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Devolver la calidad de ser humano a las osamentas sin nombre, preguntar a la tierra por los restos que yacen, tratar de recuperar lo que fue arrebatado, aferrarse a la esperanza o a las fantasías, escuchar los silencios. Eso es lo que hacen los personajes de Despojos, el libro de cuentos de la escritora Lola Ancira, publicado en 2022 y reimpreso en 2023 por el Fondo Editorial Estado de México.
Ancira, seleccionada por la FIL Guadalajara como uno de los ocho talentos mexicanos para su programa literario ¡Al ruedo!, nos recuerda que “cualquier familia tiene por lo menos un ausente” y desde esa dolorosa premisa presta su voz a hijos, madres, padres y viudas, quienes, en ocho potentes historias, lidian con desapariciones, asesinatos, secuestros y violencias feminicidas en un país donde siempre falta alguien en la mesa familiar.
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En algunas historias como “Hablar con los muertos” y, de alguna manera, en “El mundo vacío” se percibe un aire rulfiano. ¿Quiénes han nutrido su escritura para abordar estos temas en particular?
En especial la obra de autoras como Susy Delgado, Inés Arredondo, Guadalupe Dueñas y Adela Fernández. También están Mariana Enriquez, Samanta Schweblin y María Fernanda Ampuero, en el ámbito contemporáneo.
Cuéntenos sobre la construcción de las narraciones alrededor de la necesidad de comunicarnos con las personas fallecidas o ausentes, de sostener el vínculo a través de la tierra que “habla”, por ejemplo.
Quería buscar una forma en la que los huesos, que es lo único orgánico que queda de nosotros tras la muerte, se pudieran comunicar con los vivos. Quería, abordando lo sobrenatural, encontrar una manera de reunir de nuevo a las madres con sus hijos, de darle fin a búsquedas terribles en muchos sentidos. Tener restos a los cuales poder llorarles.
¿Qué cree usted que hay en nuestras culturas que nos ha hecho establecer una relación tan particular con quienes han fallecido?
Como seres sensibles, la primera reacción ante la muerte de un ser querido es la de una tristeza honda. Encauzamos nuestras experiencias de dolor frente a la muerte a través de rituales milenarios. Cuando una muerte, además, está marcada por la violencia, por un contexto urbano hostil, el dolor se vuelve indignación, ira. Y si la ley no es aplicada debidamente, todo esto configura la forma en la que nos enfrentamos a tal pérdida.
Entre los temas comunes de Despojos están los rituales para abordar la pérdida, el dolor o el duelo. ¿Qué lecturas o vivencias alimentaron ese aspecto de la escritura?
Me fascinan los rituales mortuorios y su simbolismo, las formas en que distintas culturas afrontan la muerte de un ser querido. Hay uno en especial que se realiza en Pomuch, Campeche (y del que surgió uno de los cuentos), la limpia de huesos: cada año, en octubre, los familiares limpian los huesos del difunto con esmero para que esté presentable para el Día de Muertos. También me obsesionan las prácticas funerarias, como el entierro celestial, que describo en otro cuento. Quería hablar de lo que pasa con las osamentas, con los restos, con los despojos de las personas.
“El mundo vacío” es el único cuento escrito en segunda persona que, para muchos, suele ser la más compleja en términos narrativos. ¿Cómo decide desde qué persona narrará cada historia?
Suelo escoger la voz narrativa al momento de plantear la historia, pensando cuál tendrá más impacto. Otra cuestión es que me quería ceñir al lenguaje oral para escribir estos cuentos, y quería generar una especia de diálogo con el vacío, construir una conversación que partiera del dolor de la pérdida para tratar de paliarlo.
También son interesantes las repercusiones de las violencias, las pérdidas y las ausencias: el sentido de comunidad, la solidaridad, la búsqueda de memoria, el perdón, etc…
Tienen el lugar principal. Quería hacer énfasis en que las experiencias del otro, especialmente las dolorosas, nos atañen por el hecho de formar parte de la sociedad. En cuanto a la forma de trabajarlas, la mayoría se desarrollan en contextos de vulnerabilidad en varios aspectos, desde el emocional hasta el económico.
¿Escribir estos cuentos incidió en la manera en que usted asume o concibe la muerte?
Claro. La muerte, como temática, está presente en mis cuatro libros de cuentos. La abordo desde distintos personajes, voces y perspectivas. En Despojos lo hice partiendo de situaciones reales y cercanas porque cuando presenté el proyecto a la beca del Fonca, en 2019, sentí la necesidad de hablar de las muertes relacionadas con la violencia de género y del crimen organizado porque era un terror que sentía cada vez más cerca y no sabía de qué forma afrontarlo, así que opté por la literatura. A pesar de llevar más de una década abordando el tema, no se agota porque la muerte es ese gran misterio sobre el que sólo podemos especular.
¿Cómo fue su paso de la literatura fantástica a este tipo de narraciones más realistas?
Para este proyecto quería abordar problemáticas contemporáneas de mi país (de ahí también que cada cuento se desarrolle en una ciudad diferente), hablar sobre las distintas violencias que nos configuran como sociedad y que nos afectan individualmente.
¿Y cómo mezcló las historias reales y las investigaciones en archivo, con la ficción?
Los ocho cuentos están basados en casos reales y en experiencias propias, me enfoqué sobre todo en los que más impactaron a su comunidad y estaban relacionados con la violencia sistémica.
¿De qué manera logra narrar lo afectivo y lo emocional sin caer en el amarillismo o en el drama fácil?
Siempre tuve en mente abordar cada historia desde la empatía y el respeto, poniéndome en el lugar de los protagonistas y reflexionando sobre la manera en la que sus conflictos me afectarían a mí y cómo trataría de hacerles frente.
¿Cuál es para usted el lugar de la literatura frente a lo que hoy pasa en nuestros países?
Un espacio para la reflexión, para identificarnos con quienes sufren pérdidas indecibles, para recordar que formamos parte de una colectividad y tratar de comprender el dolor ajeno.