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“Las ideologías nos separan, los sueños y la angustia nos unen”, escribió Eugène Ionesco. La angustia, un sentimiento de malestar profundo y perturbador, ha sido un tema recurrente en la filosofía a lo largo de los siglos. Quise detenerme aquí, antes de adentrarme en Aristóteles, porque me interesa reflexionar de forma sucinta acerca del malestar en la sociedad y que resalta cuando existe una fatiga cultural. En el siglo XXI, la angustia (también llamada desesperación) ha adquirido nuevas dimensiones debido a los cambios rápidos y sustanciales que caracterizan nuestra era. La globalización, la tecnología, la crisis ambiental (incomprendida) y la incertidumbre política son sólo algunos de los factores que contribuyen a la prevalencia de la angustia en el mundo moderno, distraído en verdad.
Desde la perspectiva existencialista, la angustia se considera intrínseca de la condición humana. Søren Kierkegaard y Jean-Paul Sartre consideraban la angustia como una consecuencia inevitable de nuestra libertad y responsabilidad. En el siglo XXI, esta idea se ve amplificada por la diaria sobrecarga de información y la multiplicidad de elecciones de falso albedrío. La libertad de elegir entre innumerables opciones puede resultar paralizante, llevando a una sensación de hastío y un deseo de muerte. Todo lo que menciono aquí no radica en el descubrimiento de una problemática actual, pero tendemos a olvidar las causas que nos llevan a la desesperación o hartazgo. Más que nunca hemos perdido la clandestinidad y la privacidad, peor aún lo alentamos.
Aunque la tecnología ha facilitado la vida, también ha introducido nuevas fuentes de angustia. La hiperconectividad y la dependencia de las redes sociales han creado un entorno donde la comparación constante y la búsqueda de validación externa son omnipresentes. Esta dinámica puede llevar a una disminución de la autoestima y al aumento de la ansiedad. Por otro lado, la precariedad laboral y la incertidumbre económica para todas las generaciones se suman a los factores que empeoran la angustia moderna. La inestabilidad del mercado laboral, la automatización y la gig economy (economía bajo demanda), han hecho que muchos sientan una inseguridad constante sobre su futuro financiero, y sí deberían de preocuparse.
La supuesta crisis ambiental es otro factor que exacerba la angustia en el siglo XXI. La conciencia creciente sobre el cambio climático y sus efectos devastadores ha generado un sentimiento de desesperanza en muchas personas, he visto a gente gritar que no quieren reproducirse por la falta de agua, la misma que adopta mascotas que luego abandonan, por cierto, o que transmutan a identificarse con sirenas. La percepción de un futuro incierto y amenazado por desastres naturales contribuye a una sensación de colectiva de miseria que es difícil de ignorar, pero en este sentido trágico, y lo resalto, la única manera de estar preparados para el cambio climático es generar las condiciones para que éste no sea un problema. Siempre ha habido cambios climáticos, el mundo no dejará de existir por el aumento de las temperaturas, pues estas se regularán tarde o temprano. La pregunta en todo caso es: ¿quién se beneficia de la histeria de la masa? ¿quién se beneficia de tú histeria?
En el ámbito político, la polarización y la inestabilidad también son fuentes de angustia. La desconfianza en las instituciones y el aumento de discursos extremistas han creado un ambiente de incertidumbre y miedo. Sin ánimo de convertir esto es una oda a la superación personal, el estoicismo si lo estudiamos a fondo, nos enseña la importancia de enfocarse en lo que está bajo nuestro control y aceptar lo que no lo está. Como dirían nuestros padres, aléjate de lo que no te beneficia. La búsqueda de sentido en medio de la angustia es una tarea continua y colectiva.
El pesimismo y la angustia son dos fenómenos profundamente entrelazados. Ambos conceptos han sido explorados y debatidos a lo largo de la historia y sus interacciones ofrecen una rica perspectiva sobre la condición humana. Jean-Paul Sartre, en su exploración del existencialismo ateo, abordó la angustia desde la perspectiva de la libertad radical. Según Sartre, la angustia es la experiencia de la libertad absoluta del individuo, confrontado con la responsabilidad de crear su propio significado y valores en un mundo sin propósito; no obstante, esta libertad puede resultar aterradora, ya que obliga al individuo a asumir la responsabilidad de todas sus decisiones que nos puede llevar al pesimismo. Todo parece una encrucijada.
La tecnología moderna, sobre todo las redes sociales y la hiperconectividad, ha transformado la naturaleza de la angustia y el pesimismo. La promesa de la felicidad a través del consumo y la adquisición de bienes materiales e inmateriales se enfrenta a la realidad de que estos objetivos no proporcionan la satisfacción duradera que prometen. Byung-Chul Han, por ejemplo, argumenta desde la obviedad que esta lógica del consumo produce una sociedad de la fatiga, donde la angustia surge de la insatisfacción perpetua y la incapacidad de alcanzar una realización auténtica.
A lo largo de la historia, las tradiciones religiosas y espirituales han ofrecido respuestas al pesimismo y la angustia. En la actualidad, como siempre ha ocurrido, muchas personas buscan en la espiritualidad y la religión, ahora también digitales, formas de encontrar sentido y consuelo frente a la incertidumbre del mundo moderno; me llama la atención cómo se ofrece la paz a través de la meditación por la computadora cuando es justamente de ese aparato del que debes huir, en ese sentido. ¿Qué hacer, pues, con la angustia colectiva que requiere de un entorno socioeconómico seguro y armónico para lograr una satisfacción auténtica y duradera? Como plantea Ionesco, estamos en un gran momento espiritual al que denomino “religión de la histeria”, sin templos, donde los ídolos de carne y hueso somos todos nosotros más nuestra desesperación por lograr una paz sin destino. Se nos mantiene atados a la promesa de la felicidad desde un estadio de falsas rectitudes, lo correcto, donde la gran mayoría son mártires y santos sin geografías. Les propongo dejar de escuchar a tantos… hay que cerrar los ojos un momento.