la época de celo. A medida que el andrógino huye de sus asesinos, confiesa a su compañero de viaje cómo, al desaparecer la visión dualista de la vida, que opone a hombres y mujeres, en su planeta no hay imposiciones sexuales ni violaciones, y las cargas y los privilegios familiares y sociales son compartidos con equidad.
Pero otro de los rasgos sobresalientes de esta novela es su arquitectura. Además de contar la aventura, Le Guin recopila e inserta mitos locales, personajes que han vivido historias apasionantes, informes de espías o cartas entre conspiradores. El resultado es una narración torrencial y exquisita, que no observa la forma convencional de las novelas de aventuras. En lugar de historias “bien pavimentadas, planas y sin desvíos”, como carreteras hechas para conducir “tan deprisa como sea posible, sin cambiar de ritmo y sin hacer paradas hasta llegar al final”, Le Guin buscaba crear nuevas formas novelescas: “Me parece un error pensar que los relatos avanzan simplemente hacia adelante”, escribió en sus ensayos. Y en esto radica una de las aportaciones más importantes de la novelista: demostró que además de una lanza, las novelas pueden adoptar la forma de una bolsa o un saco, a fin de mantener atados de forma poderosa materiales sumamente valiosos pero disímiles, que enriquecen la novela, como sugirió en La teoría de la bolsa de la ficción: “Una relación entre los elementos de la novela puede ser la del conflicto, pero la reducción de toda la narrativa al conflicto es absurda”.
En las novelas de ciencia-ficción de Le Guin, las andanzas de sus héroes por planetas desconocidos abarcan pocos días, pero muy incendiarios, y no obedecen al predecible esquema de las aventuras convencionales, pues, interesada en el proceso completo de combustión antes que en una selección de las chispas o las explosiones más impresionantes, las historias de Le Guin cuentan periodos más amplios de la vida de los personajes, que incluyen descalabros y caídas: se narra el fuego, pero también las cenizas, el frío, la nueva yesca y las hogueras posteriores. Sus héroes pueden quebrarse, pero una vez que son conscientes de la escasa distancia que los separa de la muerte y la oscuridad, deben retomar el camino y seguir avanzando hacia la luz.
Muchos soles, una sola oscuridad
Le Guin retomó las conquistas estilísticas de La mano izquierda de la oscuridad en sus siguientes novelas: Los desposeídos (1974) se ocupa de una civilización diseñada bajo los ideales del anarquismo, donde no existen la propiedad privada ni la desigualdad económica y no hay palabras para indicar posesión, ni siquiera en el acto sexual. En lugar de indicar “Esto es mío”, los personajes explican: “Yo uso esto y tú usas aquello”. Hay una sola clase social: la trabajadora; no hay un gobierno central ni un poder atribuido a una sola persona, no hay iglesias pero se reconoce el impulso de los humanos hacia lo sagrado, el incentivo para trabajar es el juego y la satisfacción que da un trabajo bien realizado, no el afán de lucro ni el lujo.
Durante mucho tiempo hemos estado viendo con un solo ojo. Hemos cegado el ojo de la mujer
Ursula K. Le Guin, escritora
Mientras tanto, en Urras, el planeta vecino, toda la vida está orientada hacia la posesión de bienes, la clase rica es conocida como “el propietariado”; la moda obliga a las esposas a descubrir los pechos a fin de agradar a sus maridos y a mantener sus joyas pegadas al cuerpo mediante diminutos magnetos insertos bajo la piel. Allí los seres humanos aceptan trabajos esclavizantes a fin de satisfacer sus impulsos de compra, pues “si poseen muchas cosas se contentarán con vivir en una cárcel”. Como ocurre en el espectacular cuento Los que se van de Omelas, la vida en general y los ideales de la sociedad en particular de este planeta fueron edificados sobre el sufrimiento humano; la violencia es la principal herramienta del poder, y su socio más devoto, la indiferencia de los ciudadanos.
