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Un cuento —“La horca” —, una novela breve —Columbus—, un monólogo teatral —“Los mochos”— fue nuestra inicial relación literaria con Ignacio Solares. Comencemos con “La horca”. Si bien aparece en el libro Prolongación de la noche (Alfaguara, 2018), este cuento es uno de los que Ignacio Solares nos ofreció para el libro El cuento mexicano. Homenaje a Luis Leal, publicado en 1996 por la Universidad Nacional Autónoma de México y gracias a Hernán Lara Zavala. Es la misma serie de El Estudio de la Coordinación de Difusión Cultural/Dirección de Literatura donde, esta vez gracias a Ignacio Solares (y sin trámites burocráticos), apareció pocos años después el libro Los guardaditos de Sor Juana (1999). ¿Por qué estas menciones? Por la necesaria virtud del agradecimiento.
Las alianzas personales y literarias van juntas y son las que nos reúnen la mayor parte de las veces. Recuerdo la presentación del libro ¿Dónde estás, corazón? (2014) de Beatriz Espejo. La reseña de Solares se encuentra en la Revista de la Universidad de México junto con sus múltiples, ininterrumpidos y variadísimos textos (toda una época), y leemos notas suyas sobre Santa Teresa, Julieta Campos, Esther Seligson y Rosa Beltrán. Desde “todos los tiempos” Ignacio Solares leía y escribía sobre escritura de mujeres.
El cuento mexicano se presentó en el homenaje dedicado a don Luis Leal en Santa Bárbara, California. Fue en 1996, conmemoración de 40 años de su Breve historia del cuento mexicano, libro clásico de 1956, antología que recoge cuentos igualmente clásicos, entre otros (lo que es interesante), de María Elvira Bermúdez, Nellie Campobello y Elena Poniatowska. Estamos hablando de 1956. Regresemos a 1996.
En el libro homenaje a don Luis Leal encontramos a estudiosos del cuento y a escritores con cuentos inéditos hasta ese momento. Uno de ellos, el mencionado “La horca” de Ignacio Solares, es un ejercicio lúdico con la muerte, muerte anunciada y, para no decepcionar a personajes y lectores, llevada a cabo “sorpresivamente y dentro de la lógica del cuento” por el personaje que jugaba y amenazaba con su suicidio. Escuchamos (en pasado) ese cuento leído por su autor en su primera visita a Santa Bárbara y en su participación en nuestro V Congreso Internacional de la incipiente en aquellos días asociación internacional de UC-Mexicanistas.
Había (yo) sabido de la literatura de Solares por uno de sus amigos y estudiosos, el profesor Alfonso González de Cal State Los Angeles (estudioso y amigo también de Carlos Montemayor), quien me mencionó a Ignacio Solares como uno de los grandes narradores de México. En aquel momento, levanté las cejas para bajarlas de inmediato en el recorrido de la extensísima obra de un cuentista, novelista, periodista, articulista, ensayista, dramatur…(gista). Intensísima y extensísima es la literatura de este escritor chihuahuense.
Nacho llegó a Santa Bárbara, California (que también hay otra en Chihuahua y en otros lugares) en 1996 con “La horca” en mano y nos leyó su cuento, como lo hicieron en aquella ocasión, otros cuentistas y estudiosos del cuento mexicano. Aquella antología es una marca de época de la cuentística mexicana, como lo es, entre otros proyectos, el de Sólo cuento, ideado por Rosa Beltrán. En el tomo 1 de 2009 hay un cuento de Ignacio Solares, “La instrucción” que, con un epígrafe de Julio Cortázar, su autor dedica a José Emilio Pacheco.
Con una puesta en escena (por parte de los estudiantes) de relatos de Cartucho de Nellie Campobello, cerramos aquel congreso en el Museo de Arte Moderno de Santa Bárbara. Los escritores invitados fueron lectores, fueron público. En la exposición de libros de aquella mañana de octubre de 1996, de un sábado literario luminoso entre las montañas de sol y el mar plateado de luna, estaba Columbus (1996). Su lectura ha sido para mis estudiantes la mejor invitación para saber de un capítulo (desafortunado) de la historia de México que sucedió en Nuevo México. Aquella vez, cuando Francisco Villa se equivoca y él y sus hombres atacan un establo de caballos. Para los turistas, Columbus, New Mexico, es un lugar de atracción, gracias a Francisco Villa; para mis estudiantes, es la novela de Ignacio Solares. Ya “ensolariados”, picados por la narrativa que nos lleva a la historia, leímos el monólogo teatral “Los mochos”. No podría haber mejor título para sus personajes: Álvaro Obregón y José del Toral. La comparecencia de Del Toral nos llevó al domingo 17 de julio de 1928, al restaurante La Bombilla, donde escuchamos “El limoncito”. Ignacio Solares analiza “la historia real”, toma distancia y la cambia. Un solo acto teatral parodia un episodio de la historia de México. El monólogo teatral ha trascendido de la literatura a la docencia (lectura, análisis, interpretación), y de la docencia a la casa familiar (estamos hablando de estudiantes no mexicanos). Ignacio Solares en varios espacios. Trascendencia —insisto, por su importancia— entre literatura y universidad, historia y literatura, historia, literatura, docencia y casa familiar.
