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Jorge Ayala Blanco (1942) es un viejo lobo de mar, infatigable. Recorre los mares de estrenos, proyecciones y cintas con la libertad y destreza que sólo un hombre de estatura alcanza. A pesar de la pandemia de Covid-19, su labor como crítico de cine mexicano no cesó, ni aun en el peor de los confinamientos: revisó películas, las desmontó, las analizó, y escribió sobre ellas. Cien películas en total, entre largometrajes, cortos, óperas primas, documentales, docuficciones y opus de mujeres realizadoras, al que dedica un apartado en su libro La resiliencia del cine mexicano, publicado por su segunda casa, la ENAC.
Decimonovena entrega que forma parte del abecedario ayalablanquesco iniciado en 1968 con La aventura del cine mexicano, La resiliencia se empalma, además de los 18 tomos anteriores, con su serie de revisiones a la Cartelera cinematográfica —que abarca desde los años 1912 hasta 1999, y por la que recibió la Medalla de la Filmoteca de la UNAM—, las indagaciones a las minucias del cine universal contemporáneo que iniciaron con El cine, juego de estructuras (2002), El cine actual, desafío y pasión (2003) y se multiplican hasta llegar a El cine actual, delirios narrativos (2018), por ahora.
“Concebido en una inhabitual situación de trastorno, resistencia y recuperación (...), de resiliencia fílmica, (...) cuando alguna de las salas de cine que no cerraron para siempre volvieron tímidamente a reabrir”, escribe en el Prólogo, La resiliencia se presentó en la cuarta sala de la Cineteca Nacional, fiel al tributo que el crítico rinde a su materia prima, y a quienes la personifican: “Todos mis libros tienen en la portada un homenaje, en este caso fue La civil de Teodora Ana Mihai, donde aparece Arcelia Ramírez, fue a la presentación y se convirtió también en un homenaje a ella, que me parece fenomenal. Dos cosas de mi presentación fueron deliberadas: una, que no se convirtiera en ego trip, porque es como un funeral, todos dicen: ‘Qué bueno era’, es asqueroso. Y dos, que fuera una mesa plural, porque culturalmente creo que no debo absorber y pasar por encima de cualquier polarización”.
Señoras y señores, en entrevista, Jorge Ayala Blanco se proyecta.
La resiliencia, ¿este concepto también atraviesa otros campos como el de la docencia, la investigación?
Por supuesto que los atraviesa. Es el tomo 19 de una serie de libros que se fue dando sobre la marcha, porque cada uno actualiza al anterior. Entonces la actualización de la A fue la B (ríe). Y todo el mundo dijo: “Pinche idiota”, pero me pareció genial el chiste de “Bueno, y cuándo haces la C”. Ah, padrísimo, hago la C. Y luego la D: la actualización de la actualización. Así fue creciendo de tal manera que hay ya muchísimas películas y ya mejor son anuales mis libros. Mi propia fuente de edición, que es mi escuela: la ENAC, la desbordo, porque sus capacidades de publicación son limitadas y hay otros maestros que tienen el mismo derecho que yo de publicar sus libros. De hecho ya tengo entregados dos más: uno ya está formado —que es la S—, y también entregué la T. Pero ya tengo 78 capítulos de la U, entonces cuando me refiero a este libro —La resiliencia—, por supuesto que le veo con la perspectiva de 278 películas analizadas en extenso después. Está perfectamente calculado. Son tres series de libros: una ya se acabó: fichar todas las películas desde que llegó el primer largometraje hasta el último que se estrenó en las salas mexicanas, el 31 de diciembre de 1999. Obvio, ya no se puede investigar eso en los periódicos porque no tienen cartelera.
Un mundo que ya no existe…
Es que la historia del cine mexicano es buscar en las carteleras. Digo, están algunas en la hemeroteca nacional, pero antes eran los cartelones que fijaban en la esquina de las calles, entonces ibas a la esquina a ver qué película iban a proyectar en el cine que te quedaba a cuatro, cinco calles. Sin las carteleras, no hubieran existido ladrones de bicicletas.
Y, en esa misma retrospectiva que comentaba, ¿cómo es hoy la resiliencia en la postpandemia?
Mira, precisamente este libro bien a hacer el pentateuco pandémico, porque son cinco libros que voy a dedicar a dicho periodo —la pandemia—, o sea, y todos tienen coherencia. No me preguntes por qué, porque no diré los nombres de la S y de la T. Y que vienen a hacer la prepandamia: La potencia; luego el año de peor encierro, el año 2020: Los estrenos; y después el 21: La resiliencia, es el término que define ese año terrible. Aquí están comentadas, rescatadas y revividas las películas que casi nadie vio. Es 2021, a principios del año morían nuestros amigos de Covid, y después nos vacunaron, y se reabrieron las salas a finales de 2021: ese año en que veíamos películas desesperadamente en plataformas, el cine mexicano en Filme Latino, que desapareció, se sustituyó por Mx Nuestro Cine.
