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Fernando Valverde (Granada, 1980) ha decidido no tener patria, exiliarse de España hasta que le permitan ver a su madre, quien se sublimó en una metáfora en su más reciente libro de poemas, que el poeta y ensayista presentó en México junto con su ensayo a 200 años de la muerte de Lord Byron.
Quiso el azar que la entrevista con el intelectual granadino se diese el 10 de mayo pasado, Día de la Madre, lo que acentuó los dramas que se viven en cada poema de Los hombres que mataron a mi madre (Visor, 2024), cierre de una trilogía con La insistencia del daño (2014) y Desgracia (2022).
“Es un día duro para mí. Mi madre no está muerta. El título se aviene a la confusión, de la que no fui totalmente consciente, que siempre me dan el pésame por la muerte de mi madre. Pero ella no está muerte. Sucede que yo no la veo desde hace tres años por situaciones que están fuera de mi control en España, relacionadas con su enfermedad. Ella sufrió un derrame cerebral hace más de 10 años y perdió la memoria. No es dueña de su voluntad. Todo está en manos de tribunales”, aclara Valverde, abrumado.
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“Yo vivo en otro país, he fundado una familia en Estados Unidos, doy cursos en una universidad allí. Y de alguna forma me robaron a mi madre. Me exilié de España, no voy a volver nunca hasta que me permitan verla, hasta que me permitan que pueda conocer a su nieto, a mi hijo, que tiene ya dos años y no ha tenido la oportunidad de conocer a su abuela”, añade el poeta.
Profesor de la Universidad de Virginia, en Estados Unidos, ve en la tradición una herramienta de la bondad y, como los románticos europeos de los siglos XVIII y XIX, con quienes dialoga mejor que con sus contemporáneos, también estrecha la relación entre la poesía y la verdad, entre belleza y verdad.
Su agenda tuvo, además de su debut en la Casa del Poeta Ramón López Velarde, la presentación de Vida de Lord Byron (1788-1816) en la Casa de las Humanidades de la UNAM, coeditora del volumen.
¿Por qué decidió cerrar su trilogía con Los hombres que mataron a mi madre?
Escribí este libro para conseguir justicia poética, para poder hablar y desahogarme de lo traumático que ha sido mi experiencia con el Estado español. Mi contrato social entre el Estado español y mi individuo, mi persona jurídica, está completamente roto. Yo siempre cumplí con mi país, con mis obligaciones, incluso con el concepto de patria, desde un punto de vista que en España sonaría muy mal esa frase, porque recordaría al antiguo régimen (el franquismo), pero cuando necesité a mi país y a su gente no respondieron como se habría esperado del contrato social a la manera en que lo planteó Rousseau. Por eso me exilié y no volveré nunca a España hasta que no me permitan ver a mi madre.
Lamento su situación. Justo entendí su libro más allá de la anécdota personal, como metáfora.
Fabuloso. Porque yo no quería convertir el libro en la narración biográfica de mi historia; de hecho, muchas de las cosas que hay en el libro son imaginarias. No es una crónica de lo que a mí me sucedió. Y no quería que mi madre fuera la protagonista del libro; la protagonista del libro son todas las madres que sufren violaciones, abusos, maltrato, el aprovechamiento que hace de ellas una sociedad patriarcal, cómo es que hay quien puede llegar a beneficiarse de la enfermedad de una mujer.
Yo quería convertir a mi madre en un símbolo de todas las madres
Fernando Valverde, poeta
Al fin y al cabo, pensamos que es algo particular, pero no, es algo con lo que me encuentro en el día a día. Cada vez que voy a una ciudad, en diferentes países, a presentar el libro, no tienes idea de cuántas madres se acercan después de la presentación a decirme que se sintieron identificadas, que han sentido abusos, que han sido robadas por gente cercana a ellas. Y yo quería convertir a mi madre en un símbolo de todas las madres, que habiéndonos dado lo más maravilloso y preciado que tenemos, que es la vida, hay quien se aprovecha de cualquier momento de su debilidad o de cualquier mujer.
Veía una relación Madre-Muerte en el sentido trágico de Unamuno.
