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Minerva migra de Caracas a Nueva York para bailar y posar desnuda como modelo para artistas, huyendo de un país complicado, vigilante y convulso. Minerva, como la diosa romana, termina por ser muy a su manera rectora de la sabiduría, la justicia, la habilidad y las artes. Minerva es la hija de Diego, Lissa y Martín, una familia poliamorosa de la que aprende el valor de fluctuar y fluir, y a la que también cuestiona por las libertades que en realidad no lo son.
En su novela Minerva (Pre-Textos, 2023), la ganadora del Premio Internacional del Libro Latino en 2018 en la categoría Best Novel Drama/Adventure, Keila Vall de la Ville, nos hace recorrer la vida de esa joven que está siempre poseída por una energía vital, que puede moverse sin pausa y, a la vez, permanecer estática durante horas, que migra y se arraiga, que es de aquí y es de allá, que es para todos y no es de nadie. A veces vulnerable, en ocasiones un roble que no derrumba ningún viento, Minerva es esa mujer de la que aprendemos a derribar nuestras propias fronteras.
¿En qué momento de su vida nació la idea de esta novela?
En mi experiencia las historias nacen de distintas fuentes. Se van estructurando, completando, poblando de personajes a partir de memorias personales, de conversaciones escuchadas en el subterráneo o el autobús o en el parque, de historias cuya veracidad se desconoce; también de fotografías, películas, obras de arte, piezas musicales, noticias del periódico. La idea de Minerva nació de un conjunto de experiencias personales o cercanas, de una cercanía a lo extranjero como resultado de mi ascendencia europea por distintas vías. Todos mis abuelos eran inmigrantes. Nació de la emigración progresiva de mi familia cercana, y de mi más reciente y propia experiencia migrante. Nació de mi fascinación ante las formas de vida no ajustadas a la norma, ante la diversidad de todo tipo, un interés inseparable a su vez de mi formación antropológica. Me interesa ese conjunto de prácticas, rituales cotidianos, normas y prohibiciones de eso que llamamos lo cultural. Nació de esta curiosidad y sensibilidad así como de mi enfrentamiento ante todo pensamiento único, a todo precepto que desde la autoridad pretenda establecer una sola manera de ser, lucir, vivir, como adecuada o deseable. Nació también de la manera en que percibo la relación entre mente y cuerpo, que es siempre fluida y tiene mucho de mi experiencia como montañista y como yogini. Siempre quise contar esta historia y una vez publicada mi novela en inglés The Animal Days, me animé a hacerlo. En Minerva se encuentran y atraviesan distintos vectores que tienen mucho de mis particulares empecinamientos y que se fueron haciendo espacio en la página en blanco de la mano de un personaje de ficción fascinante y aguerrido que me fue mostrando quién es y se dejó seguir. Lo que resultó de ese germinadero me resultó súper novedoso.
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Como escritora latinoamericana, ¿cómo fue el abordaje narrativo de la migración y por qué es uno de los núcleos de la historia?
Minerva es hija de una familia queer de dos padres y una madre que la adoran y sobreprotegen, pero cuyas decisiones de vida la han ubicado siempre en la periferia. Es una bailarina clásica que al comprender que en su país no podrá bailar más, emigra y termina en Nueva York posando para artistas en su intento por completar la beca de ballet. Además es observadora y está empecinada con mirar bien. De una manera u otra está siempre del lado de afuera. Al mismo tiempo establece profundas y significativas relaciones humanas desde la sencillez y una cierta conciencia de precariedad. La migración es uno de los núcleos centrales de la historia porque toda diferencia, toda disidencia, toda otredad, es una sola. Son muchas las periferias de Minerva. Me interesa su asombro ante el contraste entre paisajes urbanos, modos de vida, idiomas, su adaptación no solo al inglés o al spanglish sino al español latinoamericano e incluso italianizado, pues se hace amiga de un italiano que habla español en Nueva York. Me interesó hablar de su estupefacción ante lo nuevo y ante lo que ha dejado atrás, la toma de conciencia ante el contraste entre dos estilos de vida que halla externos, ajenos, de cierto modo. Todas estas son maneras de hablar de la otredad.
Uno podría afirmar que Minerva también es una gran historia sobre las fronteras (de todo tipo). ¿Cuáles son las que franquea su protagonista a lo largo de esta novela?
