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Fueron testigos del esplendor de sus imperios, pero también padecieron la inigualable desgracia de ver a sus pueblos desmoronarse a manos de unos extraños. Moctezuma y Atahualpa fueron los últimos gobernantes de los dos Estados imperiales del mundo precolombino: la Triple Alianza y el Tawantinsuyo.
Desde Tenochtitlan y Cusco, mexicas e incas ejercieron un poder total en los territorios bajo su control y aunque cada uno tenía su particular sistema de gobierno, también compartieron su culto al sol y la desventura en la que sus ruinas forjaron un nuevo orden del mundo.
El historiador mexicano, Eduardo Matos Moctezuma, y el antropólogo peruano Luis Millones Santa Gadea, eminencias en el estudio de estas culturas, publican Moctezuma y Atahualpa. Vida, pasión y muerte de dos gobernantes (Tusquets, 2024), donde trazan los perfiles de estas figuras: su linaje, su ascenso al poder y su destino bajo el yugo de los españoles, además delinean los paralelismos que existieron entre ambas civilizaciones.
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“Ambos imperios se basan en su tarea de crecer, pero lo enfrentan con principios distintos. Es notable que en los mexicas esa actitud de preparación para el ejercicio militar está desde su niñez, hay una glorificación del arte militar. En los incas, la principal idea del Estado también era la adquisición de territorios, pero el sistema era distinto. Era a través de la ocupación de territorio con gente leal al Cusco. Por ejemplo, capturan al rey de Chimor, que era de la costa norte, y se llevan a su hijo a Cusco para cusqueñizarlo, al final lo regresaban como rey de su tierra, pero ya estaba mentalizado como cusqueño, ser un servidor del Inca y hablar quechua”, explica Luis Millones.
“Los mexicas no imponían sus dioses a sus enemigos conquistados, tenían un templo en el recinto sagrado de Tenochtitlan, donde iban colocando los dioses de los pueblos conquistados: tomaban sus figuras y los traían al recinto ceremonial mexica. Parece ser que tampoco imponían su lengua, lo que a ellos les interesaba eran los productos que existían en las regiones conquistadas. Ya sea, por ejemplo, imponían cargas de maíz, de frijol, de otros productos agrícolas o de plumas que eran utilizadas para determinadas prendas de los mexicas, pieles de jaguar, trajes de guerrero, todo esto era traído periódicamente a Tenochtitlan, aunque esas incursiones trajeron levantamientos en algunas poblaciones que no estaban de acuerdo con la imposición del mexica”, señala Matos Moctezuma, miembro de El Colegio Nacional.
El territorio del Tawantinsuyo era tres veces mayor al de la Triple Alianza, abarcaba lo que hoy son tres repúblicas sudamericanas: Perú, Ecuador y Bolivia, y fracciones de otros tres países: Chile, Argentina y Colombia. Sin embargo, estudiar el desarrollo histórico de esta sociedad también ha presentado enormes desafíos.
Mientras que hay un consenso histórico sobre la dinastía mexica, desde el primer tlatoani, Acamapichtli, hasta el último gobernante y los años que cada uno estuvo al frente del imperio. En el caso de Atahualpa, los desafíos sobre su historia comienzan desde la identificación de su madre. En gran medida porque se debe “tener en cuenta que fuentes arqueológicas, históricas y etnológicas de las dos sociedades no pueden ser más desproporcionadas”, recalca Millones. El investigador apunta la existencia de códices precolombinos, mayas y mexicas, mientras que sobre la cultura inca la mayor fuente escrita es a través de cronistas indígenas ya cristianizados.
“Cada vez que se iba a elegir un tlatoani, el consejo de la Triple Alianza, que estaba integrado por los señoríos de Tenochtitlan, Texcoco y Tacuba, estudiaba las características de diversos candidatos. A diferencia de la Corona española, en la que obligatoriamente se heredaba el poder de padre a hijo, aquí no era así. Podía ser heredado por un hermano, un sobrino, pero tenía que ser de la casa real, de la nobleza mexica, y más particularmente de los descendientes de otros tlatoanis. Había dos características primordiales para ser considerados tlatoanis: que fueran buenos guerreros —esta era una condición importante—, y la otra era que hubieran destacado por su religiosidad. Estos elementos eran fundamentales. Cuando muere el tlatoani Ahuízotl, se reúne el consejo y van a coincidir en las virtudes de Moctezuma, que él debe ser el elegido, además de que también era hijo de otro tlatoani: Axayácatl”, detalla Matos Moctezuma.