Qué bien que saques a Unamuno, porque lo amo. Imagínate, siendo yo un español en el exilio, Unamuno también fue un español en el exilio, y también él pensó que la sociedad española era envidiosa y que por su campo paseaba todavía la sombra de Caín. La figura de la madre y su relación con la muerte, claro, la madre es la antítesis de la muerte, representa todo lo contrario; pero, por otra parte, a lo largo de la historia de la literatura y de la humanidad, a la mujer, aun siendo la antítesis de la muerte, se le ha puesto a las puertas de la muerte, y su relación con la muerte ha sido más estrecha que con la vida, siendo algo completamente absurdo. ¿Qué puedo decirte de cómo de cerca está la mujer de la muerte en un país como el vuestro (México), que yo tanto quiero, en el que se producen feminicidios cada día? ¿Cómo se matan a las mujeres por el hecho de ser mujeres? ¿Puede existir una ruindad más grande? Somos una sociedad enferma. Esto sólo puede ser el producto de una sociedad enferma. Y la enfermedad de nuestra sociedad está en el libro. Intenté meterla ahí como un veneno. Aparece algunas veces la imagen de ese veneno que nos tortura y que nos envenena y que ha envenenado nuestras leyes.
Otra vez las leyes...
La Constitución española no estuvo hecha en la igualdad entre hombres y mujeres. Esto es tragicómico, como casi toda la historia de España. A mis estudiantes de Estados Unidos les produce risa que la Constitución española por un lado empieza diciendo que todos los españoles son iguales ante la ley, para después decirnos que la figura del rey es inviolable y que no puede ser juzgado. ¡Ey! ¿Somos todos iguales ante la ley y me estás diciendo justo después que hay alguien que no puede ser juzgado? ¿Por motivo de qué? ¿De nacimiento? ¿De herencia? ¿Y quién nombró a ese rey?
Mis estudiantes de Historia Política y de Leyes de Estados Unidos se ríen de la Constitución española, y con razón
Fernando Valverde, poeta
El dictador (Francisco) Franco, que fue el que nombró al rey y la continuidad de la monarquía de los Borbones. Yendo más adelante hay un golpe dramático contra las mujeres, que ahora quieren cambiar para que pueda gobernar la hija del que fue mi soberano, ya no soy súbdito, afortunadamente. Es que sólo el primer varón puede acceder al trono de España. Todos los españoles son iguales, pero solamente los hombres pueden ser jefes del Estado español y el rey no puede ser juzgado. Mis estudiantes de Historia Política y de Leyes de Estados Unidos se ríen de la Constitución española, y con razón.
Pero las leyes no son poesía.
Exacto.
¿Y cómo reconcilia su vida pública, política, social, con la poesía?
Intentando no resignarme ni desanimarme, y en muchos momentos es difícil, porque las injusticias son permanentes. Hay un tema que a mí me preocupa y que se está volviendo central en mi trabajo: la confusión entre la ley y la justicia. En España se refieren a la ley y a los tribunales como la justicia; en los medios de comunicación, por ejemplo —yo fui periodista 10 años (en El País) y lo hacía también, no es que piense que los periodistas son criaturas diferentes a los poetas, yo fui periodista, tuve espíritu de periodista y sigo siendo periodista.
Bueno, sí estamos hablando de dos especies diferentes.
No tanto, no tanto. La diferencia está en una cuestión de estilo, pero tenemos una búsqueda en común: estamos persiguiendo la verdad. El poeta también persigue la verdad, un buen poeta. Un poeta que no persigue la verdad es un estafador. Ahí te di un titular. Tengo espíritu de periodista, como ves, ja, ja, ja.
Digamos que ese titular ya se lo ganaron Goethe y Keats.
En España se refieren continuamente a la legalidad como la justicia. Por ejemplo, dicen: “La justicia española condena a tal persona a cinco años de prisión”. ¿Cómo que la justicia española? Eso no existe. Será el código penal o el código civil o un tribunal provincial o una audiencia concreta. Pero la confusión entre la ley y la justicia es demencial, y es un cáncer de nuestro tiempo.
En México aún hay quien se refiere a España como “madre patria”. ¿Qué es ese concepto para usted?
Es que España no es mi madre patria. Yo no siento que tenga una patria. Soy un expatriado en todo caso. Y quiero creer lo que decía Lord Byron con respecto a los buenos poetas, no sé si soy un regular, malo o buen poeta, pero, sí, claro que me gustaría llegar a ser un buen poeta algún día, él decía que los grandes poetas no tienen patria.
Hace dos siglos murió Lord Byron. ¿Se siente usted un neorromántico en el siglo XXI?
