“Creo en una literatura que nos haga pensar en las complejas estructuras sociales de nuestros países. (…) Creo que la lectura literaria puede educarnos para vernos mejor a nosotros mismos y a quienes tenemos alrededor”, dijo la escritora brasileña Luciany Aparecida durante la inauguración de la Feria Internacional del Libro de Bogotá. Esas palabras resuenan con las de Mãe Carminha, uno de los personajes de su novela Mata doce (Bosque dulce): “Tu historia se cuenta y se seguirá repitiendo. (…) ilumina y respira el olor del ahora y ve que es tiempo de paso”.
Las historias que fueron y son, se seguirán contando. El tiempo no es estático o inamovible; es tiempo de paso. La literatura brasileña de hoy dialoga con la de ayer y en ese encuentro sigue descubriendo nuevas formas de narrar ese país extenso y mestizo, condición primordial de la cual viene su poderío, como lo afirmó Jorge Amado, el viejo contador de historias de Bahía.
Quien pisó antes hizo camino
A la paulista Mariana Salomão Carrara los estantes de la biblioteca de su colegio le dieron a Lygia Fagundes Telles: “Pasado el extrañamiento inicial, quedé muy impactada por la narrativa y la intimidad que logra en sus personajes”. En su adultez descubrió a Elvira Vigna: “Sentí que fui tragada por una forma de narrar cuyo ritmo (la velocidad de sus narradoras) yo vislumbraba en mi propia escritura, y que en ella ganaba tonos de misterio y humor, todo con mucho cinismo y sagacidad”, afirma la autora de Não fossem as sílabas do sábado (Si no fuera por las sílabas del sábado) y ganadora de varios reconocimientos literarios en su país. También la maravilló la escritura portuguesa de José Saramago y Antonio Lobo Antunes, esa que vino del otro lado del océano y que hoy es referencia ineludible para su escritura y la de tantas.
Para Aparecida, es imprescindible la educadora, compositora y escritora abolicionista Maria Firmina dos Reis —considerada la primera novelista del país— por la manera en que construye personajes “que son libres y más complejos, porque generalmente la literatura brasileña construye ‘tipos’, como el de la mujer negra que sólo puede ocupar dos lugares: el del trabajo o el de la sexualidad. La obra de Maria Firmina huye de ese estereotipo”. Y en la novela Úrsula (1859) nos cuenta cómo una mujer esclavizada se siente libre “porque la razón lo dice y el alma lo entiende. ¡Oh, la mente! ¡Sí, nadie puede esclavizarla! En alas del pensamiento, el hombre regresa a los desiertos ardientes de África, ve las interminables arenas de la Patria…” Un sentir similar le despierta Vidas secas de Graciliano Ramos, quien la inspiró a pensar en el tipo de historias que quería contar, “pero cambiando el foco de visión, como si yo tuviera la cámara en la mano” y creando mundos narrativos desde una perspectiva inédita, por fuera de la tradición.
La escritora, traductora y psicoanalista gaúcha Eliane Marques encuentra parte de sus referentes en otro continente: los nigerianos Buchi Emecheta, Chinua Achebe, Chimamanda Ngozi Adichie y Wole Soyinka han nutrido su escritura, y para la novela Louças de família (Vajillas de familia) “tomé mucho de El bebedor de vino de palma (1952) de Amos Tutuola. Una parte de mi libro es una reinterpretación de esa obra”, donde el portugués, el español y el yoruba se mezclan “en un ejercicio que estamos llamando amefricanidad”. De su Brasil natal la han alimentado las letras de Lima Barreto, Machado de Assis y Conceição Evaristo.
Desde Ceará, en el nordeste brasileño, y como la primera mujer indígena que publicó literatura de cordel en su país, la contadora de historias, actriz y compositora Auritha Tabajara se remite a sus referentes desde la oralidad, a la cual se refiere como el primer manual literario de su pueblo: “La cuestión de la rima, la musicalidad, de escuchar a mi abuela y a mi abuelo, que era vaquero, que le cantaba sus tonadas al ganado. Me parecía bonito hablar con mis tíos, que eran repentistas y cantaban. La literatura del cordel, esa rima que se improvisa en el momento... Todo eso me motivó a escribir”.
Nacida en la región donde transcurre la famosa novela Iracema (1865) de José de Alencar, Tabajara reconoce el valor literario de aquella obra, pues el autor “describe muy bien a los pajés (chamanes), los utensilios que emplea mi pueblo, los pájaros y los animales, pero no describe cómo es realmente nuestra cultura, y además lo hace de una manera que fue quedando en el pasado, como si el pueblo tabajara hubiera desaparecido”. Y entonces, en su poema “Iracema sin tierra”, dice: “Yo no soy como Iracema / la de José de Alencar / virgen de los labios de miel / sin historia para recordar. / Traigo conmigo la memoria / soy Auritha con historia / mujer libre para amar”.
