Nadie que explore la historia del cristianismo puede salir ileso de una experiencia así de apasionante: hay exacerbaciones mistéricas entreveradas con intrigas políticas y guerras, odios arraigados disfrazados de un mensaje de paz en medio de un mundo convulso. El sexo de los ángeles y de los santos: género, religión y violencia en la construcción de la cultura occidental (Siglo XXI Editores-UNAM-IIH, México, 2024), obra del historiador mexicano y profesor emérito Antonio Rubial, deja muy en claro que aquellos valores cristianos que podrían parecernos muy lejanos a la luz de nuestra orgullosa mirada secular resultaron tan profundamente poderosos, que uno puede asombrarse de ver en su propia vida cómo aún nos mantienen anclados en el despliegue omniabarcante de una religión.

En su libro, Rubial nos revela una asombrosa colección de relatos sobre las vidas de los santos, llamadas hagiografías, que, aunque ya no pesan con la fuerza de verdad que las acuñó en su tiempo, sí continúan resultando fascinantes, pues el mismo Rubial, cuenta en entrevista, desde muy chico fue cautivado por los comics pro-cristianismo Vidas ejemplares: “Siempre me gustó la narrativa de esa literatura. Un poco la vida me fue llevando a buscar un tema que hablara de cómo nuestra moral actual sigue bebiendo de estas vidas. Finalmente, a los humanos nos fascina que nos narren cuentos e historias truculentas, de pasión, de amor, de muerte, y un poco lo que la Iglesia hizo, a lo largo de la Edad Media, fue utilizar estas narrativas para inculcar a través de la vida de los santos las enseñanzas morales”.

En estos relatos, realidad y fantasía se entretejen para mostrar a los cristianos los arquetipos de vida que deben imitar, los ideales a los cuales hay que aspirar, las represiones corporales y espirituales con las cuales se han de mortificar en aras de obtener un bien mayor: el cielo mismo. Toda una cartilla moral que pasó desde el protagónico de los mártires perseguidos por los romanos, hasta la implementación de figuras sincréticas cuando la Iglesia ya era capaz de llevar a los paganos la muerte y la cruz: “Por supuesto, parte fundamental de la efectividad de esas vidas, es que son entretenidas. Y esa narrativa, que introduce creencias y valores, sigue funcionando hasta nuestros días: nuestras visiones sobre el bien y el mal, el amor, la violencia, el sufrimiento”.

En El sexo de los ángeles y de los santos, Rubial sitúa los contextos en que emergieron estos valores, pero también las alteraciones históricas con que nos han ido llegando, sin perder de vista que van transformándose a la par que nuestra sociedad. Es el caso del sufrimiento, uno de los pilares constitutivos de la religión: “El sufrimiento es algo inherente al ser humano, algo no que no podemos evitar, como la enfermedad o la muerte. De alguna forma nosotros hemos solucionado muchos problemas, quizá nuestra civilización no está ya tan inmersa en el sufrimiento, incluso le rehuimos. En cambio, en sociedades antiguas donde la vida es muy precaria, donde las hambrunas y la muerte son constantes, la gente no llega ni a los treinta años; estas sociedades forzosamente tienen que vivir una situación muy angustiosa, y el sufrimiento es un discurso con el que se identifican”.

Lo anterior, señala Rubial, hace muy eficiente la labor de la Iglesia y sobre todo el discurso cristiano alrededor del sufrimiento, “ya que finalmente el gran tema del cristianismo es la muerte como redención: que Cristo muere en la cruz para redimir los pecados de los hombres. Creo que la muerte es el gran tema de la humanidad y de la religión, por eso empiezo y termino el libro con la muerte, porque creo que ahí tiene el éxito la Iglesia y en general las religiones, porque te dan de alguna forma una esperanza, incluso en el más allá. Es una solución a la muerte”.

Lo llamativo es que, si bien el sufrimiento ya no está presente en sus estragos “físicos” con la brutalidad con que la vivían nuestros antepasados, sí continúa como una extraña adicción que se muestra en las nebulosas de la psicología humana, tan vulnerable, como siempre, ante la fragilidad de la vida misma: “La idea de que el sufrimiento trae redención es un recurso que nuestro inconsciente sigue utilizando. En psicoanálisis es muy común enfrentarse a estas personas que por medio del sufrimiento chantajean, donde la victimización es parte de un proceso que trae muchos beneficios para quien lo utiliza”.

