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Se les mira por las calles en pequeños grupos, portan un chaleco con los colores que asumió, como identidad, este gobierno. Los he visto reunirse, acercarse a la gente y, al mirarlos, me encuentro que algunos tienen el logo de MORENA y otros, el logo de alguna institución de gobierno, por ejemplo, la secretaría del Bienestar.
¿Cómo llegamos a esa perversidad? El viejo PRI nunca fue tan cínico de mostrarse así, a pesar del uso faccioso de los colores de la bandera, y sobre lo que protestamos durante décadas. Increíblemente, el alumno supera al maestro.
La historia del poder en México ha sido la expresión más acabada del autoritarismo personal; somos un país donde los caudillos siguen siendo hoy, los fenómenos más recordados: Antonio López de Santa-Anna, Benito Juárez y Porfirio Díaz, son el mejor ejemplo de ello.
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Tras el asesinato de Álvaro Obregón, presidente electo, en 1928, Plutarco Elías Calles, inventó una nueva expresión; señaló que se había terminado el tiempo de caudillos y comenzaba una época de instituciones.
Ello se tradujo en un caudillismo temporal, sexenal. Los presidentes se convirtieron en seres excepcionales cuyo poder, omnímodo, gestó una nueva forma de dominar a la sociedad a través de un país caudillista, como antaño, pero acotada por el tiempo.
El propio Calles pensó que podría mantener en la sombra el poder y por ello se conoce esa etapa el Maximato, pues se le solía llamar “El Jefe Máximo de la Revolución”.
Tres presidentes debieron someterse a su mando: Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio y Abelardo Rodríguez; Cárdenas, otro gran mito, un caudillo más, rompió con Calles y comenzó una nueva etapa a partir de la cual, negociaron los caciques del poder y de esta manera empezaron a variar las posiciones políticas de cada presidente, desde un populista como don Lázaro, hasta un tecnócrata neoliberal como Salinas de Gortari.
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El poder presidencial era tal, que podía definirse muy fácil, se decía que cuando el presidente pregunta la hora, la respuesta del coro era: la hora que usted diga, señor presidente.
Este viejo sistema comenzó a desquebrajarse, poco a poco, a partir de las protestas del 68, que buscaban una democratización, ante el poder presidencial, que tuvo al partido oficial como una falsa careta democrática y tuvo su clímax en 1988 cuando, otro caudillo, Cuauhtémoc Cárdenas rompió con el partido oficial; en el año 2000, otro caudillo, Vicente Fox, terminó la etapa del PRI y durante dos sexenios parecía el fin del priismo, por lo menos a nivel presidencial.
En 2012, volvió un nuevo-viejo PRI que ya no resistió y comenzó un traslado hormiga hacia un nuevo partido: MORENA, conformado por un caudillo, López Obrador, un personaje autoritario que hasta los 38 años militó en el viejo PRI. Es decir, mientras que los jóvenes de su generación pensaban en el cambio y militaban en una izquierda socialista, él se mantuvo como fiel creyente del PRI, inclusive el neoliberal y salinista, pues al contrario de Cuauhtémoc y de Muñoz Ledo, permaneció fiel y disciplinado al partido tricolor.
MORENA, como el primer PRI, el PNR, es un frente que admite desde la ultraderecha (con el Yunque, ProVida, Legionarios de Cristo y Opus Dei) hasta una izquierda burocrática y anacrónica (Pablo Gómez es su mejor expresión)
En 2018, vendió su proyecto como un “cambio verdadero” y su discurso esperanzador y mesiánico tuvo un impacto inusitado: treinta millones de mexicanos le creyeron y se convirtió en el candidato más espectacular de nuestra historia.
No obstante, su gobierno ha sido una tragedia. NO me detendré en la argumentación económica, de salud o educativa, sólo en lo político.
La creación de MORENA ha significado la vuelta al autoritarismo presidencial. Es penoso leer declaraciones como la del ex procurador Bernardo Batís que declaró, a propósito de la grosera actuación contra Amparo Casar (más allá de si tiene o no razón, la voraz forma de atacarla por parte de AMLO, invadiendo su privacidad) señaló: “Yo confío plenamente en la buena memoria del presidente, tiene 20 años menos que yo y tiene mucha mejor memoria, yo no recuerdo esa reunión, pero no niego que haya sucedido". El historiador Héctor Aguilar Camín, señaló, al respecto: “Siempre es posible suplir una desmemoria con una cortesanía”.
Todo esto viene a cuento para decir que el presidencialismo volvió; ya desde el destape a la candidata Sheinbaum, groseramente llamado el corcholatazo.
MORENA devolvió el sueño autoritario al priismo en declive (el mejor ejemplo es Yucatán donde los candidatos a gobernador y al Senado son viejos militantes del PAN y del PRI. El colmo es que la formula priista de 2018 es la misma de MORENA en 2024)
En México hemos vivido la democratización como el mito de Sísifo, cargando una roca para llegar a la cima de la democracia y cuando estaba a punto de llegar la roca vuelve a caer, un Zeus autoritario se aparece y tira de nuevo la roca y hay que volver a cargarla esa pesada carga.
Y aunque la oposición actual, tampoco es lo mejor que tenemos, hay que darle fuerza y que la mafia del poder única no se eternice.
México es una nación plural y como tal, se deben mantener y respetar todas las expresiones existentes. Tener oposición es lo mejor que puede pasar a nuestro país, no tenerla, es caer en ese hoyo negro de la dictadura perfecta.
NO hay muchas opciones, votaría por un partido socialdemócrata, pero no hay. Hay dos sopas, la continuidad autoritaria o el regreso a la pluralidad. Por eso, mi voto, será para Xóchitl.