En su paso a la educación occidental, tras irse de su aldea para moverse al mundo urbano, se encontró con otras literaturas escritas de su país: “Eliane Potiguara, nuestra matriarca, la primera mujer que publicó literatura indígena en Brasil. Gracias a ella encontré a Aílton Krenak, Márcia Kambeba, Kaká Werá, Márcia Mura, y en la literatura de cordel, Isabel Nascimento y Paula Torres”.
Otro grande de las letras como lo es Guimarães Rosa es citado y reverenciado, junto a Fagundes Telles, por la mineira Marcela Dantés: “Leer a esos dos fue lo que me hizo querer escribir, no por la ilusión de que yo podría hacer cualquier cosa parecida, sino por el simple hecho de haber entendido allí el poder y el alcance de las palabras”… esas con las que Emir Rodríguez Monegal dijo alguna vez que el autor de Grande Sertão: Veredas (Gran Sertón: Veredas) había logrado “una síntesis magistral de las esencias de esa enorme, desmesurada, escindida tierra de Dios y el Diablo que es su patria”.
Las tensiones de un gigante dividido
Al pensar sobre las marcas regionales que pueden existir en su escritura, Luciany Aparecida es categórica al afirmar que las complejidades sociales de su tierra la impactan profundamente: “No quiero escapar de esa tensión. No quiero no ver eso. Es eso lo que me interesa y es lo que me inspira a escribir”; tensiones estas que varían drásticamente de región a región, dibujando un panorama literario que se sabe rico pero que, a pesar de los esfuerzos crecientes, aún no puede decirse que esté justamente representado en los estantes de las librerías, en las mesas de las ferias o en las traducciones hacia afuera de Brasil.
La patria brasileña es un territorio colosal y “aislado en aquella cosa gigantesca, continental, con pequeñas fricciones internas”, reconoce la escritora, guionista y música fluminense Ana Paula Maia: “Hay varios Brasil dentro de Brasil. Son muchos países diferentes aquí adentro, todos muy ricos culturalmente, pero que no conversan tanto entre ellos y mucho menos con los extranjeros”, señala.
La autora de la trilogía A saga dos brutos (La saga de los brutos) encuentra, sin embargo que, pese a que el mundo del arte y la cultura brasileña ha decaído en los años recientes debido en parte a su aislamiento, a una comunicación rota y a que la mayoría de los escritores no conversa con el resto de América Latina en términos de contenido, la literatura es uno de los puntos que aún se mantiene de pie.
Salomão Carrara piensa diferente.
Para la novelista, existe un puente establecido entre nuestros países y es que las escritoras de América Latina cuentan con experiencias que de alguna manera pueden ser consideradas equivalentes, pues todas sienten “sus democracias frágiles, la negociación ambiental inescrupulosa, el retraso educativo que termina prolongando opresiones contra las cuales las minorías están cansadas de luchar”. Aparecida, por su parte, está convencida de que la gran conexión en la literatura latinoamericana de hoy pasa por pensar lo contemporáneo a través de las autoras mujeres, sus personajes femeninos y los temas que ellas mueven en sus páginas.
Intercambiar en la lengua: diálogos pendientes
Los temas son tan numerosos como escrituras existen, pero entre la diversidad hay asuntos que insisten y que siente más presentes en sus contemporáneas: un giro hacia la vida cotidiana actual de las mujeres, hoy transformada, que trajo consigo nuevos tópicos, principalmente ligados a la desconstrucción idealizada de la maternidad, “tal vez con más poder y coraje para retratar sentimientos difíciles sobre los hijos”, afirma Salomão Carrara.
La escritora señala que se sigue reflexionando sobre la muerte y también retratando espacios de intimidad y conflictos domésticos, “quizá porque la minucia de las relaciones y de los vínculos nos interesa mucho, aunque vivimos tramas y temas grandilocuentes todos los días. El siglo XXI ha traído además cierta velocidad a nuestros textos, un extrañamiento delante de los caminos también veloces que va tomando el mundo, y el desespero de —probablemente— vivir en la estación final de la humanidad”.
Si bien el universo temático puede configurar un espacio de identificación que trasciende las fronteras geográficas, no ocurre lo mismo con las fronteras idiomáticas. La cuentista, novelista y cronista paulista Andréa del Fuego se suma a los “muchos otros (que) ya lo dijeron: estamos aislados por la lengua. Leemos mucho más a nuestros vecinos de lo que ellos nos leen. Para la autora de Os Malaquias (Los Malaquias), novela ganadora del Premio Literario José Saramago en 2011, hay una deuda aplazada y “el diálogo está siempre a la espera; debe madurar”, pues la interlocución de esas publicaciones con la América hispanohablante aún es muy incipiente, refuerza Salomão Carrara.
