Más Información
Plan Hídrico tendrá inversión de 20 mimdp: Conagua; inclye promover reformas a la Ley de Aguas Nacionales
Sheinbaum rechaza riesgo de estabilidad en México por extición del INAI; “habrá más transparencia, pero sin corrupción", dice
Inicia en San Lázaro discusión de reservas sobre desaparición de organismos autónomos; se prevé extinción de siete
Sheinbaum ordenarán concesiones para la explotación del agua; “deja de verse como mercancía y se reconoce como derecho", dice
Sheinbaum: “migrantes no deben ser tratados como criminales”; trabaja en estrategia para enfrentar deportaciones
En la segunda semana de septiembre de 2001, cuando terminaron de cerrar la edición de la revista Cambio, en México, que dedicaba más de 50 páginas a analizar los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos, el escritor y periodista Gabriel García Márquez le dijo a Roberto Pombo —director adjunto de la revista—, que lo que más le preocupaba era cómo, a partir de los hechos ocurridos esa semana, los periodistas iban a comprender el mundo.
Roberto Pombo lo recuerda así: “Estaba realmente preocupado porque las ecuaciones para el análisis de la realidad estaban cambiando a una velocidad enorme, y nosotros, los periodistas de entonces, estábamos educados en unas formas históricas mucho más simples y binarias, como la Guerra Fría, y nos empezábamos a meter en un mundo con una sofisticación muy grande y con una variedad de temas difíciles de comprender. Y me dijo: ‘Lo que me tiene impresionado es cómo, a partir de ahora, vamos a ser casi incapaces de entender el mundo’”.
Por aquellos días Cambio recién nacía en México; en junio se había publicado su primer número, pero desde el inicio de ese año el proyecto se había ido construyendo entre conversaciones y análisis en mesas y cafés, con un grupo amplio que incluía a periodistas de Colombia y otros países, y por supuesto periodistas mexicanos, jóvenes en su mayoría.
La promesa de la revista aparecía en un anuncio a página entera, en el primer número: “Cambio. La verdad, sólo la verdad y nada más que la verdad”. En el texto de bandera figuraban como director Ramón Alberto Garza y como director adjunto, Roberto Pombo; sólo fue hasta meses después cuando en la bandera apareció el nombre del escritor colombiano como parte del Consejo Editorial de la revista —junto al de Emilio Azcárraga Jean, entre otros.
Pero lo cierto es que García Márquez fue el motor de Cambio en México, y ese semanario tiene un significado muy especial porque representó el último proyecto periodístico de varios que él impulsó.
Aquel primer número apareció el 10 de junio de 2001 y contenía en la sección de Cartas —que habría de mantenerse como un espacio de los lectores—, una carta de presentación del proyecto, donde se destacaba que la revista era el resultado de largas discusiones periodísticas, del análisis de la situación mexicana del momento, de una selección de un equipo de trabajo de alto nivel y de la unión de esfuerzos para un semanario de actualidad del mejor nivel sobre política, negocios, tecnología, cultura y el placer de vivir; también se explicaba que la publicación era resultado de una alianza entre la revista Cambio Colombia, que encabeza Gabriel García Márquez, y la Editorial Televisa, que entonces presidía Ramón Alberto Garza.
Con Cambio México —pese a que el proyecto sufrió tropiezos por decisiones empresariales—, García Márquez mantuvo vivo su interés por hacer periodismo, y por activar la conversación para comprender la realidad y pensar el propio oficio.
Además de escritor, fue uno de los grandes maestros del periodismo en el mundo, primero como reportero, después como maestro de periodistas desde su Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, que creó en 1994 y, a la par, como gestor de proyectos periodísticos.
Era tal su gusto por impulsar nuevos espacios para el periodismo que uno de los reporteros que trabajo con él en Cambio Colombia, Nelson Freddy Padilla, comentó hace unos años en una conferencia que “Gabo quería acabar su vida en una sala de redacción; otra cosa es que la salud le obligó a cambiar el plan, pero su sueño era terminar como empezó: haciendo reportería”.
Esa historia de nuevos proyectos periodísticos incluyó revistas, un periódico que duró menos de una semana y otro que no nació, así como un noticiero de televisión.
Una “oveja descarriada” en la prensa nacional
Gabriel García Márquez produjo una amplia obra periodística a partir de 1948, que incluyó reportajes, crónicas, críticas de cine y columnas, que aparecieron en los periódicos El Universal y El Heraldo, de Cartagena y Barranquilla, en el Caribe de Colombia, y después en El Espectador y El Independiente, de Bogotá; desde esa época ya soñaba con tener un diario y lo hizo posible en 1951, al lado de un linotipista de El Universal; era vespertino, se llamaba Comprimido y sólo circuló seis días.
