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Considerado un mentor de muchos fotógrafos contemporáneos, este hombre es una institución. Desde los 14 años empezó a trabajar con la luz y sus diferentes grados de exposición, el balance de blancos, la vida capturada en un instante que pocos pueden reavivar, es decir: que la foto sea una historia misma.
Daniel Mendoza Alafita abre el portón del edificio Puebla en Santa María La Ribera, ubicado en la esquina de Rayón y Sabino, rotulado con el número 129, un inmueble que alberga el Estudio-Taller Selenium, donde se imparten cursos de fotografía físico-química que, a la par, sirve como taller de revelado. "No es fotografía análoga, es físico-química", reafirma el maestro, último inquilino del edificio de seis pisos sobre el que pesa un aviso de desalojo, una acción que se empalma con el avance a zancadas de la gentrificación en colonias populares de la Ciudad de México.
Hace más de dos décadas, Daniel montó el estudio Selenium en medio del cambio tecnológico, cuando lo análogo daba entrada a la era de las cámaras digitales, el internet y las publicaciones en plataformas que apenas se configuraban.
El fotoperiodismo hasta entonces se hacía con rollos, material con el que Daniel trabajó en las calles, en coberturas médicas. Él, un viejo lobo de mar, instruido a la usanza de la vieja escuela, fundó a mediados de los 80 Imagen Jarocha, la primera agencia mexicana de información fotográfica. Trabajó en la agencia Imagen Latina y más tarde, en El Economista como fotorreportero.
"Llevábamos tres cuerpos de cámara, cinco lentes, dos flashes y el puño de rollos, tirabas en blanco y negro, en negativo de color, en diapositiva", menciona.
Obstinado a creer que la digitalización mataría el mundo análogo, decidió montar Selenium. "No existe la obsolescencia programada", afirma. Para mostrar su punto, vuelve el cuerpo hacia sus anaqueles con equipo y despliega tres cámaras, una de ellas de 1915. "De plaquetas, pura película, con dos disparos, ajustas tú índice de exposición, y te deben salir los monitos".
"Aquí hacemos negativos de acetato, de aluminio, formato medio, placa, ochopordiez, negativos de vidrio... todos los proceso físico-químicos se despachan en Selenium", comenta.
Los antiguos propietarios del edificio Puebla desaparecieron. Daniel piensa que murieron. "Se fueron y nunca más se supo de ellos". El edificio quedó con una renta congelada de 6 mil pesos. Pasado un tiempo, un contundente anuncio de que el inmueble había sido comprado, llevo a Daniel y los vecinos de la zona, a un juicio que terminó ganando el grupo inmobiliario. Alafita sólo pudo un plazo para desalojar el edificio. De aquí a septiembre.
Una breve cátedra
Daniel se levanta y camina hacia donde está una cámara de cine de 8 mm, también toma otra de 35 mm. Los dispositivos son de 1950 y finales de los 60. Cada desplazamiento significa seguirle el paso, como un peripatético que hace camino al andar, y Berenice, la fotógrafa de este diario, lo escucha atenta. Le pregunta su opinión sobre la fotografía actual. El maestro hace paradas, explica con cátedra.
Nacido en 1957 en la Ciudad de México, de padre veracruzano y madre oaxaqueña, de niño se mudó con su familia a Veracruz. Creció con la mirada aguzada, despierta. Pero le debe mucho de lo que es a sus maestros. Se especializó en artes cinematográficas en la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad Veracruzana. Dos de sus maestros fueron Nacho López y Carlos Jurado. Los tiene siempre presentes. "Fui alumno de ambos", dice orgulloso.
Daniel se sabe el proceso de impresión como la palma de su mano. El taller tiene dos habitaciones convertidas en laboratorios de revelado: el cuarto oscuro, la habitación roja, como le suelen llamar. Son tres pisos los que el estudio tiene ocupados de equipo fotográfico con un siglo de historia y un acervo fotográfico de más de 50 años.
Ahora, Mendoza y sus compañeros del proyecto cultural independiente, está consiguiendo cajas donde conservar las piezas de este "Museo de la Fotografía", como lo llama Alafita. Un museo cuyo valor podría quedar en el olvido.
"No sabemos si conseguiremos algún lugar. Ahora, las rentas se elevado hasta las nubes. Rentas que son de 17 mil, 19 mil pesos. Es incosteable para alguien como nosotros, parte de la comunidad cultural independiente, nosotros no recibimos ningún financiamiento del gobierno, porque el gobierno todo te cobra, hasta el agua".
"Esto de la gentrificación está desapareciendo lo popular, el sentido del vecindario, de una colonia como la Santa María La Ribera, que mucho tiempo fue conocida como Santa María La Ratera. De aquí salieron bandas como La Maldita Vecindad. Y ahora, nada, se pretende acabar con todo eso", considera.
A la pregunta de qué piensa hacer con todo el acervo, Mendoza responde:
"Los grandes artistas y sus acervos son únicos. Yo tengo que vivir de algo cuando ya no pueda caminar ni ver. Voy a venderlos. O como hacían los estridentistas, los lanzaban al mar o los quemaban, ¿no? O qué pasó con los fotógrafos de agüita ―los que estaban en los parques tomando las fotografías―, ¿qué pasó? Se morían y sus cámaras se iban al hoyo con ellos".
Berenice le solicita poder guiarlo, ahora. Se invierten los papeles.
Tome su cámara, ahora míreme, le dice en un par de ocasiones.
En el pasillo se realizan varias maniobras.
Berenice observa una posibilidad fortuita. Le pide al maestro que se mueva a un patio provisto en la planta baja.
Daniel, con cámara en mano, está listo.
Ambos se apuntan.
Y disparan.