Hiromi Kawakami (Tokio, 1958) ha sido considerada una de las mejores escritoras japonesas contemporáneas. En su quehacer literario destacan ensayos, relatos y novelas que dan cuenta de una prosa poética, sutil y minimalista, centrada en las percepciones subjetivas de sus personajes, cuyas vidas observa a través del realismo psicológico.

En este ámbito, resalta la pequeña obra maestra Vidas frágiles, noches oscuras (Acantilado, 2015; traducción de Marina Bornas Montaña), que desarrolla el tema del desencanto amoroso en parejas niponas que, por cierto, no difieren mucho de los noviazgos en el mundo occidental.

Vidas frágiles, noches oscuras describe minuciosamente la acuarela matrimonial de Yukio y Lili, atrapados en una relación cotidiana que ha perdido la calidez de los afectos, para dar paso a las rutinas de dos autómatas, sin que sean conscientes de la ruina de su pasión amorosa.

Unidos a esta catástrofe familiar orbitan los amigos de la pareja, quienes padecen duelos similares. Es el caso de la solterona Haruna, cuyas múltiples parejas no terminan de satisfacerla y por eso codicia al marido de su mejor amiga. También están los hermanos Akira y Satoru, quienes cargan con sus frustraciones personales y se involucran sentimentalmente con ambas mujeres.

La novela de Hiromi Kawakami tiene la estructura de un relato encadenado, cuya técnica implica la narración por capítulos desde la perspectiva de cada uno de los personajes más importantes. Así, en cada apartado se focalizan Lili, Yukio, Haruna y Akira para exponer los hechos desde su ángulo de visión.

A esta estrategia se suma la figura del narrador omnisciente y la simultaneidad de los planos temporales, que permiten recuperar la memoria, reorganizar los acontecimientos y darles credibilidad, a la manera de una crónica que suma las voces de los personajes involucrados. En este sentido, podríamos hablar de un buen ejemplo de novela polifónica, según lo estudiara Mijail Bajtín.

Vidas frágiles, noches oscuras exhibe el derrotero de unos personajes insatisfechos y desencantados, pero en búsqueda de una existencia más genuina. En conjunto, estas criaturas nos despiertan la empatía, porque su destino simboliza a las generaciones de jóvenes de nuestro tiempo, quienes cargan el fardo de la tradición y la feroz lucha del progreso, que reclama de ellos más esfuerzo para el logro del bienestar material.

Lili Nakamura es la heroína principal de la novela. Ella es quien descubre, un buen día, que ha dejado de amar a su marido; la búsqueda de un nuevo significado para su vida es el motivo central del texto.

El lector es testigo de su desmoronamiento emocional, pero también se vuelve cómplice de sus acciones y de las respuestas provisionales a sus dudas. La imagen de Lili fácilmente nos recuerda a Madame Bovary y Anna Karenina. Ambas mujeres rechazan el vacío espiritual que se convierte en su infierno interior y, después de varios intentos por dotar a sus vidas de contenidos amorosos, deciden suicidarse.

Lili también comparte la tortura mental de sus compañeras de páginas literarias; sin embargo, remonta sus desenlaces trágicos al optar por el divorcio y covertirse en madre soltera. Toda su historia está dibujada con el fino pincel minimalista de la autora, capaz de recrear con delicadeza los detalles más significativos para hacer la diferencia con un punto de sal.

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