Más Información
Otorgar suspensiones es obligación de los juzgadores: magistrado Torres Ángel; “no es delito para abrir una carpeta de investigación"
Da Cámara de Diputados casi 80 mil pesos a Pedro Haces para viaje a Suiza; 19 mil pesos de viáticos por día
Fernández Noroña retira petición a la Corte para que sobresea recursos contra reforma judicial; “no nos moveremos un milímetro”, advierte
Entre los múltiples festivales de cine, Ambulante brinda un amplio espectro del panorama documental y cada año se aborda bajo una perspectiva particular que marca el tono de las secciones en que se divide su programación: pulsos, sonidero, intersecciones, injerto, invocaciones, resistencias, entre otras más. En esta última edición el eje interpretativo se centró en la operación contemplativa de la práctica fílmica que permite entender el cine no como cosa acabada sino potencial, crítica, diversa.
Dos ejemplos bastan para dar cuenta de esa movilidad estilística entre el refinamiento visual y la meditación, la fascinación por la miniatura y lo sublime natural. El primero es el trabajo más reciente del reconocido documentalista Frederick Wiseman: El menú de los placeres: la familia Troisgros (Menus Plaisirs-Les troisgros, 2023). Desde el inicio de su filmografía con Titicut Follies (1967) el método Wiseman ha sido siempre el mismo: inmersión en los lugares elegidos con varias semanas de filmación empleadas para conocer desde dentro un entorno social determinado y el posterior proceso de edición que trata de unir varios momentos, situaciones y sujetos (sin jamás introducir algún comentario en off) como hilos de un minucioso tapiz. Esta observación compleja que nunca se centra en el bastante agotado recurso de la entrevista, sino en la interacción dramática entre los actores sociales de un lugar específico, se elabora con miras a reflexionar sobre la forma de las instituciones y su injerencia en las relaciones humanas. Estaciones de policía, hospitales psiquiátricos, tribunales, escuelas, bibliotecas, museos, centros de seguridad social, gimnasios, zoológicos y demás desfilan ante nuestros ojos bajo una lógica de discursos y comportamientos que nada tienen que ver con la técnica neutral del reportaje, sino que incluyen al espectador.
Lee también: Reseña de la película "El secuestro del Papa": Marco Bellocchio y la dualidad catecúmena
Wiseman decide abordar en esta ocasión el mundo de la alta cocina francesa bajo la égida de la familia Troisgros. Además del hotel-restaurante emblemático Bois sans Feuilles ubicado en la región del Loira y donde sucede la mayor parte de la película, se nos muestra también el engranaje de este pequeño dominio gastronómico: fundado por Jean y Pierre Troisgros en los años 50 y continuado por sus descendientes con el primer restaurante citadino La Central, la pequeña posada rural La Colline du Colombier o una cadena de foodtrucks en el centro de Roanne. Desde el inicio se nos presenta esa organización relacional wisemaniana al entrar in medias res en un plano en interiores, mientras Michel Trosigros y su hijo Léo discuten sobre la elección de las recetas para el menú en La Central. En su mayoría, las películas de Wiseman trabajan con este efecto, un momento-matriz que será retomado en otras partes de la película, pero que nunca es el mismo, una repetición sin repetición, que brinda nuevas articulaciones sobre un discurso presentado con anterioridad, pero en distinta circunstancia. Encontramos entonces una estructura de doble hélice: diálogos, intercambios e interrelaciones de protagonistas diversos entrelazados con planos largos en exteriores, en cámara fija, que dotan de cierta rítmica a sus filmes. En esta antesala de campos vacíos con paisajes de la campiña francesa, campos ganaderos, sembrados del cultivo de la vid o de las granjas de cabras donde se elaboran los quesos se anticipan todas las variedades de los momentos de habla sobre la dinámica de la cocina, la preparación de los platillos, la adquisición de los alimentos o los comensales que asisten en cada comida.