A partir de los años 60, su obra periodística se publicó también en otros medios fuera de Colombia; aunque entonces se concentraba más en su literatura, no dejó el periodismo, sólo cambió la periodicidad. Además, a comienzos de los 60 formó parte del grupo de periodistas simpatizantes de la revolución cubana que creó la oficina de Prensa Latina en Nueva York.
Pero la faceta de promotor y fundador de proyectos periodísticos tuvo su primer gran desenlace en la revista Alternativa, abierta en Bogotá en 1974; junto a García Márquez, los impulsores fueron los periodistas Enrique Santos Calderón y Antonio Caballero, así como el sociólogo Orlando Fals Borda, entre otros.
Era una revista que proponía reflexionar sobre las crisis políticas de América Latina, y su primer número fue histórico: contenía el reportaje de García Márquez “Chile, el golpe y los gringos”, que detalló la cena, en suburbios de Washington, a finales de 1969, entre generales del Pentágono y militares chilenos donde avizoraban el incendio del Palacio de la Moneda en caso de que Salvador Allende ganara las elecciones a la presidencia de Chile. Tal incendio, como se recordará, acabó por ocurrir en septiembre de 1973 y constituyó un golpe de Estado contra el gobierno elegido democráticamente.
Ese tipo de periodismo hizo que Alternativa se ganara lectores pero también enemigos entre los gobiernos represivos de Colombia en los años 70, y que incluso se atentara contra la vida de integrantes de la revista. El semanario, al que García Márquez llamaba “la oveja descarriada de la prensa nacional”, chocó con los intentos de censura del gobierno de Julio César Turbay y de los militares, pero también con la falta de recursos para financiarlo; aunque en 1977 cerró por una temporada, volvió a aparecer “con la temeridad profesional y política que nos distingue”, como escribió el propio García Márquez en la columna “Macondo”, que ahí publicaba. Sin embargo, ese sueño duró sólo hasta 1980.
“Alternativa, sin duda, fue el primer esfuerzo periodístico; García Márquez se metió a fondo y ese fue, tal vez, el único momento donde tuvo lo que pudiéramos llamar un periodismo militante, aunque le tenía mucho miedo a la militancia periodística; decía que su trabajo político era escribir. No vivía en Colombia ni tomaba decisiones cotidianas sobre el contenido de la revista, pero hacía parte de las discusiones generales sobre la filosofía y lo que debía ser Alternativa”, relata en entrevista telefónica Roberto Pombo, quien desde Brasil fue corresponsal de ese semanario.
Después de que García Márquez ganó el Premio Nobel de Literatura, en 1982, concibió un proyecto periodístico muy distinto para su país, “El Otro”, un diario que pretendía financiar con el dinero del premio que acaba de ganar, convencido de la necesidad de un contrapeso a El Tiempo y El Espectador, que estaban muy asociados a partidos políticos. Con “El Otro”, quería contar historias desde las perspectivas de los otros, especialmente quienes pensaban diferente a los periodistas, como se relata en el sitio web del Centro Gabo. Al final, “El Otro” no vio la luz porque no iba a ser posible su sostenimiento ni siquiera con el dinero del Nobel, pero el proyecto sentó las bases para la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano.
A inicios de los años 90, con Enrique Santos Calderón, y las periodistas María Elvira Samper y María Isabel Rueda, García Márquez participó en un proyecto periodístico muy diferente, un noticiero de televisión, QAP, que el grupo obtuvo tras una licitación y que introdujo innovaciones tecnológicas e informativas. Después de seis años, QAP no continuó debido a que el gobierno de Ernesto Samper —investigado en el proceso 8000 por la financiación de su campaña con dineros del narcotráfico— modificó la legislación y las condiciones de la licitación. A finales de 1998, García Márquez y su esposa, Mercedes Barcha, adquirieron la revista Cambio Colombia; aportaron 51% del capital desde una empresa que llamaron Abrenuncio, como uno de los personajes de El amor y otros demonios. La revista Cambio, que había heredado su nombre de Cambio 16 —creada en España en 1971 por Juan Tomás de Salas—, fue comprada por la pareja en sociedad con los periodistas María Elvira Samper, Roberto Pombo y Ricardo Ávila, entre otros.
Para Cambio Colombia, García Márquez escribió algunos de los últimos textos periodísticos de su autoría, como un perfil de Hugo Chávez: “El enigma de los dos Chávez”; una crónica sobre Bill Clinton: “El amante inconcluso”, y una entrevista con Shakira. Además, tuvo una columna, Gabo contesta, que respondía a inquietudes de los lectores sobre su obra narrativa y periodística.
