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Leía como otros rezan... Leía con un ensimismamiento tan impresionante que desde entonces cualquier otra persona a la que yo haya visto leyendo me ha parecido un ser profano.
Stefan Zweig
Stefan Zweig nos da una pista sobre lo que estamos perdiendo hoy, que es ese ensimismamiento en la lectura. La concentración necesaria para la lectura profunda. Es cierto que leer nos lleva a otros mundos, reales o imaginarios, nos permite soñar y conocer lugares distantes en el espacio y en el tiempo; al leer, sabemos del presente, el pasado y el futuro, nos acercamos a acontecimientos e información que no vivenciamos y hasta en ocasiones, llegamos a tomarlos como propios. No obstante, la lectura nos ofrece mucho más. Su impacto en la construcción del pensamiento es frecuentemente subestimado, o incluso ignorado.
Esta subestimación parte, al menos, de que en español es relativamente sencillo otorgar un valor sonoro a cada uno de los grafemas (letras). En el español de México, el análisis de Fernando Leal Carretero señala que existen más grafemas (33) que fonemas (22), sólo cinco de los grafemas representan dos o más fonemas o combinaciones de fonemas, mientras que de los 28 restantes, cada uno representa siempre el mismo fonema por lo que es fácil otorgarle su valor sonoro cada vez que se ve escrito.
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Esta simplicidad se convierte en un espejismo y es frecuente escuchar que los niños de primer grado de instrucción primaria “saben leer”. Como resultado de lo anterior, la enseñanza de la lectura en grados escolares posteriores es desatendida.
Los datos así nos lo muestran. De acuerdo con la prueba PISA 2022, los estudiantes mexicanos de 15 años están 13% por debajo del promedio y 24% por debajo del país más alto en comprensión lectora. Todavía más alarmante, un estudio de la Universidad Iberoamericana señala que el 70% de las niñas y los niños de primaria no entienden lo que leen.
La lectura de textos complejos —ensayos, narrativas, poesía, filosofía, etcétera— requiere del manejo de diferentes representaciones mentales que se derivan de la propia percepción, pensamiento, memoria o de diversas operaciones cognitivas; de igual manera, requiere del procesamiento de diversos niveles del lenguaje —acceso al léxico, a la ortografía y la fonología, procesamiento morfológico-sintáctico, interpretación semántica, procesamiento textual, interpretación pragmática—. El procesamiento de estos elementos lingüísticos debe ser enseñado y aprendido, y ese aprendizaje pasa sin duda, por la propia actividad lectora.
Resulta poco atractivo leer textos que no se acercan a la realidad propia; son difíciles de leer dado que no se dominan los diferentes niveles del lenguaje, ni se dispone de las representaciones mentales necesarias para poder apropiarse de ellos. Por ello la lectura, que es por supuesto un maravilloso pasatiempo, es mucho más que eso. Es la forma de entrenar a nuestro cerebro para procesar, entender y disfrutar lecturas cada vez más complejas y construir nuestro pensamiento.
Con frecuencia los promotores de la lectura suelen referirse al “gusto por la lectura” o al “gusto por los libros” como si estos fueran un bien de consumo como sería el “gusto por los zapatos” o el “gusto por los coches”. El lector logra el “gusto por la lectura” sólo si llega a apropiarse del contenido de los libros y con ello percibe la transformación de su pensamiento.
De hecho, diversos estudios sobre la cognición de las personas analfabetas realizados en diversas partes del mundo, incluyendo México, muestra que varios dominios cognitivos difieren de los de las personas lectoras competentes; entre ellos destacan el propio lenguaje, la memoria, las habilidades visoespaciales y sobre todo las habilidades metalingüísticas. Con relación a estas últimas, para una persona analfabeta es imposible descomponer una palabra hablada (ejemplo: /gato/) en sus cuatro fonemas /g/-/a/-/t/-/o/, o decir que está compuesta por cuatro sonidos y menos aún, transformarla en /pato/ cuando se le pide que cambie /g/ por /p/.
Esta imposibilidad se deriva de que, al tener acceso al lenguaje escrito —leerlo y mejor aún, escribirlo— entramos al mundo de las metarrepresentaciones. Si el lenguaje oral o de signos permite que las representaciones mentales sean experienciadas o manipuladas, y alcancemos la forma lingüística de conciencia del mundo; al manejar lenguaje escrito, ya sea al escribirlo o leerlo, se toma conciencia simultáneamente del mundo y del lenguaje. El lenguaje escrito es, por naturaleza, una actividad metalingüística que nos abre las puertas al espacio del pensamiento abstracto.
Es justo la capacidad de abstracción, exclusiva del ser humano la que nos ha llevado a inventar máquinas voladoras, incluso poner los pies en la luna, a desarrollar sistemas “pensantes” de inteligencia artificial. Por ello la lectura es mucho más que un pasatiempo agradable. Es nuestra puerta de acceso a niveles de pensamiento insospechados.