La dinámica audiovisual transita entre el acercamiento de formas y colores de los alimentos, la preparación escrupulosa de platillos sofisticados, la centralidad de la conversación y los planos amplios de larga duración del paisaje, de espacios suntuosos del hotel o de la toma en espejo de la cocina magistral del Bois sans Feuilles y su diligente regimiento de chefs y sous-chefs. No obstante, y como siempre con Wiseman, no nos quedamos en el puro registro observacional, de solemnidad o respeto, más bien se trata de adentrarse al interior del funcionamiento de otra institución más o quizá, esta vez, de todo un socioecosistema. Pues, se abordan los aspectos de una cadena de producción, los procesos de biodinámica y permacultura aplicado a los suelos, así como a la obtención y denominación (D.O.P.) de los alimentos como materia fundamental de esa industria. Así, encontramos una secuencia crítica e irónica donde el chef Michel y su sommelier discuten la posibilidad de adquirir ciertos vinos orgánicos a precios exorbitantes, al igual que los menús ofrecidos en el restaurante, un eslabón más que permite consumir alimentos de alta calidad para una élite.
Esa capacidad de análisis a la distancia pareciera hacer surgir algo que el film oculta, las múltiples facetas de un hecho cultural, un medio selecto con métodos reguladores y a la vez una actividad con su propia estética. Por eso para Wiseman, la toma condesa un universo de creación, una herramienta que puede ser dubitativa o estática y que en su movimiento exploratorio nos transmite la belleza de la miniatura o ese “olor a espacios abiertos” (Philippe Claudel) del gran paisaje francés.
En el segundo caso, tenemos el documental Nocturnas (Nocturnes, 2024) una co-realización de Anirban Dutta y Anupama Srinivasan. En principio, podríamos pensar que la película se inserta en la añeja tradición del documental científico encontrada desde los Lumière o Edison, pasando por Painlevé, Schultz, Cousteau, Attenborough y demás. Bajo la premisa de estudiar el comportamiento de un tipo de polilla particular (la polilla halcón) en los bosques del Himalaya, la investigadora Mansi Mungee nos guía por diferentes zonas y altitudes, momentos de espera, silencio y observación que desembocan en mapas del lugar, datos vaciados en programas de cálculo y clasificación de las especies o en un cúmulo de imágenes fotográficas sintéticas que registran la variedad anatómica de las polillas. Sin embargo, esa aparente línea narrativa no es preponderante, más bien se encuentra marcada desde el inicio por las inevitables oscilaciones del encuentro mismo con un ecosistema insólito que se expresa de manera audiovisual.
Tenemos así, una estructura pendular entre la búsqueda científica, sus procesos cuantitativos y la construcción progresiva en paisaje, con imponentes planos generales del bosque en diferentes momentos del día, sobre todo en el silencio aparente de las sombras o cuando es cubierto por la bruma. Pareciera que esta apertura del espacio, con cámara fija cual cenit regulador, se contiene en una imagen recurrente: una vorágine de oscuridad que en un extremo del encuadre revela una tenue zona de luz donde Mungee y su equipo sostienen una tela en vertical con luz neón para atraer a esta especie de más de 300 millones de años.
En varias secuencias, esta tela en acercamiento frontal se convierte en un lienzo óptico-acústico (acompañado ya sea de música percusiva o de un solo de violonchelo), una superficie con infinidad variopinta de polillas (gloriosa belleza jaspeada, según Gerard Manley Hopkins), una especie de Brueghel viviente, violáceo e inusual. De igual modo, conviven una serie de imágenes del mundo natural, donde se juega con las gradaciones de distintos registros como mediación y medición del fenómeno filmado: considerar el número de polillas que quedan, dadas las afectaciones por el cambio climático y la imposibilidad de migrar de entorno, mientras vemos a los científicos a las faldas de una montaña en la inmensidad con un plano sonoro compuesto con los ruidos de los insectos, de la noche y sus habitantes.
De ahí que el documental no se reduzca al estudio sistemático o la recopilación de datos en programas sofisticados, sino se recombine en posibilidades de re-imaginar lo micro y lo macro, entre el movimiento y la fijeza que desemboca en las secuencias conclusivas de la película con una reflexión fatídica de Mungee: “¿Qué pasará cuando las temperaturas sigan cambiando radicalmente? Las polillas se irán cada vez más arriba de la montaña y les seguirán los pájaros que se alimentan de ellas, de igual modo, las serpientes y otros animales que comen pájaros irán más arriba hasta que ya no haya adónde ir.” Y en esa extrañeza inquietante, Nocturnas despliega una imagen final con el plano de detalle del vuelo de una polilla en resonancia sincrónica, la imagen en lenta metamorfosis cual si fuera el aleteo vibrátil de la última polilla del mundo.