“La emocionalidad de la gente de color pone nerviosa a la blanquitud institucionalizada”, dice Ana Emilia Felker en Pantano (Almadía, 2024). Con el poder del periodismo narrativo que la autora mexicana logra hibridar con entrevistas e investigación, y mediante un tejido de crónica, ensayo, diario de viaje y notas personales, la escritura de este libro se edifica a partir de dos grandes entramados: un mass shooting entre Houston y El Paso (Texas) a manos de un supremacista blanco que manejó desde Dallas para matar latinos, y una herencia familiar que hunde parte de sus raíces en Estados Unidos.
Entre la extrañeza y un road trip de indagaciones y conversaciones con un collage de personajes, y desde el hecho puntual del tiroteo y la violencia racista, Felker desarrolla un riquísimo y variopinto conjunto de reflexiones sobre la migración como lugar —o no— de privilegio, la idea plural y compleja de la familia méxico-americana, el desmoronamiento del imperio y el colapso personal de quienes viven el desarraigo en un país de milicias, movimientos armados con células sin líderes visibles, dos atentados a un candidato presidencial y una politización radical nacida, muchas veces, en el prejuicio y la ignorancia más extremos.
¿Cómo fue su salto del periodismo a la literatura de ficción?
Desde muy joven me ha gustado escribir casi siempre con una tendencia hacia los temas de carácter social y político. Leer a Truman Capote, Joan Didion, Gay Talese, Rodolfo Walsh, Elena Poniatowska, Martín Caparrós, Leila Guerriero, entre otros, me ha confirmado que no hay una distancia tan grande entre la literatura y el periodismo. Tal vez porque no es el lugar desde el que trabajo, tengo un gran respeto por el periodismo independiente, sobre todo el que se hace en los estados de mi país, siempre con un riesgo y en situaciones laborales precarias. Pero no creo en la objetividad, creo en un periodismo y una literatura militante que denuncian problemas estructurales o que no se asumen en una torre de marfil.
¿Cómo dialogan en su trabajo creativo el periodismo y el ensayo?
Entiendo el arte como un proceso —no como ocultamiento— y en ese sentido el periodismo y el ensayo despliegan tanto sus fuentes como las derivas de la investigación. Me entusiasman los textos donde se dejan ver las costuras (todas las influencias y contagios), que te obligan a pensar y estar presente, ser una lectora activa. Esto tiene varios propósitos, como desacralizar la figura del autor para provocar conversaciones, tanto con los contemporáneos como con la tradición. Podríamos ponerlo en otros términos como la intención brechtiana de incomodar, causar extrañamiento, interrumpir la catarsis. Una novela de ficción suele envolverte, sacarte de tu mundo, te ayuda a evadirte; en cambio el periodismo te dice: no, observa lo que no está bien en el mundo. Puede ser agotador. Por eso está bueno alternar entre ficción y no ficción.
Planteo el tema de la violencia como constituyente del periodismo narrativo en el continente
Ana Emilia Felker, periodista
Sobre la relación entre la ficción y la no ficción en su obra, ¿cómo las pone en diálogo?
Puede haber verdades profundas en la ficción y muchas distorsiones en la no ficción. Hay siempre una trampa en asumir que algo es verdadero cuando pasa por la mirada de quien escribe. Me encantan los juegos que alteran esas divisiones; por ejemplo, en la serie Fargo cada capítulo inicia con una leyenda que anuncia que todos los acontecimientos mostrados pertenecen a la vida real. Después, si lo googleas, te enteras que no es así, todo es ficción, pero pensar que parte de la vida real, te predispone, cambia la percepción de la trama. En Pantano parto de historias reales pero hay una distorsión de mi mirada, todas las experiencias están filtradas por un estado de ánimo medio depresivo o muy resistente, por decirlo de alguna forma.
¿En qué momento y de qué manera nació la idea de Pantano?
Empecé a escribir después de un tiroteo que ocurrió en un supermercado en la ciudad fronteriza de El Paso (Texas) en 2019. El perpetrador escribió un manifiesto sobre el gran reemplazo, la idea de que los inmigrantes van a sustituir por completo a los blancos. Me puso a pensar en mi propia blanquitud, en los latinos blancos en Estados Unidos, en qué es la blanquitud y si nos podemos deshacer de ella. Eso me llevó a conocer y a entrevistar a otras personas para continuar la reflexión sobre el racismo en ese país tan exaltado y radicalizado durante la presidencia de Donald Trump.
La investigación es esencial en Pantano. ¿Cómo la desarrolló?