Cuando hace unos pocos meses leímos “Una amistad en escena”, de José Ramón Enríquez, en primer lugar se anotó el valor del afecto, éste unido al trabajo artístico (que es talento, que es disciplina, que es tesón). José Ramón (ahora “yucateco”) recuerda a Nacho, el de “Los mochos”, que él —Enríquez— dirigió y cita a otros artistas amigos del teatro: por ejemplo, a Antonio Crestani, director de escena y actor. Ignacio Solares fue y es José Ramón Enríquez y él se volvieron a ver en Mérida en marzo de 2015, en el Homenaje a Ignacio Solares, organizado por la Feria Internacional de la Lectura Yucatán. Entre el público, Carlos Martínez Assad y Sara Sefchovich. La lista de personas aquí citadas refleja los lazos amistosos de los años, de la vida y también de la creación, del termómetro cultural de las épocas por las que pasa México: Ignacio Solares tiene precursores y contemporáneos, y generaciones más jóvenes a la suya lo leen y escriben sobre su obra. Ésta tiene ahora una acotación: Novelista de lo invisible. Conversación con José Gordon. (2023), testimonio visible, archivo oral y escrito de una vida. Su autor tuvo tiempo para poner su firma. José Gordon es testigo, es coautor, es amigo.
Volvamos al año 1999. Llega a Santa Bárbara la familia Solares Ortega: Nacho, Myrnita, Mati. Ignacio Solares es nuestro invitado en UCSB. Nos visita en nuestras clases. Aquel cuento “La horca” es el cordón que nos lleva a otro cuento, el tercero de la Instrucción y otros cuentos de 2007 (p. 20). No resisto la tentación y lo cito. Su título, “Rostros familiares”, un minicuento de nueve líneas con un epígrafe de Arthur Conan Doyle: “Our business is to wake up”. Dice el cuento:
Empezó con una punzada en el pecho. Luego sólo recuerdo la voz sincopada de mi mujer, el llanto de los niños, la llegada del médico. La luz de la lamparita de buró temblequeaba sobre los rostros, nimbándolos de irrealidad. Atrás del grupo descubrí a mi tío Antonio, un tío muy querido al que hacía años que no veía. Se acercó y me puso una mano suave en la frente.
—Tranquilo. Ya va a pasar —me dijo.
Entonces recordé su situación.
—Pero tío —le dije—, tú estás muerto.
—Sí —me respondió—. Y tú también.
Que un muerto narre la historia sorprende a los estudiantes —todos serán lectores de Ignacio Solares, los ha atrapado—, sorpresa que el cuento guarda para el final: el cuento narra una situación. Ejemplo para la definición del cuento, en lo temático, lo formal, en su verosimilitud, en su ironía también, en su relación con el epígrafe: Y sí, “nuestro negocio es despertar”, negociar con la vida y también con la muerte. Nadie como Nacho supo de esta transacción.
En aquella segunda visita de Ignacio a nuestra universidad (1999), don Luis Leal y yo presentamos su novela El sitio. Ya para ese momento, nuestro recorrido por la obra solarense hacía jornadas en la frontera norte y su herida que aún sigue abierta; en el mapa rural y urbano de México, en el real y el ficticio, en la manera como Solares mismo decía que la literatura llenaba los huecos de la historia, en las realidades y los sueños, entonces ahora —1999— nos metíamos a un edificio de la Ciudad de México. A ese sitio sitiado de Ignacio Solares.
A partir del cuento “El sitio” (en Muérete y sabrás, 1995), Gonzalo Celorio había escrito acerca de este título, ahora transformado en novela y había concluido que en ella podría leerse “Una summa ignaciana” (1998), suma de referentes externos y de internos también. El sitio de Ignacio Solares y Retiemble en sus centros la tierra —las dos novelas de 1999— me dieron pie para escribir “México es más laberinto: la ciudad en Solares y Celorio” que apareció publicado junto con “Odisea y ciudad” de Vicente Quirarte (2001). Y siguen las relaciones, las amistades, los diálogos, las deudas.
He hablado sucintamente de las deudas que tengo con él, de sus aportaciones a las clases de cultura, historia, literatura, dentro y fuera de México. En mi clase “Contemporary Indigenous Cultures of Mexico”, de nuevo Ignacio Solares nos orienta. En una de sus Minucias escribe: “En la Tarahumara, la luna baja a limpiar los lagos y a hacerlos más transparentes”. Eso es poesía, como también el epígrafe tomado de Carlos Montemayor: “Los tarahumaras caminan incansablemente hasta situarse como otra estrella en el mundo, al que sostienen con sus ritos y creencias para que viva y permanezca”. Solares lo recuerda cuando escribe en homenaje a Montemayor, “Custodio de nuestra tierra chihuahuense”. Su novela El juramento (2019) allí ocurre también. Y con su novela No hay tal lugar (2003), que transcurre en la sierra Tarahumara, metafóricamente se adelantó 20 años a su propia muerte. Cuando ésta llegó (¿o lo había acompañado siempre?), Myrna recogió las palabras del propio Nacho y como un susurro las entonó a su lado. Parpadearon las estrellas tarahumaras para volverse a iluminar y con su luz seguir leyendo los innumerables registros de los textos de Ignacio Solares, quien con uno de sus cuentos (por allí comenzamos) nos abrió la Puerta del cielo (un título suyo) de su literatura.
La sierra Tarahumara es el siguiente capítulo de mi clase. La recorreremos con los pasos y los trazos de Ignacio Solares. Poco a poco iré saldando mis deudas con él, con la Presencia de lo invisible.
Una versión más extensa de este texto fue leída en el homenaje a Ignacio Solares el domingo1 4 de enero de 2024, organizado por el Instituto Nacional de Bellas Artes