La Tierra no les pertenece a los países. Nos pertenece a las personas, a los seres vivos. Como la noche y el día, la Tierra no es propiedad de los Estados, aunque desde luego las personas y los Estados podemos poseer parcelas: la Tierra como conjunto no es de nadie, y esto se percibe muy bien en altamar.

Profiero (y profeso) esta idea tan obvia porque algunas aduanas y algunas oficinas de Migración se comportan como si entrar en un país fuera como entrar en una propiedad privada. Y no es rara la paradoja de que individuos de dudosa conducta ingresen fácilmente en un país al que le es muy difícil incorporarse a una persona respetuosa de todos los protocolos y deseosa de ofrecer sus servicios profesionales (esto, no lo olvidemos, enriquecerá a su país de origen y al país receptor).

La Unión Europea ha conseguido un primer esbozo de libre circulación de las personas en un territorio amplísimo de alrededor de veinte países, y sus ciudadanos deben tener una experiencia de auténtica libertad al moverse más allá de sus respectivas fronteras.

Haré otra reflexión más o menos evidente antes de entrar en materia: las pérdidas personales pueden marcar un destino para siempre. Y quienes buscamos convertir los países en Tierra, en Mundo, en Planeta Común, en Casa, dejamos tras de nosotros certidumbres e incertidumbres, posesiones y pertenencias, rutinas como escudos protectores.

Y con nuestro puro desplazamiento ya vamos produciendo y consumiendo bienes tanto tangibles como intangibles: tan sólo esta dinámica de producción y consumo ya debería bastar para que se nos considerara sujetos económicos.

El número 7 de la "Revista UNAM Internacional" se titula “Migraciones”. A diferencia de su hermana mayor, la octogenaria "Revista de la Universidad", la Internacional es jovencísima y es enteramente digital. El diseño es muy grato y accesible. Los temas se van tratando con profundidad, como lo constataron los doctores Laura Vázquez y Fernando Lozano al presentar el número en el Instituto de Investigaciones Jurídicas hace unos días. Justamente de pérdidas habla Camelia Tigau en uno de los primeros textos, “Descalificación y vergüenza. Un estudio sobre las fallas en la integración de profesionistas extranjeros”:

Cuando las personas migran, pierden muchas cosas, como las experiencias en las comunidades que dejaron atrás, y en algunos casos, sus vidas. Si son profesionistas, también pueden perder su profesión, un fenómeno conocido como descalificación o subcalificación en la literatura sobre migración.

Cuando las personas migran, pierden muchas cosas, como las experiencias en las comunidades que dejaron atrás”


Alberto Vital

Impresionante y paradigmático es el relato de un afgano de seis años por las montañas de su propio país en los años soviéticos: viajan de noche para pasar inadvertidos; sin embargo, entonces madre e hijo corren el riesgo de caerse de sueño sobre el burro. Por fin él, ya joven, regresa a su país y aprende a reparar televisores y radios. Pero el orbe talibán odia los televisores y los radios, y ahora él tiene que huir a Gran Bretaña, donde obtiene trabajos muy inferiores a sus destrezas, que se pierden como se han perdido muchos familiares en los sucesivos conflictos bélicos.

La noción de pérdida es tan relevante que la literatura nace y renace con ella. La Ilíada comienza con la célebre cólera de Aquiles porque lo despojaron de su botín… que por cierto es una persona, una mujer. Don Quijote ha perdido la razón; Juan Preciado, a su padre.

Presentar a un personaje en “situación de pérdida” es una estrategia muy común cuando el propósito consiste en que se despierte pronto la empatía de lectores o espectadores.

El ser humano es tan rico en pertenencias y posesiones que las posibilidades de pérdida se vuelven equiparables en número: hay muchísimas maneras de presentar a un personaje “en situación de pérdida”.

La pieza en escena que mencioné hace quince días, Sin fecha de caducidad, nos habla de mujeres que han perdido juventud y han ganado agudeza, conciencia, desde luego experiencia. Asistimos a una sucesión de monólogos y diálogos que les van permitiendo a las tres protagonistas exponer temas a veces muy notorios y conocidos, abiertos y públicos, como los derechos de la mujer en el marco del envejecimiento, y temas a veces cercanos al tabú, como la masturbación.

El Foro del Dinosaurio del Museo Universitario del Chopo fue un escenario generoso y muy bien preparado para una presentación que no se planteaba como una obra de teatro convencional, sino como una constante provocación al entendimiento y a la sensibilidad del público desde el análisis y el testimonio.

Puedo inferir que la autora y directora, Edurne Goded, permitió a sus tres actrices alternar parlamentos escritos por ella con expresiones muy personales, muy autobiográficas, de cada una de ellas (Mónica del Carmen, Regina Flores Ribot, Tae Solana).

Y es así como en algún momento Tae Solana recuerda que los viajes a Querétaro con la familia del abuelo paterno eran para ella viajes a Japón, pues de pronto, a pocos kilómetros de la Ciudad de México, en la casa todo era japonés, y ella era una niña y disfrutaba la experiencia, la analogía.

¿Envejecer es una pérdida? La pregunta, probablemente, está mal formulada. En una balanza invisible, se van dando esos equilibrios que las convenciones del habla estructuran con frases como la que escribí arriba: “mujeres que han perdido juventud y han ganado agudeza, conciencia, desde luego experiencia”. Esa balanza nos hace tolerable el envejecer.

En todo caso, como bien lo han estudiado especialistas como la doctora Aída Díaz Tendero, de la UNAM y de la Universidad Complutense de Madrid, no son lo mismo vejez (estado social) y envejecimiento (proceso biológico). Digamos, en estos términos, que las protagonistas de Sin fecha de caducidad asumen el envejecimiento pero no se resignan a la vejez y, por ejemplo, quieren tener una vida sexual plena, ya sin los temores de edades previas. A esto y a otros elementos alude el título. Las pérdidas, en fin, se compensan.

¿Hay mayor pérdida que ver cómo desaparece el imperio donde naciste y es sustituido por un imperio completamente distinto al tuyo? Naciste en el mesoamericano Tenochtitlan, dominante de costa a costa, y mueres en la capital de un Virreinato cuya influencia es trasatlántica y transpacífica.

Cuando comemos una tortilla, recuperamos un imperio. O recuperamos, al menos, vestigios de un imperio.

Esto y otras brillantes reflexiones nos sugirió el doctor José Rubén Romero el jueves 15 de agosto en el Auditorio Benito Juárez de la Facultad de Derecho de la UNAM, cuando se llevaron a cabo los trabajos correspondientes a 2024 de la Cátedra Miguel León Portilla, extraordinaria por varios conceptos.

Esa mañana se reunieron autoridades de la Facultad de Derecho (la doctora Sarah Mis León, secretaria general) y del Instituto de Investigaciones Históricas (la doctora Elisa Speckman, directora) para conmemorar a una figura que altas instancias de Estados Unidos de América reconocieron formalmente como “leyenda vida” hace unos años.

Estuvo presente la doctora Ascensión Hernández Triviño, esposa de don Miguel. Se personaron la hija y el hijo político del maestro. Patrick Johansson dictó una minuciosa conferencia sobre conceptos que defiende la existencia de una auténtica filosofía náhuatl mediante soportes distintos al discurso especulativo occidental.

La sesión se prolongó el sábado 17 para estudiantes del Sistema de Universidad Abierta, con presencia de la directora, la doctora Sonia Venegas.

Se perdió un imperio. Se ganó una nación diversa. Y desde hace más de medio milenio viene moldeándose en nuestras manos —dócil, dúctil— una sabia mezcla de agua, cal, maíz. La tortilla.

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