Ethel Krauze
Escritora y ensayista. Autora de Samovar
(Alfaguara, 2023); X@ethel_k
Cosecha de mujeres
Seguimos indagando la evolución de los personajes femeninos de la Edad Diamante en la literatura escrita por mujeres.
En una mirada a vuelo de pájaro por autoras mexicanas contemporáneas, en orden cronológico de nacimiento, y que han publicado en los últimos cinco años, no puedo dejar de mencionar el excelente trabajo de Mónica Lavín, (1955) en Últimos días de mis padres, es una novela totalmente autobiográfica, como su nombre lo indica, narra el final de él y ella, pero el personaje de la madre, en la edad diamante, cobra una relevancia avasalladora en la obra. La autora se enfrenta a los demonios de la autocensura y los deliquios de la pasión literaria por la verdad, y sale airosa siempre, mirando lo más objetivamente posible al personaje de la madre, ya vieja, abandonada por el esposo de toda la vida, tras una mujer 30 años menor, que se siente destruida, con cáncer de mama, y cómo se reconstruye inventándose una nueva vida, una nueva casa, nuevos intereses, para finalmente volver a recibir, con el amor guardado en algún lugar de su cuerpo, al esposo que regresa a pedir perdón, luego de haber terminado su aventura. Todos los estereotipos de telenovela salen volando por la ventana cuando la pluma de la autora es capaz de penetrar en las sutilezas del amor de una mujer de la edad diamante.
Quiero mencionar también a una autora más joven, Alma Delia Murillo, (1979), quien en su novela autobiográfica, La cabeza de mi padre, parece tendernos una trampa brillante. La narradora, la propia Alma Delia, va en busca de su padre desconocido al que consideraba muerto desde treinta años atrás, en un viaje al que se suma la madre y varios de los hermanos y hermanas. Parecería que el padre ausente es ese personaje central, al que se va configurando a fuerza de retazos y de expectativas. Pero no, la autora va rindiendo un homenaje a la figura de la madre, a la que, sin habérselo propuesto, termina descubriendo, conociendo, en ese viaje cuyo final termina de muy otro modo.
Fruto, de Daniela Rea, (1982) es otro de los libros que me han revelado la relevancia de los personajes femeninos de la edad diamante en el ánimo de las autoras de hoy. Es una crónica, testimonio, investigación de campo con entrevistas, diarios, y fotografías, sobre la propia maternidad de la autora, enfrentada a la maternidad de su madre, y ésta con su madre, y de muchas otras mujeres que exponen sobre sus ancestras y sus descendientes. Una red, diríamos, una telaraña, un tapiz que en su conjunto forma un cuadro de mujeres dentro de mujeres, una suerte de matrioshkas, o cajas chinas, que nos hacen ver que los personajes femeninos no pueden entenderse a solas, sino en el tejido de sus relaciones con las otras mujeres.
No quiero dejar fuera estos diálogos con las abuelas que poetas muy jóvenes empiezan a establecer en este nuevo pacto, podríamos decir, de la literatura que pone sobre la mesa la historia no oficial, de las mujeres de la edad diamante.
Estas muestras, son hijas de este linaje literario que he tratado de resumir en unos cuántos párrafos. Y no es casual que se enmarque en la poesía, el género más autobiográfico y cristalino, aquel en el que la precisión de lo que no ha sido nombrado, adquiere su ciudadanía literaria. Ya es otra voz, otra mirada, vean, si no.
De Elisa Díaz Castelo, 1986, Premio de Poesía Aguascalientes, 2020
Herencia electiva
Hoy traigo puesto el sostén
de mi abuelita muerta.
Es negro y tiene encaje
y me queda perfecto.
Qué sorpresa. Éramos
tan distintas. Ella
hasta la noche antes
de su muerte insistía
en lavarse la cara
y usar todas sus cremas antiarrugas
y yo a veces a penas, a veces
repruebo en serotonina, hablo
el idioma errático de la depresión
endógena,
soy desniveles químicos, kármicos
de esa misma abuela que años antes
casi se desangró en la tina, en la
infancia
de mi madre o salió en coche y dijo
que nunca volvería, quiero decir
que me oscurezco a veces como ella,
que se me otoña el cuerpo tan
sobrando.
Pero cambió. Ya luego no quiso
morir nunca, ni cuando se cerró su
edad,
aunque su cuerpo quiso
ella se abstuvo, prefería
no hacerlo. Y hoy
traigo puesto
su sostén, tan negro, tan encaje,
porque he volteado las piedras de los
ríos,
porque es eso, al fin, lo que quisiera
heredar de ella, sus ganas
de quedarse.
De Daniela Rico Straffon (inéditos, en proceso de formación de un libro)
Rico Straffon (1990) es editora de literatura y libros para niños y jóvenes. Además, escribe, sobre todo poesía y narrativa. En 2022 publicó Las raíces del despojo (mejor libro infantil 2022, CANIEM) y participó en la antología de poesía Contraviento de mis talleres literarios.
Antigua belleza
Me parece linda la cara de mi abuela
sus ojos que sonríen, tal vez de vuelta
su boca pequeña y rosa
y su nariz respingada
que no ha crecido
como en otros viejos
ensanchándose en el rostro.
Su cabello fino
que es gris y negro y blanco
y alguna vez fue azul,
que se acomoda en onda
sin esfuerzo
justo arriba de su frente.
Sus orejas simétricas
que se adornan con aretes
de colores y de perlas porque
“siempre ha sido tan coqueta”.
Si bien sus dientes se quebraron
con su última caída
anterior al marcapasos
su sonrisa es liviana
amable, como intuyo que lo fue
siempre.
Pienso que es una suerte
que hable tanto
así me siento a escucharla
aunque no me oiga
y sigue, y sigue
hasta que la circunstancia
pone un freno natural a sus historias.
La gente la ama
—es tan carismática—
incluyéndome a mí
que la amo tanto
que la veo tan bella.
Y lo es, aun sin dentadura
cuando pasa días sin bañarse
en cama
me parece tierna y bella
tanto que me arropo entre sus brazos
para tocar su piel
que quizá ya nadie toca
y ese abrazo contenido nos sostiene.
Tengo ganas de decirle
la gente no se hace fea
con los años
los viejos no pierden belleza
más bien será
que mueren los ojos enamorados.
Quisiera
que su amor viviera aún
para decirle a mi abuela
que es tan hermosa ahora
como siempre
y que ese cuerpo que resiste
y se duele en el tiempo
todavía contiene
todo el esplendor de su existencia
melc