Dialogo mejor con Shelley y con Byron que con mis contemporáneos. Cuando me siento a leerlos y hablar con ellos en la noche, en mi soledad, los siento más cercanos que a la mayoría de los poetas que están escribiendo hoy. Así que soy un neorromántico muy romántico. Pero sí leo a mis contemporáneos todo el tiempo. Aquí, en México, mis maestros son Marco Antonio Campos, Víctor Manuel Mendiola, poetas formidables. De mi generación dialogo con Javier Gutiérrez Lozano, con Alí Calderón, con Mario Bojórquez, tres poetas indispensables, el futuro de la poesía mexicana. En México y en Colombia se está escribiendo la mejor poesía en lengua española. Los mexicanos pueden sentirse orgullosos de que sus poetas están a la cabeza del español en este momento.
Tengo la impresión de que su poesía regresa a esa línea de las generaciones españolas del 98 y del 27: Machado, Unamuno, García Lorca, a contracorriente de esa influencia que hoy asumen los poetas en lengua española de la poesía en lengua inglesa, como por ejemplo de Anne Carson. ¿Cómo ha encontrado ese camino de regreso a España alejándose de España?
Ese nadar a contracorriente cansa, pero recompensa. Estoy totalmente de acuerdo contigo. No tengo una gran ambición de gustar. Cuando era un muchacho que empezaba a escribir, el propósito, mi primer objetivo o lo que más me interesaba o perseguía, era esa pequeña vanidad de gustar, de entregar el poema y que gustara a alguien. Ahora no tengo una preocupación tan grande por el público, y no se trata de un desprecio al público sino de una forma de respeto a la poesía. Lo que se está vendiendo masivamente hoy son obras de autores que no conocen la tradición, que tratan la poesía como un objeto comercial, como producto del neoliberalismo. Y, claro, es muy difícil nadar en contra del neoliberalismo, porque el control que ejerce sobre nosotros es total; a través de todas estas herramientas (el celular), saben todo sobre nosotros, toda la información se transmite por los mismos canales.
El tratar de estar fuera de eso, dentro de las posibilidades que tiene un poeta de hacer una carrera al margen, no te digo en contra, sino sencillamente fuera, pues es un acto de soledad, en definitiva. Sí me siento muy solo, por eso te digo que dialogo mejor con esos poetas de principios del siglo XIX que con mis contemporáneos, porque siento un gran vacío en su discurso, una falta de profundidad, que a mí me produce pena.
¿Cuál diría que es la diferencia entre tradición y conservadurismo?
La tradición no implica para nada ser conservador en la literatura. Es como si pensáramos en que el conocimiento de la historia nos convirtiera en personajes del antiguo régimen. La historia, en su mayor periodo de tiempo, la forma de gobierno que ha predominado ha sido la monarquía, pero el hecho de estudiar la historia no nos convierte en monárquicos, sería una idea absurda. Es otro de los dramas, es otra de las ideas curiosas que han partido de los departamentos (de enseñanza) de Estados Unidos, y es lo más grave, que muchas de esas ideas vienen del ámbito universitario y de la investigación.
El conocimiento de la tradición nos hace más libre. Tú puedes leer a Byron y te puede parecer deslumbrante, pero al mismo tiempo su obra odiosa, por esa misma repulsa, porque el desprecio de algo, la molestia, es una forma de enseñanza; si no somos capaces de aprender lo que nos molesta, va a ser muy difícil que sepamos cómo comportarnos para no molestar a otros. Si no sufrimos la molestia en nuestras propias carnes, cómo vamos a tomar decisiones para no provocarla en la persona con la que nos topemos. La tradición y su rompimiento es una herramienta fundamental para la bondad.
Sostiene que Byron o la mayoría de los románticos ingleses han sido marginados como personas por una cuestión moral, por sus conductas. Pero, ¿por qué se marginó a su poesía?
Porque hay una confusión entre la vida privada y la obra, que en nuestro tiempo, en esta cultura de cancelación actual, se ha convertido en radical. Es decir, si un autor tuvo esclavos, ya no podemos leerlo aunque su obra sea maravillosa. Estoy totalmente en contra de la esclavitud, pero eso no me impide leer la obra de (Thomas) Jefferson, fundador de la universidad donde trabajo. Le pregunté a una profesora qué pasaría si descubriéramos que Shakespeare tuvo esclavos. Me contestó que tendríamos que dejar de leerlo. ¿Cómo es posible? Hasta qué punto somos capaces de llegar a juzgar la vida de los otros, a siglos de distancia, y cancelar sus obras como consecuencias de sus experiencias vitales. Es una estupidez de un nivel soberano, que no sé cuánto tiempo se va a mantener, pero que está produciendo un daño muy grande en los departamentos universitarios, en los programas de enseñanza.
No hay injusticia más grande ni juicio más injusto que poner frente a la hoguera a una persona que ya no puede defenderse porque murió hace décadas
Fernando Valverde, poeta
En México igual están ocurriendo cosas realmente lamentables con la cultura al respecto.
