La temperatura es de 30 grados, ni los pájaros se asoman este mediodía en la plancha del Zócalo, tampoco hay danzantes ni manifestantes, la gente intenta escabullirse del sol con sombrillas; los ambulantes venden “ricas paletas de mango y de limón”, “helados de a diez”, “bolis de a dos por uno”, “aguas frescas bara, bara, bara”. Camino al Museo Archivo de la Fotografía, donde me encuentro con Yolanda Andrade para platicar de su exposición Luz oscura.
A punto de cumplir 74 años, la fotógrafa luce entera y sonriente, es chaparrita, sin ninguna pose o pretensión. Caminamos por la sala y me cuenta sobre las piezas que conforman la muestra:
“Esta exposición es sobre una noche muy personal. Es como un diario que cuenta lo que vivo, a qué lugares voy, qué temas trato”.
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Si antes con la cámara análoga capturó personajes bajo la luz del día, ahora con la digital disfruta de atrapar escenarios bajo la luz artificial, en el espectáculo nocturno que emana de las calles, los bares y las discotecas que frecuenta.
¿Qué es la noche para Yolanda Andrade?
Es luz artificial. Siempre me he sentido atraída por la noche, no sé por qué, pero me gusta el color de la noche.
¿Cuál es el color de la noche?
Colores fosforescentes. Por ejemplo, de las primeras cosas que empecé a tomar con cámara digital fue el neón, que siempre me ha encantado pero en blanco y negro no funciona. Pienso que le di inicio al color en Tlacotalpan (Veracruz), cuando fui a la Feria de la Virgen de la Candelaria.
A diferencia de sus fotos análogas, en esta exposición los protagonistas son los espacios...
Esa es otra diferencia: en casi todas mis fotos en blanco y negro está el ser humano frente a mí. Cuando pasé al color, cambió mi distancia y empecé a tomar el paisaje urbano y sus escenarios, porque tengo una mayor influencia de la pintura, del cine y el teatro.
Todos los fotógrafos dicen que hay que educar el ojo para hacer fotos, pero es algo muy ambiguo, ¿no?
Sí, es ambiguo. Tenemos una predisposición, pero el ojo se tiene que educar. Así como los escritores tienen que leer muchísimo, los fotógrafos tenemos que ver muchas artes visuales. Todo lo que he estudiado, leído, visto en el teatro, el cine, en la calle, todo eso influye en mi forma de ver y en mi fotografía.
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Yolanda nació en Villahermosa, Tabasco, en 1950. A los 18 años se mudó a la capital del país para estudiar idiomas y teatro. Aún no era fotógrafa pero le gustaba caminar y mirar. De niña pasó sus tardes en el cine y leyendo historietas como Batman, La pequeña Lulú y Periquita, sin imaginar que estaba absorbiendo la materia prima de sus obsesiones, ya que el eje de su trabajo es la cultura popular.
En 1976, durante una de sus habituales caminatas, se impresionó al ver a un campesino mirando la propaganda electoral de José López Portillo sobre la avenida Juárez casi esquina con Madero y entonces comenzó la aventura: fue la primera de las miles de fotos que ha tomado en casi cinco décadas de carrera.
¿Cómo dio el salto de la foto en blanco y negro a la de colores?
El cambio tecnológico vino en los años 90, pero a mí me tomó mucho tiempo llegar a la tecnología digital porque nunca había pensado en hacer color. Compré mi primera cámara digital a finales del 2002 y empecé a jugar hasta irme adentrando en el color, porque es una nueva técnica y tuve que estudiar de nuevo.
¿Con la cámara análoga era más selectiva que con la digital?
No, era igual. Aunque todo lo que hice en analógico lo hice alrededor del Centro Histórico y, ahora, cuando viajo llevo mi cámara a dónde sea.
Ser fotógrafo de calle también es un poco ingrato, porque no se te repiten los momentos.
Sí —dice sonriendo—, lo que no tomó uno, ya fue, porque en la calle todo fluye, todo es movimiento.
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Andrade cree que los fotógrafos son cronistas de su ciudad y del tiempo, “cada uno persigue diferentes motivos”. Sus imágenes han estado en revistas del espectáculo, en cine, catálogos e importantes museos y galerías del mundo. Con su lente ha retratado las marchas del movimiento LGBT+, el movimiento feminista y a figuras del espectáculo como Roberto Cobo —en su papel de La Manuela en Un lugar sin límites— y aTerry Holiday a quién retrató a través de los años.
No obstante, en sus inicios asegura que no sabía nada de fotografía universal, desconocía a los fotógrafos de otras latitudes y sus composiciones. Hasta que se enteró de la existencia de una escuela en Rochester, Nueva York, y ahorró para poder matricularse.
“En abril de 1976, estaba trabajando en una oficina y estaba desesperada por recibir respuesta. Hablé con mi tía y me dijo: ‘Te llegó una carta de Estados Unidos’. Mi tía no tenía ni idea del inglés, pero le dije ‘Ábrela por favor y repíteme las letras’. Cuando me aceptaron en Rochester fue un momento de emoción extrema”.
¿Estudiar en el extranjero cambió su perspectiva?
Mi vida cambió totalmente. Estar en otro país fue el parteaguas porque aprendí otra cultura, no es que yo me despojé de la mía, pero sí es bueno aprender de otras partes.
Usted es de las fotógrafas que más ha retratado al movimiento LGBT+ mexicano.
