En el principio no fueron las ciudades. Antes, mucho antes, miles y miles de personas migraron de aquí para allá en busca de los sitios menos inhóspitos para la vida diaria.
Y así fue poblándose la Tierra, seguramente por medio de ejercicios de ensayo y error para hacerla domesticable.
“Doméstico”, bien lo sabemos, proviene de domo, una denominación latina para “casa”.
La editorial madrileña Sequitur y la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo han publicado Atlas místico de la hospitalidad-trashumancia, de la politóloga y doctora en filosofía Reyna Carretero Rangel. El prólogo es del doctor Eduardo González Di Pierro, de la Facultad de Filosofía Samuel Ramos de dicha Universidad.
Imaginemos los miles y miles de personas y de años y las decenas de lenguas que debieron transcurrir antes de nuestro uso cotidiano, hoy, esta mañana, esta tarde, esta noche, de una palabra cualquiera, de una frase, de un título.
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“Atlas”, “místico”, “hospitalidad” y “trashumancia” traen diversas curvas de tiempo y coinciden en su empeño por convertir experiencias en sentido, según la clásica expresión de Reinhard Kosellek al inicio de su Vergangene Zukunft (Futuro pasado o Futuro ido).
Para que llegáramos al término “Atlas” alguien tuvo que entrever, en la antigua Grecia, la posibilidad de darle nombre al “sufrimiento del que soporta mucho”: el dios gigante llevaba sobre los hombros nuestra Tierra.
Geo se convirtió en Geografía: en escritura de la Tierra, en mapas.
“Místico” se relaciona con misterio y también tiene origen griego.
Reunir “Atlas” y “místico” es una de las primeras audacias de este volumen que llega a mis manos.
Desde el “Preludio”, la doctora Carretero ahonda en las reflexiones acerca de los nombres y sus consecuencias.
Un propósito consiste en unir “hospitalidad” y “trashumancia” a fin de que resignifiquemos horas claves de la historia.
Por lo pronto, la “hospitalidad deviene así indisociable de la trashumancia, implicando al mismo tiempo el reconocimiento de la inviolable dignidad humana” (p. 6).
Dentro de la tradición de Martin Heidegger, la autora rasca en las palabras aquellos momentos iniciales de un “nombrar” que estaba muy cerca de lo nombrado. Estaba tan cerca que lo tenía ante los ojos, a-la-mano como un útil invisible, verbal y muy poderoso.
Peter Sloterdijk, María Zambrano y Emmanuel Levinas la acompañan en su búsqueda.
De Sloterdijk recupera la noción de metoikoi para que sopesemos las implicaciones de la trashumancia: es ir más allá (meta) de la casa (oikoi).
Somos “existencias en tránsito”, nos dice el autor de Esferas. Por otra parte, Platón ya hablaba de “un traslado de morada” y del alma “como una fuerza inmortal y, al mismo tiempo, trashumante, que atraviesa elementos o esferas” (p. 4; el pasaje proviene de Extrañamiento del mundo, de Sloterdijk).
Ser trashumantes nos es consustancial, aunque no migremos: nuestra condición intrínseca es trashumante, pues nuestra alma (o, si así se prefiere, nuestro ánimo, nuestro estado de ánimo) se mueve a menudo más allá de los desplazamientos físicos y hasta en rutas distintas a estos.
Escribe Sloterdijk: debemos entendernos los seres humanos “como seres nacientes, vinientes y entrantes”, como “los animales que se trasladan y cambian de elemento” (p. 97).
La autora recoge “trashumancia” como una mejor manera de nombrar la migración, de la que ella es experta por su trayectoria en el Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias (crim) de la Universidad Nacional Autónoma de México: “La trashumancia, en su etimología latina trans-humus, evoca y refleja con precisión la experiencia de salida, cruce, búsqueda y retorno” entre tierras (p. 5).
El volumen alterna las reflexiones etimológico-filosóficas con datos cuantitativos como un muy buen ejemplo de una corriente de la filosofía: justamente la multidisciplina que ya menciona el doctor González Pierro en su prólogo.
Pues bien, mil millones de personas han migrado, esto es, trashumado físicamente: han llevado su humus, su humilde evanescencia de la tierra nativa a otras tierras (p. 21).
Sabíamos del dato de alrededor de 300 millones de trashumantes de un país a otro. La autora nos impide olvidar que hay otros 700 millones de trashumantes dentro de su propio país, incluidas las cerca de 300 mil personas que en México se han visto expulsadas de su lugar de origen por el narcotráfico, ávido de tierras como todos los poderes.
Mil millones: imaginemos a casi toda China o a casi toda la India caminando por el mundo.
Pasamos de un 3 % si solamente incluimos la migración internacional a un 12.5 % si incorporamos la migración intra-nacional.
Y deberíamos añadir la migración intra-urbana: la muchísima gente que no puede vivir en la casa que con enormes esfuerzos compró porque se lo impiden las distancias al trabajo y el costo de traslado, los embotellamientos, la inseguridad u otros factores.
Ahora bien, el libro de la doctora no se detiene en la trashumancia.
Recordemos que ha unido este concepto al de “hospitalidad”.
El capítulo “Apertura y ascensión (Futuwah)” y el subcapítulo “El Atlas Místico: Abraham”, se remiten a la figura donde confluyen las tres grandes religiones monoteístas: Abraham, precisamente.
El futuro padre de Isaac fue hospitalario con un forastero, quien resultó ser una figura de otra dimensión.
La autora va buscando los momentos climáticos de la hospitalidad durante aquellos milenios. Desemboca en la conclusión siguiente: el vientre materno es hospitalario, y el “Fiat” de María es ese momento de hospitalidad que da inicio a la Cristiandad. Tanto Abraham como María serán trashumantes, migrantes, desplazados, viajeros.
De hecho, el atlas místico no es un libro de mapas etéreos y enigmáticos, sino una persona: el propio Abraham, quien “practica en sí mismo lo que Sloterdijk llama ‘el Principio-desierto’” (p. 99). El desierto “minimiza el mundo desde un lugar mundano”, escribe el filósofo alemán (Ídem).
(En su octava elegía Rilke recordaba nuestra imposibilidad de contemplar lo abierto, como lo hace el animal, pues siempre se nos atraviesa el mundo: immer ist es Welt).
Un tercer momento, equivalente, se realiza en el Islam: lo protagonizan tanto la ascensión del Profeta como “las figuras de Shams de Tabriz y Rumi”, plenitud “de la conciencia total de las tres dimensiones”: “mundo inteligible puro”, mundo de imagen y “mundo sensible” (p. 121).
La doctora Carretero logra un noble propósito: evoca cruciales puntos de contacto entre culturas con millones y millones de personas, separadas porque desconocen sus raíces compartidas.
Jacques Derrida nos recordaba la etimología de “planeta”: errante. A la Tierra misma podemos llamarla “trashumante”, pues no está fija en la galaxia y gira en su eje y además recibe, hospitalaria, a ocho mil millones de trashumantes.