Sin embargo, y a pesar del entusiasmo, el proyecto en Colombia se vio interrumpido cuando el escritor fue diagnosticado con cáncer, lo que lo obligó a estar entre Ciudad de México y Los Ángeles.
El sueño de Cambio en México
En México, el escritor recibió la propuesta de Ramón Alberto Garza de hacer Cambio; pese a su recelo por asociarse con Emilio Azcárraga Jean, presidente de Televisa, terminó aceptando la sociedad y, a cambio, pidió que Roberto Pombo fuera parte del proyecto. Fue así como a partir de 2001 se publicó la revista en México.
“Trabajamos con un grupo de periodistas muy bueno, que acudió, en muy buena medida, porque García Márquez estaba ahí. Él hizo de maestro de todos; su impronta quedó como un sello para los periodistas que ahí estuvieron”, cuenta Pombo.
La crónica y la investigación caracterizaron la revista. El escritor se mantuvo en ella entre 2001 y 2004, si bien no siempre asistía a las reuniones de la redacción. Los temas de portada de sus primeros números dejan ver las dos áreas de mayor interés para el escritor: la política y la cultura; el primero tuvo un reportaje, “Las cuentas de Los Pinos”, firmado por David Aponte —actual director general editorial de EL UNIVERSAL de México— y Daniel Moreno; el segundo número, una entrevista a Salma Hayek, de Alicia Aldrete.
Al recordar cómo era García Márquez en la redacción, Roberto Pombo lo describe como alguien con una necesidad, casi enfermiza, de ser siempre original: “En las discusiones y consejos de redacción, su voz —en general siempre hablaba de último— era para tratar de ver, si se pudiera hablar en términos cinematográficos, el contraplano de lo que todo el mundo veía; trataba de poner la cámara en el sentido contrario, ver el ángulo que nadie estaba viendo, procurar ser original y simple, en el mejor y más profundo sentido de la palabra”.
Recuerda, por ejemplo, que cuando iban a hacer una edición especial sobre el Tratado de Libre Comercio, García Márquez propuso analizar el TLC a partir del taco mexicano y explicar, a través de sus ingredientes, la evolución, consecuencias e impacto del TLC; resultó muy revelador encontrar cuánto maíz importaba entonces el país.
Otro ejemplo que viene a la memoria es el de las entrevistas. Antes de que la revista comenzara a circular, García Márquez y Roberto Pombo entrevistaron al subcomandante Marcos para un número cero. Pombo lo relata así: “García Márquez me puso a hacer las preguntas de actualidad, pero, a partir de un determinado momento, empezó a preguntarle por la influencia de la literatura en la educación, y el subcomandante se sorprendió, le contó que era hijo de una maestra rural, y empezó García Márquez a conducir la entrevista hacia la parte más interesante. Era una de esas maneras muy particulares de él de salirse de la corriente, de lo obvio de las entrevistas, para ir a algo más profundo. Tenía una capacidad impresionante para leer, adivinar y entender el alma de las personas que tenía en frente; tardaba muy poco tiempo en descubrir las aristas y los contornos del alma de esos personajes, y lo hacía de una manera muy profunda. Era el esfuerzo por entender, mucho antes que el esfuerzo por juzgar”.
A García Márquez, en efecto, le gustaba formular las preguntas finales en las entrevistas; eso lo recuerda también Salvador Frausto cuando evoca la entrevista que le hicieron García Márquez, Roberto Pombo y él a Andrés Manuel López Obrador: “Cuando íbamos en el coche, Gabo me dijo: ‘Vamos a hacer al policía bueno y al policía malo, tú le haces las preguntas fuertes y, cuando se empiece a enojar, yo le hablo de poesía’. Y así fue; le habló de uno de sus poetas favoritos, Carlos Pellicer, y le preguntó cosas como si, como buen caribeño, hacía siesta”.
El trabajo de García Márquez con ese grupo de periodistas fue una oportunidad para pensar con nuevas generaciones el periodismo. La conversación, en la redacción o en los pasillos y, sobre todo, en los cafés, cantinas, bares o en su casa, es uno de los recuerdos más evocados.
Mariela Gómez Roquero, quien fue editora de la sección Vida, describe cómo eran esos encuentros: “Recuerdo que el primer día nos dio una charla en la sala de juntas en la que nos explicó lo que era el periodismo para él. Son palabras que resuenan en mí y que transmito a mis equipos; nos decía: ‘Cuenta el cuento completo’; ‘Las historias y reportajes deben salir de los reporteros no de los editores’; ‘Disfruta cada reportaje’”.