Estaba estudiando un doctorado en literatura hispanoamericana con una especialidad en escritura creativa en la Universidad de Houston. Por un lado leía libros de la literatura del exilio y la de migración —lo cual influyó mucho en lo que quería hacer en términos creativos— y, al mismo tiempo, la experiencia de vivir en un momento hostil contra la migración durante la administración de Trump le dio un tono particular al libro. La investigación es teórica por una parte, sobre ideas como la blanquitud, pero por otra hay una indagación literaria para definir la forma, y finalmente una investigación periodística que tiene que ver con hacer entrevistas e ir a los lugares donde ocurrieron los hechos o revisar testimonios y coberturas periodísticas del tiroteo, por ejemplo.
Creo en un periodismo y una literatura militante que denuncian problemas estructurales
Ana Emilia Felker, autora de "Pantano"
Hablemos de los conceptos migratorios y lo que enfrentan quienes pasan al otro lado del Río Bravo.
Me interesaba originalmente el concepto de ciudad santuario porque Houston lo es; se trata de lugares donde los migrantes pueden hacer sus vidas sin temor a que les pidan sus papeles a la menor provocación y cómo eso se vio amenazado con la llegada de Trump. También me adentré en la idea de la frontera porosa o la frontera que se endurece en la piel; ciertos rasgos vuelven a algunas personas más vulnerables a que se les pidan papeles o que les discriminen. Por otro lado me interesaban las brechas que se crean entre los que se quedan y los que se van, cómo migrar transforma por completo la mirada del mundo, el lenguaje, la gente se tiene que reinventar y los que se quedan ya no los reconocen.
Cuéntenos sobre la violencia como un eje de su escritura.
En el libro planteo, a partir de una idea de Ariella Azoulay, que la violencia es uno de los recursos comunes. Normalmente se piensa que los comunes son los recursos naturales el aire, el agua o en tiempos recientes el internet, por ejemplo, pero la experiencia de la violencia también es un tema que nos conecta para bien y para mal. También planteo el tema de la violencia como constituyente del periodismo narrativo en el continente. Al norte está Capote hablando del asesinato de una familia en Kansas; al sur, Rodolfo Walsh denunciando violaciones a la ley marcial en dictadura en Operación Masacre. Uno intenta meterse en la mente de los asesinos y retrata un tipo de violencia cuyo resultado parece ser el miedo al otro, al pobre, miedo a que alguien venga tu casa y asesine a tu familia porque te quieren robar. Walsh, en cambio, hace una denuncia a la violencia estructural y sistémica, un tipo de denuncia que lleva a la calle, a la organización social. En fin, me interesa pensar desde dónde escribimos sobre la violencia que está presente en nuestras vidas y cómo evitamos reproducirla o servir a agendas conservadoras que buscan incitar el miedo al otro, al inmigrante, al pobre.
Hablemos del pantano, de sumergirse en él (lo que implica pasar al otro lado, lo que representa el humedal…).
Houston es una ciudad muy húmeda y eso me llevó a pensar en un pantano, a estar empantanada emocionalmente, al pantano de la política gringa donde no hay salida, solo dos opciones políticas que se parecen demasiado entre sí, una gran uniformidad en la información que impide una verdadera crítica social. Los gringos viven en una cámara de eco donde solo se escuchan a sí mismos.
¿Cómo abordó la relación con los temas familiares y el sentido de la memoria?
En el momento de escribir, es donde encontré más conexión y autenticidad emocional, pero también es donde ahora me siento más vulnerable, porque lo que escribí no es la memoria de mi familia, sino cómo experimenté un momento determinado en que estaba pasando por ciertas dificultades. Me interesaba qué pasa con la memoria de los migrantes que dejan una vida atrás y tienen que reinventarse, las dificultades que eso puede traer. También qué pasa con una sociedad que valora demasiado lo nuevo, y la homogeneización del paisaje con signos que apuntan al consumo y al patriotismo, y no a un verdadero sentido de comunidad.
¿Cómo es la relación familiar en el libro desde el hecho de vivir en un lugar que no logra ser propio?
Abordo la relación con mi abuelo y mi padre en un momento particularmente difícil justo antes de la muerte de mi abuelo. En este contexto reflexiono sobre la vejez, pero también sobre el declive del imperio gringo. La sociedad que a mi abuelo le tocó vivir de joven, una menos militarista o que apenas comenzaba a serlo, con otro tipo de valores sociales y culturales.
Otro asunto clave es la importancia del viaje y de hacer un recorrido. ¿Cómo los trabajó narrativamente?
Quería homenajear la novela de road trip o proyectos icónicos como la serie de fotografías de Los americanos de Robert Frank. Recorrer el país para conocerlo, salir del encierro. También quería hablar del highway como un personaje en sí mismo, que construye cierto estado nervioso.
Lo que nos llega de Estados Unidos a través de los medios tradicionales es diferente a lo que usted narra en el libro (el movimiento Antifa, por ejemplo). ¿Qué le permitió su mirada como mujer latinoamericana?
Cuestionar el sueño americano ya implica cierto privilegio, porque para muchas personas sigue siendo un ideal que perseguir, pero planteo que hay mejores sueños que buscar: los sueños de la comunalidad.