El Museo Nacional de Antropología es uno de los proyectos culturales mexicanos más ambiciosos, un recinto que resguarda la memoria cultural por medio de los más diversos objetos y documentos de todo el país y que es representativo no sólo para la historia de este territorio sino para toda la historia de la humanidad.

Pensado como parte integral de un corredor cultural sobre Paseo de la Reforma que incluye al Museo de Arte Moderno, fue inaugurado el 17 de septiembre de 1964. Impulsado por el presidente Adolfo López Mateos y con la colaboración de grandes mentes de la arquitectura, arte, antropología, arqueología y museografía se logró construir en el tiempo récord de 19 meses.

Desde el momento de concepción generó gran expectativa, pues se involucraría el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, quien pensó el conjunto de 45 mil metros cuadrados como un recinto que honra la historia de los ancestros con una cultura fundadora de la nación moderna; no sólo era un museo de restos inertes sino la construcción de un mensaje al futuro. Un mensaje codificado que atraviesa lo político, social, histórico y artístico por medio de un acervo conjunto que contempla piezas arqueológicas, una colección etnográfica, un acervo biográfico y documental, además de una muestra de arte público de esculturas y pinturas que se transformarían en experiencias nuevas y únicas ante los ojos de las personas que le visitaran.

El impacto mediático y cultural del museo ha sido grandísima, convirtiéndose en centro de visitas escolares, turísticas; es un referente de la Ciudad de México durante los últimos 60 años, sin embargo, debemos contar que su historia no inicia directamente con su inauguración del recinto en Chapultepec, pues estrictamente comienza en 1825, en el Museo Nacional. Esta crónica es necesaria debido a la unificación de acervos que se comenzaron a reunir desde el esfuerzo de México aun cuando era una incipiente nación independiente.

Uno de los acervos más impresionantes en este sentido son los 500 mil ejemplares, que incluye mapas, fotos y un poco más de 200 códices en la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia, cuyos antecedentes iniciaron en el Museo Nacional, teniendo un impulso en 1866 con el apoyo de Maximiliano y con una reforma y fundación en 1888 en la gestión de Porfirio Díaz. La biblioteca, que ahora lleva el nombre Eusebio Dávalos Hurtado, en honor al reconocido antropólogo físico, ha sido denominada Memoria del Mundo por la UNESCO.

La colección arqueológica también precede desde el Museo Nacional, especialmente si hablamos de emblemáticas piezas como la Piedra del Sol de Tenochtitlan, la Chalchiuhtlicue de Teotihuacan o el Chac Mool de Chichen Itzá que se encontraban alojadas en la Sala de Monolitos. El acervo de objetos etnográficos también tiene su origen en el recinto que ahora resguarda el Museo Nacional de las Culturas del Mundo y debe sus primeras catalogaciones a intelectuales de la época como Nicolás León.

La conformación de las colecciones de objetos y sus clasificaciones en el proceso histórico son el testimonio del desarrollo de la antropología mexicana, donde se pasó de una visión enfocada en la recopilación de simples objetos a una visión más integral del estudio de las dimensiones humanas, esta última perspectiva fue la que se utilizó como base en la formulación de la nueva sede del museo sobre Reforma. La propia edificación se pensó como parte de los acervos, pues arquitectónicamente hablando también se trata de un diálogo entre el pasado y el presente con elementos que sintetizan o emulan edificios o símbolos prehispánicos.

Sobran ejemplos, pero son singulares la distribución del patio que toma su distribución directamente del Cuadrángulo de las Monjas de Uxmal y donde sobresalen otros ejemplos como serpientes, cráneos o la insigne escultura nombrada Imagen de México —popularmente conocida como el paraguas— de José y Tomás Chávez Morado que representa los cuatro rumbos del universo con la historia del pueblo mexicano. De la misma manera, el recinto y colecciones son acompañados por obras de afamadas figuras artísticas como Fanny Rabel, Rina Lazo, Rufino Tamayo, Carlos Mérida, Pablo O’Higgins, Manuel Felguérez, Alfredo Zalce, Leonora Carrington, Iker Larrauri, Luis Covarrubias, Raúl Anguiano y Jorge González Camarena, entre otras personalidades.

Resalta la planeación de las salas etnográficas que han tenido enfoques que incluye la participación directa de los pueblos originarios, tanto en su versión de los años 60 como en las remodelaciones más recientes, y que es significativo porque es un espacio que representa a las comunidades más allá de las piedras del pasado. Actualmente, el Museo Nacional de Antropología cuenta con 22 salas permanentes, espacios de exposición temporal, tres auditorios, la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia, el Archivo Nacional de Arqueología, bodegas de resguardo de colecciones y el Laboratorio de Conservación. La idea general de las culturas y su representación en las salas con orden establecido fue planteamiento de Ignacio Marquina y Luis Aveleyra en conjunto con el arquitecto Ramírez Vázquez. El temario básico plantea comprender a los grupos humanos desde su relación con el entorno natural, su estructura sociopolítica, económica y religiosa, así como los conocimientos que de ahí se desprendían. La museografía de ese planteamiento original fue innovadora en su época, las colecciones son una asombrosa muestra de los pueblos con dimensión histórica y su nexo con la actualidad heredada y el presente.

Sin embargo, el Museo Nacional de Antropología no ha escapado a controversias o problemas, pues las gestiones gubernamentales, institucionales o hasta internas han cometido omisiones difíciles de ignorar. Y es que, a pesar de la celebración de su aniversario, no debemos olvidar aprendizajes importantes en algunos pasajes de su historia, por mencionar algunos: las disputas de pertenencia o resguardo sobre algunas de las piezas arqueológicas sucedidas desde su inauguración: el caso del Monolito de Coatlinchán es muy conocido, pues se extrajo de la comunidad del Estado de México con muchos conflictos de por medio, pero no es el único ejemplo. También se tiene al Falo de Yahualica, Hidalgo, y los Braseros de Tláhuac que han reclamado el legítimo retorno de esas piezas a sus lugares de origen. El tema central de los altercados es la compleja gestión sobre las herencias culturales.

Otras experiencias en el lado sombrío de la historia del museo hablan de fallas de seguridad o administración, como el infame robo de 140 piezas arqueológicas el 25 de diciembre de 1985, que terminó revolucionando el sistema de seguridad interna; también eventualidades por la falta de mantenimiento en salas y techos que han generado goteras. O hasta polémicas de piezas arqueológicas manoseadas, así como el uso de los espacios para eventos privados o recorridos en horas después del cierre.

A pesar de todo, el museo en los últimos años ha sido galardonado por sus planes de gestión de riesgos o reconocido con diferentes distinciones como la inscripción a la Lista de Protección Reforzada de la Convención de La Haya, lo que representa una mejoría constante en su acción sin dejar de lado las dificultades intrínsecas del sector cultural.

Con sus luces y sombras, el Museo Nacional de Antropología ha estado presente en el ideario mexicano desde hace 60 años, cargando en sus muros y techos una historia que no sólo es importante por su contenido sino por lo que brinda a cada una de las personas que pone pie en su perímetro, es un lugar visitado por miles de millones de personas, cada una con su perspectiva y experiencia propia. Un espacio que vale la pena conmemorar, recordar y disfrutar.

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