El mito de don Juan Tenorio, personaje libertino que seduce con engaños a las mujeres para después burlarse de ellas, es quizá una de las aportaciones más importantes de la lengua castellana —junto con Celestina, don Quijote y Segismundo, célebre personaje de La vida es sueño— a la literatura universal.

Aunque el relato es de raíz medieval, fue Tirso de Molina quien moldeara las características esenciales del famoso galán en el Burlador de Sevilla y convidado de piedra y, a partir de esta obra, se extendió la leyenda a Francia, Italia, Inglaterra y Alemania.

En España, el comediante Antonio de Zamora (1660-1722), situado entre los siglos XVII y XVIII —época en la que se acentúa la crisis del imperio de los Habsburgo y también se intensifica el declive de la literatura de los Siglos de oro, que lentamente se aleja del estilo renacentista para encontrar acomodo en el neoclasicismo francés— asimiló la influencia del teatro de Molière, por la comicidad y el dibujo ligero de sus personajes y de Pedro Calderón de la Barca, en la deriva religiosa de los autos sacramentales; así como de Lope de Vega y Tirso de Molina, para dar vida a su drama No hay plazo que no se cumpla, ni deuda que no se pague, libro en el que prolonga el tema del burlador de Sevilla, y al que el lector podrá acceder en una edición crítica publicada por la UNAM en 2024.

La obra de Antonio de Zamora se construye según los gustos propios de la época. Los enredos y la complicación del conflicto central mantienen la expectación del público y, a la vez, los personajes pueden mostrar sus aspiraciones, deseos y frustraciones.

No hay plazo que no se cumpla, ni deuda que no se pague es una composición con una buena dosis de realismo, lo cual perfila una solución práctica al problema de la culpa y el castigo que merece don Juan, por sus excesos de hombre libertino. En la tragedia de Tirso, don Juan desciende a los infiernos, mientras que, con Antonio de Zamora, tiene la oportunidad de arrepentirse, pedir perdón a Dios, y aprovechar, en consecuencia, “la eternidad del instante”.

Del mismo modo, algunos personajes como doña Beatriz, Camacho y el Rey no vacilan en ejercer una especie de tutoría para que don Juan rectifica el camino y siga la senda moral que le depara una época propensa al magisterio y a la búsqueda, ante todo, del justo equilibrio entre el exceso y la mesura, o entre el bien y el mal. Estamos pues, en la puerta de entrada al siglo XVIII, en cuya época la razón tiende a enfriar el fuego del infierno porque, entre otras cosas, la luz del pensamiento filosófico diluye los misterios oscuros de ultratumba.

No hay plazo que no se cumpla, ni deuda que no se pague es un drama situado en el umbral entre dos concepciones del mundo y también es el más claro antecedente de Don Juan Tenorio de José Zorrilla, quien, en el ambiente romántico decimonónico, logró que don Juan se salvara gracias al amor de doña Inés, cosa que doña Beatriz no pudo conseguir porque su espíritu había quedado recluido en la preceptiva religiosa de la centuaria anterior.


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