La historia de Atahualpa es distinta. Aunque fue el último emperador inca, nunca llegó a coronarse. Atahualpa era uno de los hijos del emperador Huayna Cápac, el décimo monarca de Cusco, quien murió entre 1526 y 1528. El inca Cápac pereció por una enfermedad, que probablemente pudo ser la viruela, y que los andinos llamaron moro onqoy. Su ausencia dejó una disputa por el poder entre sus herederos, Atahualpa y su medio hermano Huáscar.
“Los españoles llegan al Tawantinsuyo en un momento en que no está resuelto quién será el Inca, es muy distinto al caso de Moctezuma que ya lleva años gobernando. La llegada de Hernán Cortés es una interrupción en el gobierno de Moctezuma, mientras que en el caso andino, los españoles interrumpen la coronación de Atahualpa, pues no ha llegado al Cusco. Ante la pronta muerte de Atahualpa, son muchos los miembros de la nobleza Inca que reclaman legalmente sus privilegios ante España, hay una acumulación monstruosa de reclamación de títulos”, precisa el historiador peruano.
En el libro, Millones describe que la relación entre los hermanos se rompió después de que Huáscar reclamó el cuerpo de su padre, quien había muerto en Quito y donde mantenía su poder Atahualpa, para llevar a cabo las ceremonias solemnes en la capital del imperio, Cusco. Atahualpa no pudo negarse y envió el cuerpo momificado, pero ya le había quitado algunas de sus entrañas. “Estos pedazos habían sido cuidadosamente elegidos y se quedaron en Quito, para luego de complicados rituales pudieran servir para la elaboración de uno o varios wawqes, réplica sacralizada del inca fallecido”, apunta Millones. Según el cronista español Juan de Betanzos, el corazón de Huayna Cápac quedó enterrado en Quito.
“Huáscar es derrotado por los generales de su hermano Atahualpa: matan a todos los miembros de su familia y cuando matan a Huáscar, los generales son muy cuidadosos en despedazar el cuerpo y tirarlo al río, así no hay forma de que alguien lo recupere; los incas tienen la idea de la inmortalidad, que se hace ceremonialmente si se conserva el cuerpo, por eso la importancia que ellos le daban a momificar el cuerpo”, comenta Luis Millones.
Sobre el último tlatoani mexica, las fuentes históricas nos enseñan que probablemente él se formó en el Calmécac, la escuela para la nobleza indígena, donde debió aprender las artes guerreras y el conocimiento de los códices, la historia y las prácticas religiosas de su imperio. “Moctezuma era reconocido, en cierta forma, porque se comportaba con cierta humildad en sus quehaceres; sin embargo, cuando toma el poder, va impregnar su propio sello y uno de ellos es que manda a sacar del palacio a todos los servidores que no fueran de la nobleza. Esa es una actitud que lo caracterizó”, menciona Matos Moctezuma.
“Siguiendo la trayectoria de sus antecesores tlatoanis, Moctezuma también se había formado dentro de ese concepto de que el mexica era el centro del universo, por lo tanto tenía que engrandecer el imperio, demostrar en su mandato esa expansión territorial, aunque fue a costa de los pueblos indígenas conquistados; a veces eso se olvida”, agrega.
Siempre se nos ha enseñado la imagen de que Moctezuma fue pusilánime, cobarde, que por sus flaquezas los españoles llegaron a consolidarse, pero en realidad —explica Eduardo Matos—, si analizamos bien las crónicas de Bernal Díaz del Castillo, que fue un relator que estuvo presente en estos episodios, Moctezuma trata de alejar a los españoles y acude a estrategias que no le van a funcionar: les envía regalos de oro, plata, plumeria con la consigna de que no avancen, y a partir de la llamada matanza de Cholula, manda a colocar batallones para que ataquen a los españoles, pero son advertidos por los tlaxcaltecas.