Parece que para reconciliarnos con los males de nuestros antepasados, tenemos que variar nuestras lecturas de forma obligatoria, para ser mejores ciudadanos. Pero, sigo pensando que Cervantes me hace mejor ciudadano y que la obra de Shakespeare me mejora como ser humano; que Octavio Paz es un poeta al que hay que leer. Recién, un profesor de la Universidad de Puebla me contó que algunos de sus estudiantes se niegan a leer a Octavio Paz, por sus cartas sobre su relación con Elena Garro. ¿Cómo es posible? ¿Cómo puedes renunciar a leer a Octavio Paz? ¿Y cómo puedes juzgar a los muertos en el sentido de que para que un juicio sea justo alguien tiene que tener derecho a presentar un escrito de defensa? Cómo podemos juzgar a alguien que no puede defenderse. Pero lo presentan como la bandera de la libertad y la justicia, cuando no hay injusticia más grande ni juicio más injusto que poner frente a la hoguera a una persona que ya no puede defenderse porque murió hace décadas o siglos.
¿Y cómo concilia esto que me dice con Los hombres que mataron a mi madre? Porque en su libro usted expone la violencia contra la mujer, que es una de las acciones que han impulsado esta mal llamada cultura de la cancelación.
La verdad es la portadora de justicia. Cancelando estamos invisibilizando cosas. Si cancelamos los actos machistas del pasado, en el sentido de ya no puedes leer este libro porque tiene contenido machista, lo que estamos haciendo es invisibilizar la gravísima situación que ha padecido la mujer durante siglos, la gran discriminación. Y esa gran discriminación explica que su presencia sea mucho menor en la historia del arte, en el canon de la literatura. Si no hacemos visible toda esa tragedia del tiempo, la respuesta que vamos a obtener a por qué no están las mujeres en el canon del siglo XVIII, XIX y XX va a ser estúpida.
¿La vida juzgada y la poesía ignorada?
Respecto a esta suerte de contradicciones políticas, como la vida de Byron, que pueden afectar a una obra, la respuesta nos la da Shelley y la bondad de la que te hablaba antes. Hemos despreciado la importancia que tiene en la vida la imaginación. Tal vez porque se ha identificado con la idea de la fantasía, como si la fantasía y la imaginación fueran la misma cosa. No, la fantasía es inventar cosas, personajes fantásticos como el Frankenstein de Mary Shelley; sin embargo, la imaginación es la herramienta fundamental para que actuemos con el bien moral como propósito. ¿Por qué? Porque sólo si somos capaces de imaginar el daño que podemos causar a los otros con nuestros actos, seremos libres de elegir si causarlo o no.
Y Rousseau pensaba que, en ese dilema, cualquier persona que no esté enferma, elegirá el Bien antes que el Mal. A mí me encanta esa ingenuidad de Rousseau y soy militante en esa ingenuidad, porque creo que me cura. Desgraciadamente, es posible que sea sólo ingenuidad. Pero la imaginación es la respuesta, es la que rompe todas esas contradicciones y nos ayuda a ser mejores personas. Todas las universidades deberían tener un departamento de imaginación, porque la enseñanza de la imaginación es la enseñanza de la bondad.
¿Teme que algún día renuncie a la poesía por la Historia?
No, no temo. No en concreto por la Historia. Lo que temo es que la poesía me abandone, me pasa siempre. Cuando me presentan como “el poeta Fernando Valverde”, me siento un poco extraño, porque uno no es poeta todo el tiempo. Te prometo que yo ahora mismo no me siento poeta; me siento poeta en momentos muy puntuales, cuando estoy escribiendo un poema, cuando lo estoy corrigiendo. El resto del tiempo lo que tengo es el miedo a que no vuelva la poesía, a sentarme y a que el duende del que hablaba Lorca no aparezca. No sé si volveré a escribir un poema más, y ese es el drama que acompaña a un poeta toda su vida.
Que lo abandone la poesía, ¿sería como ir al Más Allá para usted?
¿A qué te refieres?
Rimbaud, por ejemplo.
Sí, a Rimbaud debió abandonarlo la poesía. He pasado periodos en los que me sentaba a escribir, y todo lo que escribía me parecía malo, no me gustaba nada, no aparecía esa voz que viene desde fuera, que te susurra. No sé si voy a volver a sentarme hoy, mañana, el mes que viene, y esa voz va a estar ahí. Si esa voz no vuelve a estar, será dramático. No quiero que eso suceda, es mi miedo.