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Por primera vez, en México vivimos una coyuntura política protagonizada, aunque sólo sea simbólicamente, por mujeres. Ya sea como candidatas auspiciadas por el manto sagrado del patriarca oficialista; ya sea como voces de una oposición que lleva consigo la carga ominosa del pasado “neoliberal y conservador”; ya sea incluso desde la banalización del mal que supone la conversión de ese fantasmático fosfo, fosfo en el lema de todo un partido. Definitivamente, una época de mujeres con los elementos a su alcance para transformar el porvenir político de un país machista como el nuestro, ¿o no?
Ese panorama estaba en mi mente mientras leía Claves feministas para liderazgos entrañables (Siglo XXI editores, 2023), de la etnóloga y Doctora en antropología Marcela Lagarde y de los ríos (Ciudad de México, 1948), una de las máximas representantes del feminismo en Latinoamérica y a quien debemos la incorporación del término feminicidio -retomado del constructo teórico femicide, originario de Dianna Russell- a la lengua hispana, por lo que su aporte y lucha no ha menguado en lo meramente lingüístico, sino que puede verse reflejado en el margen jurídico con la tipificación de éste término para nombrar los asesinatos de mujeres cometidos por hombres en sociedades patriarcales.
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Lo anterior en lo tocante al grado más severo del continuum de misoginia que las mujeres vivimos a diario, y es precisamente en el corazón de ese continuum donde el libro de Lagarde se inserta para recordarnos el importante compromiso que las mujeres tenemos con nosotras mismas para generar una sociedad donde podamos habitar con mayor conciencia de las condiciones de nuestro género y, a partir de ello, emprender un camino hacia la emancipación.
Estas Claves feministas se unen a las anteriores entregas de Lagarde –Claves feministas para la autoestima de las mujeres (2020); Claves feministas para la negociación en el amor (2020); Claves feministas para el poderío y la autonomía de las mujeres (2023); todos editados por Siglo XXI- como parte de una labor incansable que amerita la perspectiva filosófica del feminismo, al mismo tiempo intelectual que performativa.
El principal móvil de Claves feministas es demostrar a las mujeres que podemos generar una identidad política de género, independiente de las políticas comunitarias o partidistas, y que dicha identidad es necesaria para constituirnos no ya desde la marginalidad democrática ni desde la simulación (pues una cuota de género es estéril si las mujeres participantes no tienen una perspectiva feminista), sino con la plena convicción de que podemos constituir una sociedad en la que no se parta de la dominación, sino de la creación de oportunidades de desarrollo tanto colectivo como individual, atendiendo las diferencias sin olvidarse de la igualdad.
Podríamos indicar el carácter utópico de las reflexiones de Lagarde, criticar incluso el aparente tono optimista que mantiene a lo largo de sus tres capítulos -el primero dedicado a analizar los supuestos de la modernidad donde el feminismo actual comienza sus andanzas; el segundo es una antropología de los liderazgos; el último pone sobre la mesa los puntos a desarrollar para lograr una ética y una política alternativas-; sin embargo, esto es sólo parte de su fluidez estilística, puesto que Lagarde señala la gravedad que pesa sobre la condición de género de las mujeres desde el instante mismo en que tenemos que construir una humanidad para nosotras, una genealogía de mujeres: “Se nos ha considerado seres inferiores (…) no sólo son creencias o mitos, son condiciones sociales económicas y políticas realmente inferiores”. Así de despojadas nos encontramos, en plena posmodernidad, de nuestra subjetividad. Según Lagarde, esta situación ha sido auspiciada por la interiorización de discursos misóginos hasta para con nosotras mismas y la discriminación que sistemáticamente seguimos viviendo, así como por la ceguera en la cual nos mantenemos para reconocer la violencia que nuestro género atraviesa.
Uno de los grandes aciertos de Lagarde en Claves feministas es el acto de enunciarse como todas las mujeres: sí, Lagarde es una feminista abanderada, pero su voz es también la de las mujeres que apenas atraviesan las rupturas entre su constructo tradicional y el quebranto que representa la toma de conciencia de género, la de aquellas que propician espacios de discusión y construcción feminista, la de esas más que a veces actúan desde el mesianismo, pero que ahí se detectan también ellas como víctimas en las mismas desventajas. La escritura de Lagarde, por ende, es un acompañamiento sororo, un llamado a la colectividad en esta lectura tan íntima que nos hace cuestionar lo que, como mujeres, nacidas mujeres, somos:
“La clave de todas las políticas de género parte de lo sexual. Y sobre esa semejanza está montado lo que llamamos el género; es decir, un conjunto de deberes, responsabilidades y prohibiciones atribuidas a las mujeres como si fueran una emanación de su sexo. Eso es el género, el conjunto de atribuciones simbólicas asignadas al sexo”.
A pesar de que Lagarde no quita la mira de la violencia sufrida por las mujeres y las implicaciones que ésta ha tenido en la construcción de nuestra autopercepción, Claves feministas para liderazgos entrañables no nos coloca en el lugar de víctimas: al contrario, Lagarde nos hace responsables de encontrar nuestro lugar en el mundo, de reconocer nuestras carencias, nuestras propias violencias, y no deja de mencionar que, muchas veces, cuando las mujeres acceden al poder, lo hacen desde posturas masculinizadas, ejerciendo el poder desde el eje de la opresión. Lagarde nos dirá, pues, que la responsabilidad como lideresas será precisamente hacernos de un poder que parta de la afirmación de la vida y la creación y defensa de nuestros derechos como parte de la humanidad.
Regreso al panorama político actual, en el que, quizá, por primera vez en México tengamos una Presidenta. Y pienso: ¿esta mujer, junto con el resto de aquellas que participan en las instituciones públicas del país, realmente está ejerciendo su “poder” de manera autónoma, con propuestas que logren cimbrar la estructura que aún oprime a sus congéneres, o reproducirá una vez más anquilosadas dinámicas de asistencialismo y participación simulada? Más aún: ¿Tiene un compromiso con el resto de las mujeres, allende sus propios intereses partidistas que, dicho sea de paso, son a todas luces, en la práctica, patriarcales? Eso habrá de verse. Yo, por lo pronto, soy mujer de mala fe.