¿Cómo puede ponerse en marcha ese diálogo pendiente? Si de la lengua se trata, Marques no encuentra en esta un impedimento, sino una oportunidad: “Somos nosotras las lectoras y también el mercado editorial quienes ponemos esa barrera. Hay una cierta concepción narcisista de Brasil al pensarse como un país grande y al relacionarse apenas, por ejemplo, con Europa o Estados Unidos y no con los países latinos; también es una cuestión política. Tenemos más cosas que nos acercan y la lengua no va a ser lo que nos divide; ¡tiene que acercarnos!”. Nacida en la frontera entre Brasil y Uruguay, ha gestado una cercanía afectiva con algunos de los países vecinos, al punto que sus primeras lecturas fueron sobre textos en español: “Soy poeta y participé de una escuela de poesía donde las coordenadas eran de Argentina, la mayoría de ellas. Me siento acogida por la lengua castellana, que me hace feliz”.
¿Hacia dónde apuntar, entonces, para que la lengua nos junte? Para Marques se trata de un trabajo que empieza por las grandes editoriales, que deben considerar ese compartir latinoamericano de una historia, una cultura: “Así como se ha venido traduciendo a autoras de Uruguay, Argentina, Chile, Bolivia, indígenas, no indígenas, negras, por parte de las editoriales de todos los países, de igual manera hay que traducirnos a nosotras al español. Tenemos que empezar por ese movimiento político de intercambios”. Por otra parte, afirma, también está el trabajo de las universidades y las escuelas, que pueden presionar a las editoriales para que traduzcan a autoras de uno y otro lado —es que los profesores son grandes diseminadores, dice Salomão Carrara.
“Residencias literarias, por ejemplo: escritoras latinoamericanas en territorio brasileño, así como brasileñas en países vecinos. Más intercambio, más becas de traducción y la facilitación de una entrada de editoriales en español por aquí, así como las nuestras en otros países latinoamericanos”, propone Del Fuego para promover la diversidad de las literaturas que se produce hoy en Brasil, de cara a un mercado en otras lenguas.
Desde su orilla, Dantes cree en el poder de los clubes de lectura, las redes sociales, los intercambios: “Es necesario conquistar poco a poco el lugar que ha sido ocupado por los mismos actores, pero todo eso es poco sin apoyo gubernamental: programas de incentivo a la lectura, compras de libros por parte de las bibliotecas públicas, estímulos a intercambios, residencias literarias, convocatorias, becas. Podemos pensar en una lista de caminos que tienen el mismo objetivo: fortalecer autores que circulan fuera del mainstream, de las grandes editoriales y sus poderosas máquinas de divulgación y distribución”.
Ser fruto de la tierra en la que se nace también puede significar ser semilla en otras tierras, volverse árbol en una tierra que, sí, puede ser ajena, pero también puede ser hermana. Dijo João Guimarães Rosa en 1962 que “tampoco las historias se desprenden, sin más, del narrador: lo realizan. Narrar es resistir”. Pensar en una existencia y una resistencia literarias iberoamericanas no es un sueño nuevo sino uno que sigue vigente, y hoy su cara ha cambiado para incluir la riqueza de voces que durante toda una historia tuvieron poco o ningún espacio.
Nara Vidal, Guilherme Gontijo Flores, Vera Giaconi, Giovana Madalosso, Amilcar Bettega, Martha Batalha y otros cuantos componen el tejido de una literatura que trajo frescura, otros temas y principalmente “nuevas y múltiples voces. Con eso ganamos nuevas visiones del mundo, otros protagonistas, tramas y preguntas, distanciandonos un poco de una narrativa recurrente pautada por la visión del hombre blanco de clase media”, destaca Dantés.
Uno de los nombres más importantes de la literatura brasileña, Conceição Evaristo, narradora, poeta y ensayista negra que tiene décadas escribiendo y que apenas en la última década recibió el reconocimiento merecido, dice que su texto es “un lugar donde las mujeres se sienten en casa” y en uno de sus celebrados poemas nos hace un pedido que bien podría representar un clamor de todas las autoras que son sus coterráneas: “Cuando yo muerda / la palabra, / por favor, / no me apresuren, / quiero mascarla, / rasgarla entre los dientes, / la piel, los huesos, el tuétano / del verbo, / para así versificar / el meollo de las cosas”.