Salvador Frausto, que fue cronista y después editor de la sección México, añade: “Gabo era un gran motivador y una inspiración para los jóvenes de aquella época. Se acercaba a los periodistas y nos preguntaba ‘¿qué historia traes?’ Y escuchaba y orientaba con un ánimo narrativo. En la cantina, en la comida o en el bar era un maestro perpetuo de periodismo: ‘Abre con historia’; ‘Cuenta los detalles’; ‘Cuéntame cómo pasó, no me lo cuentes como un reportaje o una nota, cuéntamelo como se lo contarías a tu tía en la comida familiar o a tus amigos en el bar’, ‘Ponle emoción’; ‘Arriésguense’. Era algo de lo que nos decía”.
Si bien, el escritor siempre reveló su fascinación por los detalles que podían explicar el mundo de la política, el mundo de la cultura era el otro universo que le interesaba; defendía una concepción de la cultura en un sentido amplio, como lo manifestó a comienzos de los años 90, en el proyecto de QAP: “Hay la tendencia a confundir la cultura con las artes; la cultura es mucho más, es algo así como el aprovechamiento social de la inteligencia humana. Por ejemplo, cuando Caín mató a Abel, por supuesto cometió un crimen, pero al mismo tiempo fue un acto cultural; es decir, la quijada, fue ya más que una quijada, fue un arma”.
El equipo de cultura de Cambio México estuvo integrado por Mauricio Montiel, como editor, Julio Aguilar, como coeditor, y Gerardo Lammers; y fue un grupo con el que García Márquez mantuvo una relación muy especial y constante que incluso se mantuvo más allá de la revista Cambio:
“Algunos compañeros tuvimos el privilegio de trabajar más con él por razones de temas; el área de Cultura para él era fundamental y quienes estábamos ahí tuvimos mucha cercanía y, quizás, fue el grupo que tuvo más relación con él porque le interesaban los libros, el cine, la música, figuras del arte y, también, lo que hacían los jóvenes. ‘¿En qué anda el mundo?’, era lo que nos decía. Logramos establecer una relación más allá de lo laboral, y ahí, en esas conversaciones de sobremesa o de bar, uno aprendía muchísimo más; él se relajaba mucho. Nos daba ideas, hacía recomendaciones o sugería lecturas. Verlo trabajar era participar de su entusiasmo por hacer periodismo”, relata Julio Aguilar, editor de Confabulario de EL UNIVERSAL.
A pesar del entusiasmo del equipo, el proyecto de Cambio México, que inició con Editorial Televisa, dejó de contar muy pronto con el apoyo de esa empresa y también se retiró Ramón Alberto Garza. Entonces el escritor le dijo a Roberto Pombo: “Te lo dije”.
Sin embargo, la revista continuó; incluso, durante un tiempo, en la bandera aparecía que Cambio era una publicación de Abrenuncio, aquella empresa que él había creado con su esposa. Posteriormente, sin Roberto Pombo, pero sí con Ricardo Ávila —de Cambio Colombia—, el semanario fue editado en México por la empresa Cambiando Tendencia, pero en esta etapa ya no estaban muchos de los periodistas de la primera época, como Alejandra Xanic, Héctor de Mauleón, Alberto Bello, Ana Ávila, Berenice González, Jesús Hernández, Adriana Cruz, Alejandro Suverza, Andrés Becerril, y los fotorreporteros Federico Gama, Atonatiuh S. Bracho, Valeria Ascencio y Luis Alonso Anaya.
Salvador Frausto recuerda que García Márquez seguía, que iba a las juntas de redacción o se reunía con ellos en una cantina o un café para conversar.
Esa relación con algunos de los periodistas, continuó todavía por muchos años con otros integrantes del equipo, entre ellos José Ramón Huerta y Mary Carmen Sánchez Ambriz. Así lo evoca Mariela Gómez, quien incluso visitaba a la familia en su casa en la calle Fuego, en Pedregal: “Nos hicimos muy amigos. Cuando cerró Cambio, él seguía preguntando por todos los de la redacción. La revista fue una gran experiencia en sí misma, desde el día uno hasta el último, en 2004”.
Fueron tres años de ese proyecto periodístico, el último donde estuvo García Márquez, un espacio que nació con el nuevo milenio, en medio de un mundo muy difícil de comprender. Queda de esos años, además, la promesa a los lectores en la carta de aquel primer número, una promesa del periodismo de García Márquez: “Nuestro compromiso será contarles lo que sucede en el país y el mundo con la mayor fidelidad a los hechos, y entregarles los elementos de análisis necesarios para que sean ustedes mismos, nuestros lectores, quienes saquen las conclusiones”.