A parte de la Historia sociocultural del cine mexicano, que es la crítica de la crítica del cine mexicano, ¿ve otro ejercicio responsivo a esta publicación?
Yo veo una especie de desinterés de lo que antes llamábamos el arte de la crítica de cine, una especie en extinción. Y está siendo reemplazada por los influencers y los blogs, que no hacen crítica, es otra cosa: son recomendaciones totalmente banales, casi desesperantes. El gran arte de la crítica cinematográfica es desmontar la película y viene de principios del siglo XX. Alfonso Reyes, Luz Alba, Xavier Villaurrutia, Jaime Torres Bodet, todos ellos hacían crítica de cine. Los dos que me formaron fueron Efraín Huerta y Francisco Piña, que fue mi mentor.
Usted ha dicho que Efraín Huerta más bien era impresionista.
Era una cosa extraña. A él todavía le toca hacer esta crítica que era la del culto a la estrella. Él llegó a ser el director de Periodistas Cinematográficos Mexicanos, el Pecime, A.C., al que yo entré invitado por Francisco Piña, que era mi abuelito cinematográfico, tenía una capacidad impresionante.
¿Hay una diferencia entre crítica y análisis cinematográfico?
Sin duda. Hay quien hace crítica de cine sin capacidad de analizar una película. Todos los fraudes de la crítica del cine yo los conozco, los he visto, sé exactamente qué tipo de crítica no quiero hacer. Yo no hago crítica de crónica de estrellas. Me interesa el objeto cultural mismo y la obra terminada, casi construida como una entelequia. De ninguna manera caeré en esa idea: “Fulanita de tal está muy bien”, “Parece vestida por su peor enemigo”, eso era lo que yo leía en mi infancia. Vamos, la crítica de cine en serio empieza en la revista Nuevo cine, en 1961. Los grandes críticos estaban ahí: Salvador Elizondo, Carlos Monsiváis, Carlos Fuentes, pero José Luis La Bruja González de León era el realmente bueno ahí, era el que programaba las proyecciones en el Cine Club del IFAL, un personaje que hizo pocas películas, más bien se dedicó a enseñar a hacer cine como asistente de director. El tipo de crítica que no quería hacer es el recomendador de películas, es más: de manera agresiva, nunca doy una conclusión, sácala tú. Es el comment c'est, eso que planteaba Samuel Beckett, lo que a mí me importa.
Dedica 35 capítulos a las cintas hechas por mujeres. ¿Cambia nuestra manera de ver el cine a través de la visión femenina?
Sin duda es otra visión. Una película como La civil o como Selva trágica (de Yulene Olaizo) no las puede hacer un hombre, está concebida de otra manera. Me parece formidable registrar eso y ver cómo va creciendo, libro a libro, el número de filmes realizados por mujeres; es fascinante.
¿Será lo mismo con la crítica?
El libro escrito por Adriana Bellamy, El cine como ensayo, sólo lo puede escribir una mujer, sobre todo en la forma de ver a Agnés Varda, el apartado que le dedica, además de larguísimo, es la mejor exégesis que a nadie se le puede ocurrir sobre su cine.
Jorge Michel Grau, director de la película Perdida, ha dicho que es difícil que el público joven de esta época vea cintas en blanco y negro, porque están habituados a los formatos del TikTok, al color. ¿El blanco y negro en el cine es un asunto del pasado, cuando se trata de un lenguaje cinematográfico?
Eso que dice me parece perfecto, es la irrealidad misma. Es que el blanco y negro es irreal. Eso es maravilloso. El color lo único que hace es reforzar el realismo y cierto tipo de artificio. Una cosa no elimina a la otra, conviven. No creo que haya alguien que solamente consuma películas en blanco y negro ni que haya alguien que busque sólo películas a color; me parece improcedente ese juicio en ese sentido; por el contrario, sabemos que las viejas películas eran en blanco y negro y la gente entraba a otra realidad, que era la cinematográfica, muy deliberadamente.
Entonces, sí remite al pasado, ¿lo cree?
Bueno, el blanco y negro es incluso elegido hoy por muchos cineastas para expresarse a través de él. Es una forma de estilización, que lo era involuntariamente en su época, porque no había de otra.
Son 100 cintas de las que se ocupa sin interesarse en si fueron éxitos o tuvieron resonancia. ¿Cuál es el estado actual del cine mexicano para el público de masas?
Para mí este libro es un eje axial porque después de la pandemia el cine ya no volvió a ser el mismo. Nunca se recuperó el volumen de espectadores que hubo antes del Covid. Actualmente las salas están semidesiertas; la forma de consumir películas es mediante streaming, cambió totalmente la manera de producirlas. Lo curioso es que aquí registro esta idea de acabar con los fideicomisos, para mucha gente era como el apocalipsis: “Ya se acabó el cine”, “Ya no vamos a poder hacer cine”; el año pasado se hicieron 234 películas. Claro, existe toda esta idea de la exención fiscal, el Eficine 189, pero para mi sorpresa lo que se está viviendo actualmente es una suerte de superposición entre cómo era el cine antes de la pandemia, y después del desmontaje de los fideicomisos. Existe el Focine, que sigue produciendo directamente con el Estado, ya con una intención particular, pues son preferentemente sobre comunidades originarias, afrodescendientes, que de ninguna manera reemplaza a los productos anteriores, sino que se suma. El cine mexicano, en vez de perderse, se enriqueció.
