Para Julio Aurrecoechea Acereto, in memoriam
Terre arable du songe!
Saint-John Perse, Anabase
Tras los pájaros grises de ciudad
la luna diurna me guio al océano
y definió lo visto al llegar al puerto:
cactus lunares y piedras con fósiles marinos
como eje angular de viejas construcciones
dieron paso a barcos mercantes y grúas de carga
por ventanales de edificios vacíos en plazas bulliciosas
y a techos de bibliotecas que capturan el tiempo,
añejándolo en grietas que apuntan a belleza del pasado
—para así abolir por un instante cualquier tristeza—
como la luna de día refiere a noches
cuando iluminó gestas históricas y rostros de ancestros
los cuales ahora descansan sobre paredes
con miradas inmutables ante el trajín exterior
en calles, mercados y bodegas de poblados antiguos,
que debido a la pasión popular preservan su encanto,
ya perdido en países desmitificados
por el olvido de su razón originaria.
El hechizo se prolongó al oír hablar
al tragaluz en horas de duermevela,
y ver papeles olvidados entre libros
y nubes contemporáneas en fotos antiguas,
a las cuales quedó extraditado mi pensamiento
de que cuando finalizó el paraíso perdido, la luna era de día.