Sin embargo, también es cierto que somos una sociedad que vive en el perpetuo escarmiento, pensando en el sufrimiento como castigo, y de ahí nos vienen muchos de las visiones que vivimos sobre la justicia. A propósito de ello dice Rubial: “Nuestra civilización está muy acostumbrada a ver como que Dios lo está castigando a uno por algún pecado que cometió cuando le va mal o cuando sufre. El castigo como una consecuencia del pecado sigue funcionando en muchos de los inconscientes de nuestra civilización”, lo cual explicaría el policía interno que guardamos en nuestra conciencia, siempre vigilados y castigados, e incluso ante las injusticias, la religión da un consuelo: “Pero si no hay pecado, entonces ¿qué pasa? Ah, pues es que Dios te está probando a ver si de veras eres fiel a él y no te vas a revelar, como en el libro de Job. Lo que es fascinante es que la religión sigue dando, de alguna forma, respuestas a este tipo de situaciones extremas”.

Una vez asimilado en la propia vida el modus vivendi del cristianismo, uno puede pensar en Max Weber y su capitalismo derivado de la ética protestante. Pero ¿qué hay de la ética católica, con su moral cimentada en el sufrimiento como el buen vivir, en nuestra moneda de cambio que es la confesión y las dádivas a la Iglesia? Pues muchos de los valores promovidos por ésta última parecen funcionales al sistema económico en el cual estamos arrojados. Rubial comenta al respecto el caso de la burguesía francesa absuelta por la moral jesuita, ya estudiado por críticos de Weber:

“Los jesuitas se enfrentan al gran problema de la modernidad: ¿cómo voy a solucionar moralmente el hecho de que hay una contradicción intrínseca entre las enseñanzas de Jesús y la búsqueda de riqueza, que es finalmente el tema central del capitalismo y de la burguesía? Los jesuitas, tras solucionar esa paradoja de una religión que predica la pobreza, pero apoya a los ricos, dice que los ricos también se van a salvar si les dan a los pobres, si hacen obras de caridad. En esta ambigüedad los jesuitas han logrado hacer una moral doble, que es válida para ricos y pobres, y en la cual todos estarán salvados. La solución a esa salvación es la confesión y el purgatorio, porque te dan la posibilidad de una salvación diferida, y la posibilidad también de que, hagas lo que hagas, te portes mal o bien, te vas a salvar en cuanto Dios te perdone. Es decir: a diferencia del dios protestante, un dios muy rígido, en el catolicismo se propicia una moral muy ambigua: si te portas mal, pues te confiesas y no te vas a ir al Infierno, sino al purgatorio, si cumples con determinadas reglas”.

Claro, el cristianismo siempre se ha adaptado al poder, como es observable en el libro de Rubial. Por ello, sus artífices buscaban también el apoyo de los altos linajes, descubriendo que la gracia de Dios puede darse en las altas esferas medievales, las favoritas para los elegidos divinos: “Es una sociedad estamental, que no puede evitar que el modelo social sea el noble y el clérigo, los estamentos privilegiados. El 70 por ciento de los santos son varones, santos y sacerdotes, es el modelo de una Iglesia que está imponiendo un patrón; también están mujeres que son santas, pero nobles. Ya después habrá por ahí algún campesino, algún negro o esclavo, pero la mayoría son varones nobles, eso nos da una panorámica de lo que es un discurso elitista que sostiene un régimen jerárquico e inamovible”.

Por supuesto, esta constitución del mundo viene enfrentando algunas problemáticas desde el siglo pasado, lo que mete a la Iglesia en aprietos para conservar su poder: “En nuestros días vemos que los valores morales tradicionales ya no funcionan, porque estamos en una sociedad que ya no es estamental, supuestamente democrática, igualitaria, donde no hay una diferenciación jurídicamente hablando entre los ricos y los pobres… aunque sabemos que sí. Pero estos valores se están resquebrajando: los valores familiares, los esquemas de comportamiento moral y la sexualidad. Es lo que yo he querido mostrar en el libro”.

