Eran las once de la mañana de este martes 17 de septiembre, cuando la Camerata de Coahuila inició puntualmente su ensayo bajo la dirección de su titular, el Maestro Ramón Shade. Tenían ante sí un gran compromiso que, mediáticamente, los había colocado en la mira de los melómanos mexicanos: Torreón había sido la plaza elegida para el esperado retorno a nuestros escenarios de Rolando Villazón, ese tenor legendario que, tras una fulgurante carrera, debió guardar silencio más de un año a raíz de la operación de un quiste en las cuerdas vocales y, al volver a la escena pública, lo ha hecho en tantas facetas y con tal soltura, inteligencia y solvencia, que no pocos le han equiparado con un auténtico Renacentista.

Además de ser también un exitoso presentador, Villazón se ha revelado como novelista, director escénico, dibujante, clown y, hasta director artístico de un importante festival mozartiano, nada menos que en Salzburgo. Tristemente, para las nuevas generaciones de cantantes que no tuvieron la oportunidad de escucharlo en vivo, se había convertido, también, en un referente discográfico tan inspirador como inalcanzable.

Tras abordar la obertura de Las bodas de Fígaro con que iniciaría la velada y al confirmar que Villazón todavía no llegaba a la sala, Shade llamó a Anabel de la Mora e Itzelli del Rosario para ensayar con ellas Ah, perdono il primo affetto, de La clemenza di Tito, pues el primer cuarto del programa estaría íntegramente dedicado a Mozart. En punto de las 11:23, del fondo del patio de butacas, se escuchó el inigualable timbre de la voz tanto tiempo esperada diciendo “ahí hace falta un tenor”. Ágilmente y entre algunos aplausos, Villazón subió al escenario de ese abigarrado recinto que es el Teatro Isauro Martínez y, tras saludar a los colegas con quienes compartiría la Gala, pidió permiso para pasar a su camerino a dejar sus cosas.

El termómetro marcaba 33 grados al interior de la sala cuando, trece minutos más tarde y profusamente arropado con los zapatos cafés, jeans azul marino, playera verde perico, suéter amarillo yema, saco de terciopelo negro con bolsillos notoriamente abultados y la bufanda roja con que llegó, Villazón se plantó al centro del escenario, ofreció una disculpa por la demora ya que –al igual que a mí-, le habían dicho que su ensayo empezaría a las 11:30 y se lanzó con la que sería su primera intervención en el programa, el aria Voi que fausti, de Il re pastore, la primera ópera que cantara cuando todavía era estudiante del Maestro Arturo Nieto en el Conservatorio Nacional de Música. Vendría después el trío Pria di partir, oh Dio! de Idomeneo, ópera que debutará el año próximo, sumando así diez roles mozartianos a su haber, “además de muchas otras cosas suyas que he cantado”, enfatizaría más tarde.

Durante las poco más de tres horas que duró el ensayo le escuché repasar todo el programa, cuidándose de “marcar” únicamente los agudos. Con guante de seda y la gracia que le confiere su proverbial desparpajo, dio indicaciones al Maestro Shade de qué quería musicalmente en ciertos puntos y, a sus compañeras, algunos tips que hicieron más ágil el movimiento escénico. Fue tan puntual y preciso en todo, que no alcanzaron a ver más que un par de los nueve encores que había propuesto.

Esa tarde, en la sede de El Siglo de Torreón tuvo lugar la presentación de su novela más reciente, Mozart en bicicleta (Galaxia Gutenberg, 2021), a cargo de Enrique Alfaro Llarena y Gerardo Kleinburg. Siendo un lector voraz, su tránsito a escritor lo ha logrado de manera natural. Tersa. Reconoce que “el sueño de todo lector, es hacerse escritor” y nos compartió que, cuando firmaron para la publicación de Malabares, su primera novela, su agente literario le advirtió que tendría que escribir muchos más libros para ganarse el reconocimiento en este nuevo ámbito, ya que su fama como cantante estaría ahí, opacando siempre al escritor. Ahora, con una cuarta novela en puerta que piensa titular Arnoldo el temerario, y para la cual se preparó leyendo cuanta novela caballeresca halló “además de Don Quijote”, asegura que va a seguir escribiendo, “aunque no se me vuelva a publicar nunca jamás”.