Convencida de que “Los soles irradian todos una luz diferente, pero hay una sola oscuridad”, Los desposeídos cuenta cómo el físico más importante del planeta Anarres decide exiliarse en el planeta rival, donde los gobernantes esperan con ansias que les entregue sus últimos hallazgos científicos, los cuales podrían cambiar la vida en el universo. Para crear al polémico protagonista, Le Guin se basó en uno de los amigos cercanos de su familia: el doctor Oppenheimer. A pesar de encontrarse bajo presión de al menos dos potencias que le exigen entregar sus descubrimientos, el físico dice apreciar la libertad por sobre todos los valores: “Sólo tengo una vida y no la derrocharé por la codicia, el lucro y las mentiras”.
En Los desposeídos hay dos referencias al planeta Tierra: la Teoría de la relatividad, escrita por un tal doctor Ainsetain, y la existencia del chocolate, que se bebe con delectación. En los otros mundos posibles de Ursula K. Le Guin, lo que funciona merece exportarse.
Estamos hechos de tiempo
Los ensayos literarios de Le Guin constituyen una aportación tan brillante como sus relatos de fantasía o ciencia-ficción. En ellos Le Guin fue pionera de batallas que no han perdido actualidad. En “Niños, mujeres, hombres y dragones”, una conferencia que dictó el 17 de agosto de 1992, Le Guin criticó la misoginia que ha determinado el rostro y la apreciación de la literatura desde tiempos inmemoriales: “Durante mucho tiempo hemos estado viendo con un solo ojo. Hemos cegado el ojo de la mujer”, escribió, “en nuestros cuentos de héroes del mundo occidental, el heroísmo siempre ha tenido un género: el héroe es hombre. Las mujeres pueden ser buenas y valientes, pero, con raras excepciones, las mujeres no son héroes. Son colaboradoras… Se les considera en su relación con los héroes: como madre, esposa, seductora, amada, víctima o doncella rescatable… El trabajo de las mujeres, como de costumbre, es mantener el orden y la limpieza, las tareas del hogar, la alimentación y la ropa de las personas, la maternidad, el cuidado de bebés y niños, la lactancia y la curación de animales y personas, el cuidado de los moribundos, los ritos funerarios. Los asuntos sin importancia relativos a la vida y a la muerte no son parte de la historia o de la trama. Lo que hacen las mujeres es invisible”. Cansada de que los responsables de la crítica, las academias y la sociedad hayan producido “definiciones masculinas tanto del arte como del género” a lo largo del siglo XX, Le Guin invita a crear nuevos modos de narrar, en los cuales la mujer no sea representada como un ser inferior y pasivo.
En estos ensayos las ideas de K. Le Guin giran en torno a la necesidad de la creación artística, no a la búsqueda de éxito comercial: “La imaginación no es un medio para hacer dinero. No encuentra su lugar en el vocabulario de las cosas rentables. Tampoco es un arma, aunque todas las armas se originaron gracias a ella, y su uso, o su abstinencia depende de ella, como ocurre con todas las herramientas. La imaginación es la herramienta esencial de la mente, una manera esencial de pensar, un medio indispensable para adoptar y conservar la humanidad”, como advierte en Words are my matter. Y dedica una de sus críticas más feroces al capitalismo editorial: “Al vivir en un mundo en el que sólo se aprecian las ganancias, un mundo como una frontera siempre en expansión que carece de valor propio, plenitud propia, uno se arriesga a perder el valor que tiene de sí mismo. Es entonces cuando empieza a oír las voces procedentes del otro lado y a hacerse preguntas sobre el fracaso y la oscuridad”. Para la escritora norteamericana, “El arte está hecho de tiempo” y los creadores producen arte porque así lo exige su vocación.
Según Philip K. Dick, las obras más logradas de ciencia ficción se distinguen porque las ideas que proponen son de tal calidad que invaden la mente del lector y se ramifican, al grado que el lector imagina nuevas historias y escenas y se convierte en otro creador. Por la calidad de los mundos imaginarios que creó y por la inspiración que nos ofrecen, las novelas y los relatos de Ursula K. Le Guin provocan esta ramificación en la mente de sus lectores. El rumbo que abrió para la literatura fantástica es una de las herencias más asombrosas de la novela de aventuras contemporánea. Ignorarla equivale a despreciar un color nuevo, que hubiera llegado del espacio exterior.