De acuerdo con las crónicas españolas, en junio de 1520, cuando Moctezuma era preso de Hernán Cortés, el español le pide que se asome al exterior del palacio de Axayácatl ante el asedio que estaba sufriendo, aunque él les responde a través de los intérpretes que sería inútil calmarlos porque ya habían elegido a otro señor, a otro tlatoani. Bernal Díaz afirma que Moctezuma salió y le arrojaron piedras, una de ellas lo hirió de muerte. Sin embargo, también está la versión indígena que apunta que fueron los españoles quienes lo mataron.
“Siempre he pensado que en el momento en que Cortés se da cuenta de que Moctezuma ya no ejerce el poder, ya no es tlatoani, le es inútil, ya no le sirve para nada; obviamente, sus palabras no serían escuchadas por quienes eran sus súbditos. En el libro comento las actitudes con las que Cortés se siente nervioso, ante el acoso del palacio por parte de los mexicas, inclusive algunos capitanes lo incitaban a que matara a Moctezuma”, explica Eduardo Matos.
En mayo de 1532, Franciso Pizarro llega por primera vez a lo que hoy es territorio peruano. Atahualpa fue notificado de la llegada de este grupo de 200 extranjeros entre jinetes y peones, y al igual que Moctezuma, le envía regalos: patos desollados y vestimenta bordada con hilos de oro y plata. Sin embargo, Pizarro opta por interrumpir el desfile de Atahualpa a Cusco para coronarse, pues ya había vencido a su hermano. Es capturado en Cajamarca y aunque el inca les ofrece oro, plata y piedras preciosas para lograr su libertad, los españoles deciden matarlo en julio de 1533.
“Antes de morir, Atahualpa decide bautizarse para ser enterrado como cristiano, y así no enfrente el mismo destino de su hermano Huáscar. Lo llevan a la improvisada iglesia de Cajamarca donde lo entierran. Tiempo después uno de sus hermanos saca el cadáver y se lo llevan de regreso a Quito, donde estaban sus generales, la idea era reconstruir el cuerpo”, cuenta Millones.
Los gobernantes de la Triple Alianza y Tawantinsuyo fueron presas de un mito, una supuesta serie de presagios asociados con la caída de sus imperios: cometas irrumpiendo el cielo, lunas con tres caras, sueños sobre hombres extraños. “Estos augurios e intentos de conocer el futuro es una adicción europea, no es andina ni mexica. Descubrí que varios de esos presagios, me sonaban parecidos a los que se habían escrito en la tradición clásica europea. Por ejemplo, en La Ilíada, Polimidante interpreta la presencia de un águila que lleva en sus garras a una serpiente en una señal de que deben dejar de presionar a sus enemigos, mientras Héctor rechaza este agüero. Sin embargo, yo no sé si el cronista Garcilaso de la Vega a la hora de narrar la historia de los incas se copió de los troyanos y La Ilíada”, dice Millones.
Para ambos historiadores, ambos nacidos en 1940, es importante trazar estos paralelismos para desenmarañar los debates que rodean nuestro presente y seguir alentando la exploración de los últimos gobernantes de los imperios precolombinos, pues aún hay muchos aspectos pendientes por documentar.
“La historia todavía tiene una deuda con Moctezuma. Nos han dado una imagen de que era un hombre cobarde, pusilánime, pero yo creo que no fue así; Cuauhtemoc sí ha sido reivindicado, pero Moctezuma no, sólo la historia nos permitirá saber realmente quien fue este gobernante mexica”, apunta Matos.
“Después de la muerte de Atahualpa, fueron 40 años de guerra entre los mismos conquistadores y contra la Corona española. Incluso un hermano de Pizarro se proclama rey independiente del Perú, esos 40 años hacen distinta la historia al caso mexicano. Fue hasta el quinto virrey que se organizó el Perú. Estoy esperando a ver con cuál de mis colegas mexicanos desarrollo un libro sobre el siglo XVI, que marca la formación de una nacionalidad contemporánea, pero en Perú fue un desastre de matanzas y el resultado de eso es que el imperio termina siendo tres naciones distintas. Mientras que México construye algo más cercano a una nación, ese siglo XVI es clave para entender la nación contemporánea”, dice Millones.