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Este 13 de julio tuvo lugar en el Centro Nacional de las Artes un singular Concierto-Homenaje. Que en este país sin memoria, se inscriba dentro de las actividades del trigésimo aniversario de tan magno conjunto, una actividad para honrar la memoria de quien inició su edificación, es digno de elogio. El resultado, ya fue otra cosa…
Hace algunos meses, se realizó un sondeo entre quienes compartimos con Rafael Tovar y de Teresa su gran pasión por la Música. La intención era saber cuáles eran sus obras favoritas, con la finalidad de elegir el programa del concierto que se planeaba realizar en su honor. Las opciones no pudieron ser más variadas, pero, si en algo coincidimos los encuestados, era en que, la obra concertante, debería ser un concierto para piano del Romanticismo, su período favorito.
Al igual que yo, Rafa era un gran entusiasta de la literatura pianística y solíamos decir que éramos “pianófilos irredentos”. No es casualidad que, el primer ciclo de conciertos que echó a andar para calentar el Cenart, fuera el festival En Blanco & Negro. Tras un luminoso arranque, la ignorancia y laxitud de quienes lo programaron posteriormente acabó tornándolo tan gris, que llegó a pensarse en desaparecerlo, y fue justo cuando él regresó a la función pública, como Secretario de Cultura, que me pidió echarle la mano para revivirlo, encomienda que le agradeceré siempre. Lástima que, tras reposicionarlo y lograr que, finalmente, fuera reconocido como un festival con prestigio internacional, en el último lustro se esmeraran en hacer de él un catálogo de mediocridades. En fin…
Volviendo a nuestro evento en cuestión, la parte musical se confió al Sistema Nacional de Fomento Musical, que convocó a la Orquesta Escuela Carlos Chávez, a su Coro Sinfónico, a su Ensamble Escénico Vocal y al Coro de la Ciudad de México, quienes estarían bajo la concertación general del Maestro Eduardo García Barrios. Se anunció para las 17:30 horas y la gente empezó a formarse desde un par de horas antes.
Finalmente, inició pasadas las 18:00 y mucha gente se quedó fuera. De entrada, las azerbaiyanas Farizat Tchibirova y Aytaj Rzaguliyeva tocarían el Concierto para dos pianos de Poulenc. De la primera, a quien reconocía como una gran virtuosa, Rafa me comentó –después de escucharle la Rapsodia sobre un tema de Paganini, de Rachmaninov, dirigida por el Maestro Herrera de la Fuente, en los tiempos de esplendor de la Sinfónica de Minería- que, “nada más de verla con esa posición y retorciéndose tanto, te aseguro que ha de tener más de una contractura en la espalda.”
No sé si la tenga. Lo que sí sé, es que comentando alguna vez la grabación de este concierto con el propio Poulenc y Jacques Février en el segundo piano, me dejó claro que, a diferencia de sus Mouvements Perpétuels –que adoraba en la versión de Rubinstein-, o de algunos de sus Nocturnes y de sus Improvisations, no era una obra que apreciara mucho… Creo que le habría hecho más gracia el encore: la Danza del Cáucaso, de Seid Rustemov, que Mert Kopuz interpretó en el bağlama, acompañado por Rzaguliyeva.
Durante la segunda parte se interpretó la cantata Sueños, de Arturo Márquez. “Júralo que programaron esta obra porque, tan solo con los parientes de los del coro, llenan la sala, y porque no pudieron hallar una obra más panfletaria”, me confió un amigo a quien no puedo más que darle la razón. Dieciocho años después de que estuve en la presentación en esta ciudad de dicha obra –meses antes, había sido estrenada en un festival de feliz memoria que ocurría en Guanajuato, el Cervantino, ¿lo recuerdan?-, refrendo y amplío mi opinión sobre ella:
Márquez será nuestro máximo compositor viviente, dominará como nadie la orquestación y su música fluye, es directa, pero… esta cantata, se ahoga en las mismas aguas en que Prokofiev y Shostakovich sucumbieron al rendir culto al stalinismo. Afortunadamente, ahora no la padecimos con una hilarante “escenificación” como la de 2006. Música de gran efecto, cinemascópica, Sueños cosechará ovaciones donde se toque. Sobre todo, si el público no es hispanoparlante y no se las traducen, porque es en el guión y los textos (originales y adaptados “poéticamente”) de Eduardo Langagne, donde la puerca tuerce el rabo. Su discurso trasnochado está muy por debajo de la música de un compositor que, ha demostrado, puede ser universal. Prueba de ello es su reciente sinfonía “imposible” Las peras del olmo, o Alas para Malala, esa deliciosa cumbia con que, fuera de programa, García Barrios cerró la velada.
Tenía mucho de no ver dirigir a García Barrios, y ahora entiendo por qué lo objetaron en la Chafónica, y Fraustita tuvo que presionar para que le dieran la orquesta de Sinaloa: todo sonó de forte p’arriba, carente de matices y sin el menor refinamiento. La orquesta tapaba los coros y si sabíamos qué cantaban, fue por la proyección de los textos. Dicho en breve, ¡es de brocha gorda!, y fuera del vínculo que le une a la Maestra Tchibirova o que la narradora de Sueños es hija del Maestro Márquez, sigo sin entender por qué optó por los solistas que eligió, tratándose de una ocasión tan especial: tanto la mezzosoprano como el barítono –particularmente cascado- pasaron con más pena que gloria.
Quién iba a decir que lo memorable de este In Memoriam no sería la música, sino algunas de las frases que escuchamos durante el acto protocolario inicial y, más que nada, las notorias ausencias: apenas y un reducidísimo grupo de funcionarios que trabajaron con él se hicieron presentes, ninguno de sus pares y, cuando se mencionó a la familia, uno de esos pocos colaboradores, comentó extrañado que no vería a quienes fueron sus esposas, “aunque aquí andamos varios que podemos pasar por sus viudas”.
Como anfitrión, el primero en tomar la palabra fue Antonio Zúñiga, director del Cenart, quien destacó la presencia de Luis de Tavira, director de escena de aquella Ildegonda que inauguró este conjunto que, tres lustros después, seguía sin concluirse, sin plazas para su operación y sin definir debidamente sus funciones. Le sucedió Roberto Rentería, coordinador del Sistema Nacional de Fomento Musical, quien recordó que Tovar le escuchó siendo un jovencito que tocaba la flauta en uno de los grupos que, hace tres décadas, se presentaron en la Explanada de las Artes. Tras él, Rafael Tovar y López Portillo agradeció que se mantuviera viva la memoria de su padre, forjador de instituciones que “pese a todo y pese a muchos, todavía rinden frutos”. Como que no quiere la cosa, también puntualizó las funciones que la Secretaría de Cultura “debería atender”.
Lástima que Fraustita brillara por su ausencia para darse por enterada. Eso sí: se hizo presente a través del texto que, en su nombre, leyó Eduardo Amerena y que nos dejó con cara de juat, cuando, al enunciar por qué recordaba a Tovar, enfatizó que fue… un “megalómano irredento”. Y a ella, ¿Usted cómo la va a recordar?