¡Qué difícil y qué necesario es coordinarse!

El físico Richard Feynman contaba una anécdota: Albert Einstein anunció que asistiría a una de las exposiciones del joven nacido en 1918 (Einstein era de 1879).

El joven estaba tan nervioso que llegó antes a la sala para tener todos los detalles listos y aclimatarse a la atmósfera que reinaría durante la sesión.

Pero resulta que el propio Einstein llegó temprano y se dirigió a él con una pregunta amable y aun así contundente:

—¿Sabe usted dónde se encuentra la mesa con el servicio de café y té?

—¡Claro!

Feynman le señaló la zona al legendario padre de la Teoría de la Relatividad. Después suspiró:

—Por lo menos ya contesté bien la primera pregunta de Albert Einstein.

Si tuviéramos enfrente al físico alemán y pudiéramos dirigirle dos preguntas, la primera podría ser la siguiente:

—¿Cuánto es uno más uno?

De seguro la respondería bien y sonreiría irónico ante la escasísima probabilidad de que la segunda fuera imposible para él. Hela aquí:

—¿Cuánto suma una persona inteligente más una persona inteligente?

Las ciencias sociales y las ciencias humanas comienzan con la respuesta a esta cuestión engañosamente fácil.

Si las dos personas inteligentes no dialogan, la respuesta será “cero”.

Albert Einstein y Robert Oppenheimer convivieron en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton
Albert Einstein y Robert Oppenheimer convivieron en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton

Si se pelean (lo que ocurre a menudo con dos seres si han dejado que su inteligencia se envuelva en la arrogancia) tendremos como respuesta un número negativo, como cuando dos líderes van a la guerra: entonces padeceremos pérdidas.

En cambio, si dialogan, colaboran y además poseen un determinado talento, entonces no tendremos una suma, sino una multiplicación, como en el famoso ejemplo de John Lennon y Paul McCartney, cuyos respectivos genios se potenciaron “exponencialmente” en el mutuo apoyo, no exento por momentos de cierto espíritu competitivo.

Representantes de las ciencias sociales, las humanas y las físicas, biológicas y médicas de México y España dialogaron durante el II Encuentro de Científicos Mexicanos y Españoles, Sin Fronteras, organizado por el Centro de Estudios Mexicanos UNAM-España, las coordinaciones de Humanidades y de la Investigación Científica de la propia Universidad Nacional Autónoma de México, el Instituto Cervantes, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) de España y —last but not least— el Instituto Universitario de Investigación Ortega -Marañón, cuyo director por seis años, el historiador y biógrafo Antonio López Vega, sale para México a fin de impartir clases en instituciones de prestigio y de seguir colaborando en tareas iberoamericanas de la Fundación Ortega -Marañón. (El doctor José Manuel Pingarrón será el nuevo director del Instituto, cuya sede se ubica en Madrid.)

La expansión del mundo dificulta la buena interacción entre áreas convocadas a converger en un mismo propósito.

Hoy sabemos de sobra que los problemas públicos se resuelven de manera interactiva, interdisciplinaria e interinstitucional.

Por lo pronto, resultó interesantísimo que entre el 15 y el 17 de octubre de 2024 dialogaran especialistas en nanopartículas como Cecilia Noguez de México y Daniel Jaque de España; en estilo de vida y cerebro (Teresa Morales y José Luis Trejo), en salud y enfermedad de las neuronas (Julio Morán y José Rodríguez).

Después se buscó tener como trasfondo estos temas mientras se abordaban perspectivas de las ciencias sociales: sociocibernética (Juan Carlos Barrón, Chaime Marcuello, Patricia Almaguer), polarización, populismo y posverdad en las redes sociales (Alejandro Méndez, José Manuel Robles, Belén Casas) y planificación territorial (Javier Delgadillo, Rubén Garrido).

Esta primera jornada, el martes 15, ocurrió en la magnífica sede de la Fundación Ramón Areces.

El miércoles 16 el encuentro se dio en otra sede notable: el restaurado recinto del Instituto Ortega–Marañón: el pasado en clave de emociones (Mauricio Sánchez y Javier Moscoso) y la organización del conocimiento en la era de los datos masivos (Éder Ávila y Andreu Sulé).

El jueves 17, en el Instituto Cervantes, las cavilaciones rondaron en torno a la luz y los fotones (Remy Ávila y Giovanna Petrillo), la resistencia a los antibióticos (Rafael Peña, Ayari Fuentes, Álvaro San Millán y Alfonso Santos), la cultura liberal en México y España (Evelia Trejo y Fidel Gómez) y la música a un lado y otro del Atlántico (Consuelo Carredano, Elena Torres y Victoria Elí).

La suma de tantas inteligencias dio una neta multiplicación.

Ahora bien, en muchos momentos daban ganas de que esa multiplicación se volviera potencia al cuadrado o al cubo mediante una difusión y una divulgación de todos los conocimientos allí expuestos y compartidos.

Un tema central de nuestro tiempo se encuentra en la colaboración entre las ciencias (desde las físicas hasta las sociales, desde las humanas hasta las de la salud) y luego en la colaboración de todas ellas ante la toma de decisiones públicas que afectan a cientos, miles, cientos de miles, millones e incluso miles de millones de seres vivos.

Somos, en parte, frutos de decisiones que no tomamos. Y se tomaron y toman en nuestro nombre.

La responsabilidad última recae, ciertamente, en las personas que las sociedades elegimos mediante procesos democráticos.

A Einstein, a Feynman, al hoy cinematográficamente famoso Oppenheimer y a muchos otros les tocó tomar decisiones de tumultuosas consecuencias irreversibles allá en el primer lustro de los años cuarenta del siglo XX: había que vencer al monstruo totalitario del nazismo. ¿Se pondría en manos militares y políticas un instrumento tan delicado como la energía nuclear, materializada en bombas?

En todo caso, todas las disciplinas científicas están generando todo el tiempo reflexiones, conceptos, instrumentos muy valiosos para la toma de decisiones ante problemas tales como las polarizaciones sociales, las avalanchas de datos, la resistencia a los antibióticos y ante misterios como el funcionamiento integral del cerebro y de la mente, entre muchísimo otros.

Las redes de investigación son formas de convertir las sumas en multiplicaciones. Las redes, en general, son prácticas fundamentales para entender el funcionamiento de muchas cosas: desde el cerebro hasta la mente, desde las sociedades hasta el liberalismo.

En la próxima entrega hablaré de un libro que acaba de llegar a mi escritorio: Redes políticas desde los exilios iberoamericanos, coordinado por José Francisco Mejía Flores y Laura Beatriz Moreno Rodríguez.

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