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La novela podría compararse con una especie de caldo criollo, capaz de asumir todo tipo de ingredientes para dar sustancia a un nuevo subgénero narrativo, siempre dominado por las coordenadas que estableciera Miguel de Cervantes en el siglo XVII.
Sin embargo, Roland Barthes puso en boga la categoría de “relato” para agrupar un conjunto de discursos que podrían materializarse en la expresión oral o escrita para dar vida al “mito, la leyenda, la fábula, el cuento, la novela, la epopeya, la historia, la tragedia, el drama, la comedia, la pantomima, el cuadro pintado (…), el vitral, el cine, las tiras cómicas, las noticias policiales, la conversación”.
Esta apertura del discurso narrativo nos permite leer el guion cinematográfico como un género que merodea en el centro del vecindario, entre la novela y la obra fílmica, como es el caso de Lacombe Lucien (Anagrama 2018), partitura que se debe a Louis Malle, afamado director de la película Adiós muchachos, y Patrick Modiano, premio Nobel de literatura en 2014.
Lacombe Lucien, llevado a la pantalla grande en 1974, plantea el tema del colaboracionismo francés con los nazis durante el gobierno del mariscal Philippe Pétain, quien se vio obligado a aceptar el yugo alemán para evitar la destrucción del país y, sobre todo, de la Ciudad Luz.
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En este contexto, Louis Malle y Patrick Modiano caracterizan al personaje principal, Lacombe Lucien, como un campesino sin escrúpulos, capaz de ejercer el mal por inercia, tedio o simple banalidad, según la tesis que en los años setenta del siglo XX popularizó Hannah Arendt, a propósito del criminal Adolf Eichmann, quien fuera llevado a la horca una década antes por los jueces hebreos, después de que participara activamente en el exterminio de los judíos en los campos de concentración.
Adolf Eichmann, al igual que Lacombe Lucien, parecen responder a una especie de instinto primitivo, mucho antes de los diferendos entre Caín y Abel. Para estos individuos, el asesinato del prójimo no tiene una carga moral, pues actúan como simples operarios, siempre a las órdenes del Sistema de gobierno. Quizá por estas razones, Lacombe Lucien pasa de la crueldad doméstica, —donde sacrifica pájaros, conejos y gallinas— al servicio de la Gestapo, organización encargada de combatir las disidencias del régimen nazi.
Las acciones de Lacombe Lucien encuadran en el régimen lacayo de Pétain, el cual promulga hacia 1940 una serie de disposiciones antisemitas en un intento por agradar al Führer alemán, quien, a pesar de la sumisión de los galos, no ocultaba su desprecio a Francia, por la humillación sufrida en la Primera Guerra Mundial.
En esta obra Louis Malle y Patrick Modiano se proponen sacar a la luz un tema tabú de la historia francesa entre los años 1940-44, el cual toca el orgullo nacional porque la Alemania nazi fue capaz de arrodillar a la Francia indomable en unos cuantos días y, en dichas condiciones, las élites militares no tuvieron más remedio que firmar el armisticio del 22 de junio de 1940 que otorgaba obediencia a las autoridades militares germanas, con la honrosa excepción del general Charles de Gaulle, quien se opuso a la capitulación y encabezó la disidencia al lado de los países anglosajones.
Lacombe Lucien ilumina un pasaje oscuro de la historia, pero también descubre las veleidades humanas, favorables al egoísmo; contrarias a la solidaridad y cercanas, muchas veces, al espíritu carroñero. Y el arte suele ponernos enfrente estas realidades que no quisiéramos ver.