Desde luego, no podemos perder de vista el otro aspecto importante de esta obra: los roles de género inculcados por la Iglesia, que tiene un amplio registro misógino prologado en las diversas etapas del cristianismo, llegándonos hasta la actualidad, en la que ni remotamente podría soñarse una mujer pontífice, o peor aún: en la que ciertas imposiciones como la maternidad o la subyugación al hombre siguen presentes. En el libro de Rubial podemos ver el lugar de la mujer en la conformación del cristianismo: la controversia respecto a la participación activa de Eva o de María Magdalena en la búsqueda de la sabiduría en los cristianismos gnósticos, la santificación de las místicas por sus experiencias respecto a la ciencia infusa, siempre marcadas por el dominio del cuerpo en contraposición del alma, las aseveraciones agustinas sobre el papel pecaminoso de lo femenino ante el hombre, que debe luchar por no caer en la tentación, son algunos de los episodios clave para la estigmatización con la que se sigue señalando a las mujeres.

“Yo creo que el catolicismo está heredando una misoginia que viene desde la Antigüedad, como vemos en el mito de Pandora: la que abre la caja y salen todos los males es una mujer. Hay una misoginia que en el mundo griego es notable, incluso en el mundo romano, donde algunas mujeres tienen una cierta libertad, porque son las guardianas de la familia y muchas veces promueven las alianzas. Sin embargo, no hay una emperatriz, es decir, los grandes personajes del imperio romano son hombres; las mujeres regentes son contadas en la Antigüedad, pero sigue siendo una sociedad patriarcal y eso lo hereda el cristianismo: el hecho de que los obispos sean siempre varones. En algunos cristianismos gnósticos las mujeres tienen cierta presencia, o en el cristianismo primitivo hay algunas diaconisas, pero estamos hablando que quienes siempre han guiado al pueblo y representan la institución, siempre son varones”.

A pesar de este panorama, el cristianismo sí les dio a las mujeres cierta participación en los espacios públicos, en este caso, las iglesias: “Lo cual no tenían en el mundo romano, donde los que pagaban eran los hombres para sus grandes eventos, y de alguna forma en el cristianismo las mujeres tuvieron esta posibilidad. En el mundo bizantino tienen una fuerza impresionante, incluso algunos autores, yo no lo apoyo, sostienen que la Virgen María, que aparece en el cristianismo como una presencia femenina muy fuerte, procede de este ámbito bizantino donde las madres de los emperadores no sólo manejan la política, sino también la teología; aunque sea oculto, aquí las mujeres tienen poder”.

El último gran tópico del libro es la violencia, que en los últimos años hemos visto reactivando ciertos códigos fundamentalistas para ejercerla usando el nombre de Dios por estandarte, lo cual nos hace recordar que las tres religiones abrahámicas adoran a un Dios que ordenaba a su pueblo hacer hecatombes en su honor. Rubial comenta al respecto: “La violencia es otro de los grandes temas del ser humano; junto con el sufrimiento recibido, está también el sufrimiento impuesto. El ser humano ha sido violento desde siempre, es una de sus características, matar, hacer sufrir; parecería que lo tenemos ahí en nuestro cerebro reptiliano. Lo que hace la religión es adaptarse a esa realidad humana, no se puede eliminar a pesar de que, lo sostengo ahí en el libro, el cristianismo tuvo un serio problema al adaptar este Dios terrible del Antiguo Testamento, ese Dios violento que exige ojo por ojo, un dios vengativo, a este otro que es totalmente contrario: ama a tu prójimo, pon la otra mejilla. Es un Dios completamente distinto”.

Pero, reconoce Rubial, esto concedió muchas posibilidades para la expansión del cristianismo en tierras paganas, donde la violencia, la acumulación de riquezas y el disfrute del cuerpo eran comunes: “Como, por ejemplo, cuando llegan los germanos, que son violentos guerreros, y les ofrecen el dios del amor y del perdón al enemigo, pues ese no lo toman, pero ¡ah!, tenemos también este: el dios violento. Entonces ese me conviene. Eso posibilitó la asimilación del cristianismo con el poder, e inmediatamente generó la posibilidad de justificar la violencia”, concluyó el historiador.

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