Estaban encima de una tarima que se cayó y cuando estaba recogiendo vi una cajita amarilla de Kodak que decía 'travestis'
Yolanda Andrade, fotógrafa
Muchos lo hemos retratado, pero es cierto que fui varios años a las marchas; dejé de ir cuando empecé a hacer color, como que uno tiene etapas de ciertos temas y cuando considero que ya no me entusiasma mucho, lo dejo de hacer. Ahora me entusiasman las marchas del 8 de marzo.
Hace dos años expuso en España las fotos que le hizo a Terry Holiday en 1978. ¿Por qué se esperó tanto para mostrarlas?
Esas fotos las tomé con diapositiva, son mis primeras fotos personales en color, pero estuvieron perdidas desde el 78 hasta hace dos años. Estaban encima de una tarima que se cayó y cuando estaba recogiendo vi una cajita amarilla de Kodak que decía “travestis” —porque así les decíamos en esa época—. Entonces empecé a escanear las diapositivas, fue todo un proceso limpiar hasta procesar el archivo.
¿Cuándo tuvo su primer contacto con el mundo travesti?
Estudiaba inglés en Baton Rouge, Luisiana, y coincidió con el carnaval de Nueva Orleans, fui con un grupo de compañeros a toda la zona de la parranda y entramos a un lugar de jazz, después fuimos a donde había espectáculos de travestis y yo dije: esto me encanta.
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Le pregunto si un fotógrafo debe llevar siempre su cámara y responde: “Sí, porque en la fotografía de la calle no existe una programación, es el azar y lo que vamos encontrando en el camino”. Yolanda se describe como audaz y atrevida, recuerda cuando le pidió a Carlos Monsiváis el prólogo para su primer libro Los velos transparentes: las transparencias veladas (1988), aunque lamenta que con los años se pierda esa audacia juvenil.
Las fotografías que presenta en Luz oscura se caracterizan por el exagerado cromatismo, la organización de secuencias y yuxtaposiciones. Ella ha sido maestra de varias generaciones de fotógrafos. En sus clases recalca la importancia de la edición: “Me preocupa que la gente no le da importancia a la edición. En la yuxtaposición una foto más otra foto crea un tercer efecto o significado, eso se llama la teoría del montaje. Se trata de construir narrativas”.
Seguimos recorriendo su exposición, desde el balcón del Museo Archivo de la Fotografía se alcanzan a ver los organilleros que tocan pegados a las rejas de la Catedral para intentar cubrirse del sol. El sonido de sus cilindros ha sido el telón de fondo de esta charla.
Cuando Andrade volvió de Rochester, el Consejo Mexicano de Fotografía, con los auspicios del Instituto Nacional de Bellas Artes y la Secretaría de Educación Pública, organizó el Primer Coloquio Latinoamericano de Fotografía que se celebró en 1978.
¿Si recién volvía del extranjero cómo fue que se integró al Coloquio?
Por Pedro Meyer, que para mí fue importantísimo. Cuando regresé de Rochester, en 1977, averigüé su número de teléfono; me contestó de inmediato y me invitó a su estudio. Estaban organizando el Primer Coloquio donde participó Meyer, José Luís Neyra, Lázaro Blanco, Lourdes Grobet, Raquel Tibol y otros; así fue como me integré a un movimiento fotográfico que fue importantísimo.
¿Ese coloquio fue un parteguas para concebir la fotografía en el país?
Fue un antes y un después de don Manuel Álvarez Bravo, porque en ese tiempo la única figura que se conocía a nivel internacional era él. Había otros fotógrafos, estaba Nacho López y Héctor García, pero no tenían la misma resonancia que ahora tenemos los fotógrafos.
¿Álvarez Bravo vivió esos momentos con ustedes?
Sí, incluso participó en el Tercer Coloquio Mexicano, que tuvo lugar en Pachuca.
¿Emitió comentarios de su obra?
No lo sé. A la que sí visité fue a doña Lola Álvarez Bravo, llegué a ir a su departamento, fue muy generosa; era una mujer talentosisima y muy generosa con los jóvenes de aquella época.
¿Cuál cree que sea el aporte de esta generación de los Coloquios?
Fuimos los pioneros. Te aseguro que muchas de las escuelas que existen actualmente y la gran cantidad de fotógrafos jóvenes e intermedios no sería posible sin ese movimiento que se inició en 1978. Eso dio lugar a abrir talleres, escuelas, a que existiera este museo (MAF), que los museos tradicionales se abrieran a la fotografía para que se viera como una forma de arte.
Muchas de las escuelas que existen actualmente y la gran cantidad de fotógrafos jóvenes e intermedios no sería posible sin ese movimiento que se inició en 1978
Yolanda Andrade, fotógrafa
¿Qué siente de haber formado parte de esta generación?
Es que no me imagino fuera de ese movimiento. Me fui a estudiar fuera, pero no sabía qué iba a hacer al regresar. Sabía que iba a buscar trabajo como fotógrafa pero no que me iba a integrar tan rápidamente a un movimiento de fotografía de autor.
¿También fue el azar, no?
Hay cosas que se van dando. Estoy convencida de que cuando varios están pensando lo mismo, se va creando una ola de sinergias.
¿Está satisfecha del lugar al que ha llegado?
Sí. Me gusta estar en el lugar en el que he llegado pero quiero seguir avanzando.