Mia Couto (Mozambique, 1955) es escritor, biólogo y referente de la literatura lusófona. Estará en México para participar en la FIL de Guadalajara y en la UNAM para charlar con la comunidad universitaria sobre su producción literaria. Con más de 20 libros publicados, ha recibido premios como el Vergílio Ferreira (1999) y el Camões (2013). Algunos de los temas que trata en sus textos son la relación memoria/olvido, oralidad/escritura, versión oficial en contraposición a la diversidad de historias/discursos, el sueño, la muerte, entre otros. En español está traducido su libro Venenos de dios, remedios del diablo. Las incurables vidas de Villa Cacimba (Almadía) y El patio de las sombras (Proteus).

¿Qué sería de la humanidad sin sueños, sin pesadillas?
No creo que sea posible separar humanidad y sueño. Los sueños nacieron con el primer hombre y la primera mujer. Los sueños son más de lo que pensamos, incluso más de lo que la ciencia puede explicar. Existen modos muy diversos de ver el significado, el papel y la importancia de los sueños. Estamos centrados en nuestro lado diurno, creemos ser criaturas del Sol, pero estamos bien repartidos entre la noche y el día. Nuestro lado nocturno fue considerado como algo a lo que debíamos tener recelos, simplemente porque entendemos poco que somos seres completos. Estoy hablando, evidentemente, del sentido común de lo que es soñar; pero existe el sueño en el sentido de la utopía, del deseo de una vida mejor. Ese sueño es el que está más ligado a la literatura. Ese deseo provoca miedo a los defensores del orden, de este orden tan poco justo en el que vivimos. Y existe un intento sistemático de domesticar el sueño, de combatir la inquietud que vive sobre todo en los jóvenes soñadores. Es imposible esa domesticación porque está adentro de nosotros, como una especie de columna de nuestra alma; el deseo de ser otros, la voluntad de estar en otro lugar, en otra vida.

Nunca antes se utilizó tanto ese miedo para inventar enemigos y delegar en algún salvador


Mia Couto

¿Puede imaginar, describir, un mundo sin miedo?
Como escritor no puedo dejar de soñar con un mundo sin miedo, pero como biólogo creo que el miedo es un sentimiento natural, es un sistema que nos avisa de riesgos y previene de los peligros. Hay así dos miedos: el creado socialmente y el miedo como respuesta biológica a situaciones que nos pueden amenazar. El miedo construido socialmente es el que nos debe importar en esta plática. Nunca antes se utilizó tanto ese miedo para inventar enemigos y delegar en algún salvador la solución para un destino que debería ser nuestro, soberano y vivido colectiva y tranquilamente. Ese miedo es la base de una manipulación que nos quiere hacer pequeños, volvernos conformistas, pero también para estigmatizar a los que vengan de fuera para salvarnos. Ese miedo es una construcción con una intención política; quieren robarnos confianza en nosotros mismos y la confianza en los otros; quieren crear fantasmas y hacer de otros pueblos y de otras culturas una fuente de sospecha y la explicación de todos los males. Este es el viejo proceso de invención de culpables. La literatura puede ayudar a deconstruir ese miedo, mostrando que la mayoría de las veces esos sentimientos no tienen fundamento y resultan sólo del desconocimiento y del estereotipo. La literatura nos reconcilia con las personas, cada una con sus singularidades.

¿Cuál considera que es la diferencia entre el realismo mágico africano y el latinoamericano?
Yo tengo muchas dudas sobre esa categoría: el realismo mágico. Toda realidad, sea latinoamericana, europea o africana tiene siempre una dimensión mágica. No existe una única realidad. Existen realidades en plural. Por muy moderna que sea una sociedad persiste en ella diferentes tipos de sensibilidades, de razones y creencias. Todos los hombres, en todos los continentes, hacen convivir simultáneamente tipos de pensamiento que parecen opuestos; la lógica convive con intuiciones mágicas y creencias religiosas. Los africanos y los latinoamericanos comparten esa capacidad de armonizar diferentes racionalidades. No veo diferencias esenciales. Tal vez exista una: el lugar de los muertos. En África, los muertos no son remitidos hacia cualquier territorio distinto. Ellos permanecen vivos gobernando el mundo junto con los vivientes. Por eso, un escritor angoleño llamado Pepetela sugirió que el realismo mágico africano fuera llamado realismo animista.

En mis libros intento sugerir que no podemos tomar en serio esa versión oficial del pasado colectivo de una nación


Mia Couto

¿Cómo define el pasado su escritura y la manera en la que representa la cotidianeidad mozambiqueña?
Todos nosotros estamos hechos de pasados. Somos, sobre todo, aquello que fuimos. Lo que me parece que hay que evitar es creer ciegamente en aquello a lo que llamamos memoria, como si ésta, la memoria, fuera la reconstrucción exacta y única del pasado. Cada uno de nosotros construye una versión que es siempre recreación del pasado. La memoria es siempre un poco mentirosa. Eso no es malo, de inicio; incluso puede permitir que el presente sea más tolerante y abierto a diferentes tiempos que nos quieren presentar como Historia única. En mis libros intento sugerir que no podemos tomar en serio esa versión oficial del pasado colectivo de una nación.

¿La creación de neologismos tiene alguna relación con la influencia de la oralidad africana?
Sí, tiene relación. Yo quiero mostrar que mi escritura nace de voces, de historias que guardo y que todos los días personas anónimas me ofrecen. Mis libros, en ese sentido, no son míos. Soy apenas el último autor. Antes de mí, y conmigo, hay voces de gente que me ayudó a construir una narrativa. Mozambique guarda una oralidad muy viva, hay más de 25 lenguas que no poseen sistema de escritura propio. El índice de analfabetismo todavía es muy alto, las personas mantienen con la escritura una relación distinta, como si la escritura fuera un territorio que todavía es en su mayoría extraño y ajeno. Pero la oralidad no es un asunto exclusivo de las llamadas tribus de la periferia. Todos nosotros tenemos una parte de nuestra alma que habita en la oralidad. Todos, durante la infancia, tuvimos patria en la oralidad.

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