Quizá, la primera es la de su propia piel: desde niña se caracteriza por una tendencia contemplativa o meditativa que la lleva a trascender los límites de la piel, que la conecta con un vacío pleno de sentido. Sin buscarlo o sin saberlo se unifica con lo que está afuera. Cruza también la frontera de su propio cuerpo porque es bailarina. Así como cuando está quieta, meditando, Minerva dice que se está moviendo, cuando baila dice que llega a un estado máximo de quietud interior. De manera que en un caso y en el otro atraviesa las fronteras de la propia piel. Al estudiar danza en la gran ciudad de Nueva York y posar para artistas buscando completar el dinero para su manutención, vuelve a conectarse con ambas tendencias, la del movimiento y la quietud, que no ha abandonado nunca pero que ahora le ofrecen la posibilidad de viajar en el tiempo e incluso en el espacio. Cuando baila o posa vuelve a casa, a su país, a recuerdos dulces y más terribles, y así va sanando, de cierta manera. Todas esas son fronteras. Minerva cruza también, claro, las fronteras geográficas de su país buscando alejarse de la amenaza pendiendo sobre su vida a consecuencia de pertenecer a una familia políticamente disidente y con un estilo de vida distinto, considerado amenazante por la cultura conservadora que la rodea. Emigra para proteger a sus padres, que por defenderla serían capaces de poner sus propias vidas en riesgo. Finalmente, cruza sus propios límites mentales cuando hace las paces con una verdad a la que desde pequeña se ha resistido y que descubre sin buscar. Ayuda a otros a cruzarlos también al mostrarles esto que todos perseguimos y a lo que muchas veces no sabemos cómo acceder: la belleza. Minerva misma es una fisura, una grieta ambulante en el sistema: conocerla es cruzar más allá y recibir una verdad.
Soy inmigrante, vivo entre idiomas, entre culturas y entre países, hablo español en Nueva York tanto como inglés, estoy entre aguas
Keila Vall de Ville
¿Quiénes son las personas reales que inspiraron o nutrieron la creación de sus personajes?
La casa de mis abuelos maternos en Caracas, en la que pasé buena parte de mi infancia, era muy tradicional pero también moderna a su manera. Mi abuela era costurera y tenía un hermano menor diseñador de modas abiertamente gay que vivía en Nueva York y nos visitaba una o dos veces al año, y para quien vestirse era un performance, nada era casual en su apariencia. Cuando nos visitaba establecía un taller de alta costura en la sala comedor. Maniquíes, máquinas de coser y costureras ocupaban aquel salón y definían la dinámica familiar durante meses. Por el lado paterno, y esto es bien importante para Minerva, mis dos abuelos eran catalanes y se conocieron como refugiados de la guerra civil en París. La vida me regaló también abuelos judíos que emigraron de Polonia justo antes del Holocausto y llegaron a Venezuela dejando fallecidos en el periplo. A raíz de mi mudanza con mi madre y mi padre a Italia, ambos ligados a la literatura y el cine, encontré que para algunas personas mi familia representaba la otredad. Además, y quizá esto fue el disparador de todo lo demás, cuando trabajaba en Viceversa Magazine entrevisté a una fotógrafa estadounidense cuyo trabajo con su compañero de vida explora el género y la escenografía de una manera que me recordó a mi tío y su estética. Finalmente, he sido viajera y hoy día soy inmigrante, vivo entre idiomas, entre culturas y entre países, hablo español en Nueva York tanto como inglés, estoy entre aguas. Minerva nació de todas estas referencias.
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Cuéntenos de las ciudades como territorios afectivos (porque también, a su manera, son protagonistas).
Suele pensarse que el paisaje o el lugar es eso que está afuera de nosotros. Pero un lugar, un sitio, un monumento, un parque, un río o un árbol en el camino puede tener un sentido biográfico y emocional, histórico y social, cultural. Cada punto en el espacio tiene un sentido tanto para las personas y de la manera más íntima imaginable, como para la cultura y el país del que forman parte. Así como un lugar almacena memorias y las refleja de vuelta en el momento más inesperado, un sitio que apenas conoces te puede llevar atrás, de vuelta espacios y tiempos que no has visitado en años. En cuestión de un segundo: ahora estás acá y al momento siguiente estás en el lugar que te vio crecer. El paisaje es, tal como dices, un personaje más.
Hay un abordaje muy interesante de los cuerpos (que no son mera materialidad física, sino un correlato simbiótico del alma, la mente, los afectos). ¿Qué representan los cuerpos y cómo los narró?
La familia de Minerva entiende que el cuerpo es empaque y a la vez fisura hacia algo que unifica eso que llamamos lo humano. Todos somos iguales por dentro y a toda escala y nivel de sutileza. Los padres de Minerva están muy al tanto de esto, si el cuerpo es un empaque de cereal y dentro hay cereal, le preguntan de chica: ¿qué eres? Ah, pero si dentro del empaque hay palomitas de maíz: ¿qué eres? Ah, y si a veces abres la caja y hay una cosa, la cierras, y al abrirla encuentras otra: ¿qué eres? La piel se atraviesa de amor y de violencia, son una cáscara que recubre y protege o pone en peligro lo que somos. Una cáscara informativa indisociable de la propia identidad, y una suerte de nave nodriza. Por otra parte, en apariencia sin cuerpo no es posible moverse o conectar con otras personas sensorialmente. Aunque en años recientes aprendimos cuán etéreos somos, cuán independientes de la existencia material podemos estar, y cuán inseparable de los sentidos está la mente y la imaginación. Es posible amar sin cuerpo, solo con el cerebro. Encuentro esto maravilloso. Eso sí, sin cuerpo no podemos existir.
