El vuelo desde Berlín había transcurrido sin demoras ni turbulencias. Al aterrizar en Madrid el comandante de la nave hizo notar que llegábamos en punto.

Sin embargo, un minuto después advirtió: un problema en la pasarela, “ajeno a la compañía”, iba a tomarnos unos instantes. Tomó media hora.

Los pasajeros conservaron la calma durante unos 25 minutos.

Alguien disertó:

—¡La culpa de todo la tiene Pedro Sánchez!

No se refería a algún empleado con tal nombre, integrante de la empresa encargada de ensamblar la pasarela a la puerta del avión. Se refería al presidente del gobierno español.

Más allá de este repentino tinte político, sin mayores efectos allí, me pregunté qué había pasado. ¿Cómo dejaba analizarse un enojo cada vez menos contenido?

El incidente de la pasarela nos robó momentáneamente dos de nuestros dos parámetros existenciales: el tiempo y el espacio. Nos amontonábamos en el pasillo del avión (espacio), y había más y más angustia por la posible pérdida de conexiones (tiempo).

Si un extraterrestre impaciente nos exigiera resumir la historia humana en una sola palabra, es casi seguro que tendríamos que elegir una muy poco alentadora: “guerras”.

Las guerras suelen producirse por avidez de territorios, aunque se aduzcan otras causas.

Las riquezas naturales, humanas e industriales de esos territorios son condensaciones de tiempo. Ya lo intuía la literatura y lo analizaba Karl Marx: si poseo seis caballos, tengo 24 piernas más, llenas de fuerza productiva. Y puedo hacer más, como si viviera más: poseo tiempo mediante mis bienes materiales.

El ser humano es, en fin, obviamente territorial. Y el territorio abriga tiempo.

En ¿Qué es la filosofía?, escriben Gilles Deleuze y Félix Guattari:

Toda la reflexión de Heidegger sobre el Ser y el ente se aproxima a la Tierra y al territorio, como lo evidencian los temas “construir”, “morar”: lo propio del griego es habitar el Ser y tener de él la palabra. Desterritorializado, el griego se reterritorializa en su propia lengua y en su tesoro lingüístico, el verbo ser (pp. 95-96).

(Rodrigo Garza Arreola nos recuerda el “habitar poético” del propio Heidegger como una posible respuesta a las tensiones provocadas por el predominio de la técnica.) Solemos, sí, desterritorializar y reterritorializar aquello que en principio no es territorio. Heidegger escribió:

El lenguaje es la casa del ser. En su morada habita el hombre. Los pensadores y poetas son los guardianes de esa morada. Su guarda consiste en llevar a cabo lo susceptible de manifestarse del ser en la medida en que, mediante su decir, ellos la llevan al lenguaje y allí la custodian (Hitos, citado por Hernán Javier Candiloro, en El lenguaje es la casa del ser. Heidegger: poesía y arquitectura).

Al mismo tiempo, el territorio se filtra por ámbitos que no tendrían por qué ser espaciales. Y es así como, a juicio de Deleuze y Guattari, la filosofía es en realidad geofilosofía:

La filosofía es una geofilosofía, exactamente como la historia es una geohistoria desde la perspectiva de Braudel. […] La geografía no se limita a proporcionarle a la forma histórica una materia y unos lugares variables. No sólo es física y humana, sino mental, como el paisaje (pp. 96-97).

Foto: Cortesía TV UNAM
Foto: Cortesía TV UNAM

Estoy leyendo Geopoética e identidad narrativa, de mis colegas Pilar Vega Rodríguez (Universidad Complutense de Madrid) y Belén Mainer Blanco (Universidad Francisco de Vitoria), publicado en Madrid recientemente.

La geografía (no podía ser menos) se cuela en la literatura, en la poesía. Las autoras relacionan territorio y patrimonio con prácticas como la difusión de leyendas y, más interesante aun, con la preservación y el aprovechamiento de los espacios físicos aludidos en dichas leyendas, así sea que los textos las simbolicen y se permitan alguna licencia ante la geografía.

Las autoras nos recuerdan que el patrimonio no es estático y que puede utilizarse o habitarse. (Este mismo principio se sigue en el Seminario Universitario sobre el Patrimonio de la UNAM, dirigido por la doctora Maricarmen Serra.)

La literatura puede ser una forma del patrimonio. Con la doctora Serra y el doctor Hernán Salas publiqué un volumen sobre patrimonio en México y Francia. Allí planteé el carácter más o menos patrimonial de cinco escritores mexicanos, conforme a una lista de diez requisitos.

Alfonso Reyes los cumplía todos, incluso de manera consciente: se sentía parte del patrimonio cultural de la Nación. El menos interesado en verse como patrimonio, Juan Rulfo, se ha preservado aun así de un modo que supera a la conservación patrimonial de las obras y la memoria de los otros tres escritores revisados.

Pilar Vega y Belén Mainer son muy serias especialistas en estos asuntos. Advierto en su libro adelantos tales como una plataforma digital; allí las personas interesadas podemos ver mapas que señalan los sitios en que se juntan geografía y literatura: ¿dónde se ha vuelto ritual una leyenda?, ¿dónde contribuye la leyenda al conocimiento del lugar de los hechos (pueblito, villa, provincia)?, ¿qué regiones cuentan con rutas turísticas para llevar de la mano a cientos o miles de personas por sitios con cierto aroma literario?

El espacio se preña de tiempo. Más aun, el espacio podría ser la única posibilidad que se nos concede de caminar por el tiempo:

La leyenda es ese tipo de historia que despierta una emoción admirativa: un texto que apela directamente a la vivencia emocional de los espacios, a los cuales confirma como especialmente perfectos, sublimes, notables y llenos de significado, despertando una emoción radicalmente positiva y placentera, que interesa y sorprende. Pero las emociones trágicas también podrían ser consideradas como positivas en cuanto catárticas. (…)

En efecto, no puede encontrarse algo más adecuado para la promoción de un espacio que disponer al turista para el ingreso en una experiencia emocional del pasado. Dando cohesión al territorio, la leyenda contribuye al dibujo de una geografía cultural e interviene de modo directo en (…) el magma de significaciones de un entorno (p. 15).

La literatura, hoy, llega a pedirles apoyo al cine y a la música para hacerse más visible en un mundo abigarrado e impaciente.

México es potencia turística, como España. Del libro de las doctoras se desprende esto: España cuenta con una política de mutua fertilización entre la literatura y el turismo. Desconozco si México posee proyectos similares o piensa elaborarlos y concretarlos.

Al sentir el amago de asfixia emocional en el pasillo de aquel avión, consideré la única expansión posible del tiempo y del espacio ante semejantes circunstancias: la mente, el espíritu. No está mal que un sabio aprovechamiento de nuestros ricos patrimonios nos ayude a expansiones de ese tipo.

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