Como primer lector de los textos de Rolando, Alfaro comentó que estábamos ante una novela que bien podríamos llamar “Villazón en bicicleta, de Rolando Amadeus Mozart” dado el profundo amor y conocimiento que nuestro compatriota profesa por el salzburgués, quien lo hizo evidente al escarbar en los insondables bolsillos de su saco hasta hallar una plumita de ave color verde –“siempre la traigo”- que, cual amuleto en honor a Papageno y al estornino que el compositor tuvo como mascota, entreveró en su ensortijada cabellera ante las carcajadas de una concurrencia que también celebraría el entusiasmo con que recibió la playera del equipo Santos Laguna que le obsequió el presidente municipal de Torreón, Román Cepeda González, y haría una interminable fila para que les firmara el libro recién presentado. Al igual que los boletos para la función, los libros se agotaron en un dos por tres.

Al día siguiente, los cantantes no fueron citados para ensayar por la mañana y Villazón se quedó descansando en la casa que uno de los patrocinadores puso a su disposición para que se hospedaran él y su familia; comieron mole de avellanas, tamales y, siguiendo la recomendación de su suegro, probaron el célebre requesón de La Laguna. A las seis de la tarde inició el ensayo acústico. Repasaron algunos detallitos, vieron superficialmente los encores y, tras que reacomodaran los girasoles que engalanaban el proscenio, las puertas de la sala se abrieron a las siete y media. La sociedad lagunera se hizo presente motivada, también, por una buena causa: el Instituto Municipal de Cultura y Educación que dirige ese notable melómano que es Antonio Méndez Vigatá promovió que esta Gala fuera a beneficio de la Casa Cuna del DIF.

La Obertura fue lo más refinado del bloque mozartiano. Sus notas, desgranadas por la orquesta, eran como burbujitas de champaña. Tras el Preludio de Attila, corroboramos que el peso que ha ganado la voz de Rolando resulta ideal para obras como L’esule, canción de Verdi que ofreció en el arreglo orquestal de Berio; escuchamos después el vals de Fausto, de Gounod, que será muy bonito, pero estaba metido con calzador en medio de Verdi y Rossini, cuyo dueto Eccomi giunto… Notte per me funesta de Otello propició la primera gran ovación, ante la intensidad y desbordante dramatismo que Del Rosario y Villazón le imprimieron.

Los ánimos se mantuvieron en alto tras el intermedio gracias a que, portando la playera que recibiera el día anterior, haciendo malabares con naranjas y trocando el elíxir por una lata de cerveza, Villazón encarnó un Nemorino “muy lagunero” durante el dúo final de L’elisir d’amore que cantó con De la Mora. Tres incisos de Les Contes d’Hoffmann, de Offenbach, completaron este tercer cuarto del programa: la Barcarola y las arias Va, pour Kleinzach y Les oiseaux dans la charmille, donde De la Mora tuvo su momento más lucido, gracias a sus agudos impolutos y la mecánica gestualidad con que encarnó a la autómata.

Dedicado a la zarzuela, el último segmento inició con el brillante Intermezzo de La boda de Luis Alonso. Villazón y Del Rosario ofrecieron dos romanzas, Ya mis horas felices, de La del Soto del Parral y Sierra de Granada, de La Tempranica, antes de que ambas cantantes alternaran con el tenor en los duetos Cállate Corazón, de Luisa Fernanda y Torero quiero ser, de El gato montés, con la cual terminaría más que exultante el programa oficialmente anunciado. De pie, el público clamaba por más, y a pesar de los tropiezos que evidenciaron la poca preparación que tuvieron los cinco bises ofrecidos, la concurrencia deliraba. Habían sido partícipes de una velada histórica: el anhelado retorno de nuestro más grande animal escénico.

A quienes presenciaron este gran concierto poco les importaban, a estas alturas, los “asegunes” que inquietaban a algunos puristas, incapaces de reconocer que, como todo, la voz de Villazón tenía que cambiar en dos décadas, y cambió, sin mermar aquello que singulariza a este extraordinario intérprete que ha hecho de la resiliencia su estandarte y, tras catorce años de ausencia, ha regresado íntegro, con una emisión más robusta y haciendo gala del exacerbado histrionismo que le distinguía desde que “hacía tablas” al lado de Diana Bracho en Masterclass, y es una lección viviente de cuánto puede lograrse con dos virtudes que no se aprenden: un carisma desbordante y un colmillo que haría palidecer a un narval.

¡Larga vida a Rolando Villazón!

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