En una de las presentaciones del libro en España usted dijo que “Minerva decidió no bailar más y yo la seguí”. ¿En qué momento sus personajes cobran “vida propia” y empiezan a andar solos?
Cuando empiezo a escribir una novela tengo bastante claros los personajes, ciertos eventos, giros, una intención narrativa, un desenlace. Las certezas resultan de la exploración, del cuestionamiento, de la puesta a prueba. Con los personajes me ocurre igual, diseño su núcleo, su búsqueda, tengo ideas sobre los conflictos que superará para llegar donde debe o quiere llegar, sobre los descubrimientos que hará para salir transformado. Eso es todo. En la medida en que ese personaje, esa identidad y las ideas que representa se desplaza en la narración, cada vez que se relaciona con otros, encuentra retos y descubre disposiciones, va fortaleciendo su identidad y mostrándome posibilidades sobre sí mismo y la historia total. Yo sigo a cada personaje, voy tras él como una cámara de cine, tal como un dolly. Lo observo moverse atenta a que las acciones sean coherentes, tengan sentido y claro, ayuden a la historia a avanzar. De lo contrario le digo al oído: por acá no es, y lo encauzo para que tome otra dirección.
La novela tiene un lenguaje muy oral. ¿Cómo desarrolló esa forma de narración sin que se perdiera el sustrato de una escritura que fuera comprensible?
Los personajes de mis cuentos y novelas están siempre en desplazamiento geográfico o memorioso debido a distintas circunstancias, son viajeros extremos como es el caso de Los días animales, son migrantes, como en Minerva, o viajan por motivos profesionales como en la novela nueva, inédita. En cada caso, el español que hablan es distinto, unos tienen un lenguaje técnico: un escalador tiene que expresarse como tal en la mitad de una ruta vertical, de lo contrario no podrías creerle como lectora. Me fascinan los sonidos y ritmos del español y las variaciones locales, palabras, modismos, expresiones diversas de este idioma tan rico. Intento que cada personaje de mis historias se exprese en registros del español que evidencien su procedencia, su biografía, el momento vital en el que transcurre lo que narro, esto permite dibujar su personalidad y sus relaciones. Los veo moverse, hablar, habitar su lengua, y me gusta afianzar esto en el texto, que cada quien se exprese adecuadamente cuando es su turno de tomar la palabra. Cada cosa es importante para que los personajes sean creíbles, diré que el idioma me asiste cuando un personaje dado requiere hablarlo. Al mismo tiempo, busco mantener la conciencia sobre un cuerpo total llamado novela, en este caso llamado Minerva. Intento asegurarme de que todo siempre se entienda, incluso el slang. Que el contexto explique los españoles coloridos, cotidianos o técnicos sin explicar.
¿Cuál es su personaje favorito de Minerva?, ¿cuál le resultó más complejo construir y desarrollar?
No tengo un personaje predilecto o especialmente complejo en Minerva. Disfruté y me retó, me interesó dibujar las relaciones entre ellos. Presto atención a esto, además de la personalidad me interesa ver a los personajes tomando decisiones e interactuando, es así como logro conocerlos y dibujarlos y entonces seguirlos. En el caso del personaje Minerva, la manera en la que se relaciona con cada uno de sus tres padres es muy distinta, por ejemplo. Lo cual no es más que natural: somos distintos dependiendo de la interlocución de la que formemos parte y de la emocionalidad involucrada, no solo del registro o las expectativas sociales en cada caso, que también estructuran nuestro comportamiento. La identidad no se construye en el aire, somos quienes somos en relación con el otro. Los personajes se muestran en la medida en que interactúan. Esto es lo que más disfruté y más trabajo me dio al desarrollar cada uno en la novela.
Usted nos va llevando entre ciertos momentos del pasado y el presente con total sinuosidad. ¿Cuál fue el mayor desafío para trazar ese hilo narrativo?
El mayor desafío fue que se entendiera cuál Minerva habla cuándo, que quedara claro en qué punto de su biografía está cada vez. Al saltar entre tiempos y lugares buscaba mostrar la relación entre presente y pasado, la manera en la que se enlazan el movimiento y la quietud física y qué ocurre en ambas circunstancias, quién es Minerva cuando está quieta, y cuando baila, dónde va su mente. Ofrecer cierta sensación de inestabilidad, una mirada a lo que supondría crecer en una familia no tradicional en un entorno autoritario, esa falta de certidumbre, y a lo que representa emigrar, también un continuo reto y una continua pregunta. Los saltos en el tiempo y en el espacio en la novela son sus saltos al bailar y al cruzar fronteras íntimas o geográficas. Ofrecer esta fluctuación en tiempo presente era mi objetivo y fue un reto. Esa suerte de eterno presente fue el mayor desafío.