¿Su libro diagnostica eso?
Mis libros no son diagnósticos ni prospectivas del cine mexicano ni lo que debe hacerse, a mí lo que me importa es lo que se hizo. Nunca se hacen las películas que a ti te gustaría ver, se hacen otras.
Y qué bueno… Es como si todos pensáramos igual.
Imagínate. Qué horror. La idea esa horrible del filósofo de los medios, del coreano Byung-Chul Han, que habla de la transparencia del sistema que nos convierte en iguales. La sociedad de la transparencia (ríe).
¿Cómo fue el regreso a las butacas?
Para los demás, no sé. Para mí, fue traumatizante y apasionante. Yo sigo creyendo que el cine se ve mejor en el cine, pero analizarlas, eso sí en la computadora, o conseguir la película o que te la manden.
¿Pero qué implica ese procedimiento?
Ese procedimiento implica revisarlas como cualquier novela, como cualquier libro; es sensacional tener la película. Estoy analizando la película de la semana, El último bar (de Ken Loach), que saldrá en el Confabulario este domingo. Y la vi en la Cineteca Nacional, pero la tengo en mi proveedor —antes se le llamaba piratas, pero ahora llamo proveedores de cultura cinematográfica. Y la puedo ver 20 veces y sacar el diálogo exacto: el momento fundamental de la película. Es un deleite. En mí no cabe esta idea del horror de la página en blanco ¡cómo sufro escribiendo, oh! Ni madres: es un gozo escribir de la película.
Hablemos de tiempos. ¿Cuánto tiempo le dedica?
Una película la veo en 90 minutos, pero desarrollarla y trabajarla un mínimo de seis, ocho horas, o hasta 90 horas. La película la vi en 90 minutos y la trabajé en 90 horas.
¿Y cómo es su ritual en casa?
Mi disciplina diaria es escribir de la cinta que vi ayer. A las 5:20 de la mañana suena el despertador, me pongo los lentes de contacto, los “lentes de afeitar”, enciendo la computadora y me pongo a escribir cuando no hay ningún ruido, en ningún lado, y me concentro sensacional. Me rasuro, me baño, desayuno, y me voy a trabajar: si tengo que dar clase, si tengo que ver un film.
¿Ha pensado en un decálogo de la crítica como existe el decálogo para escribir?
Es absorbente el análisis de las películas. Cada uno de estos textos —de los libros— son 100, y son dos por semana, recuerde que es anual, y uno para el periódico, luego ir a la ENAC o a una función; y como me decía una alumna, en la buena onda pero también con perversidad: “Maestro, y a qué hora vive”. Vivo leyendo, haciendo mis cosas, vivo como cualquiera.
¿Y qué tanto nutre su faceta de crítico su labor docente?
Yo no sería quién soy si no diera clases. Siempre das una clase distinta y, además, siempre hay retroalimentación de los alumnos, eso es la cosa más valiosa de la Tierra, porque te cuestionan más allá de lo que tú mismo te planteabas. Nunca se da la misma clase así como nunca se escribe el mismo libro, cada libro es un fin en sí mismo. Como mencionaba Unamuno: no fue Cervantes el que inventó al Quijote, el Quijote inventó a Cervantes. Mis libros me inventan a mí.
¿La crítica es un acto en solitario?
La crítica siempre es un acto solitario, para que sea profundamente colectivo. Mientras más solitario y más subjetivo ves, es más analítico, más reflexivo. Y finalmente, ¿para quién se está haciendo? Yo siempre parto de la idea de que estoy escribiendo para alguien. Claro, mi lector ideal, te lo puedo confesar —nunca hablo de eso—, es el joven Ayala Blanco de 16 años, que tenía todo tipo de inquietudes y buscaba desesperadamente salida hacia todas sus preguntas.
¿Hoy todavía está lleno de inquietudes?
Desgraciadamente nunca las he podido resolver (ríe)... Cuando las resuelva quizá escriba ya la Z, que va a hacer obviamente “La zozobra del cine mexicano”, y estoy absolutamente seguro de que el primero que va a zozobrar, soy yo.
Espero que tras la Z, inventé un vocabulario…
A lo mejor y las letras que todavía se discuten, que son tres: la che (CH), la doble L y la doble V (W). Tres apéndices más. Me encantaría escribir un libro con la che: “La chingonería del cine mexicano”; y luego ya que nos manden a la che.
“La mejor prueba de que el cine no es un arte es que no tiene Musa”, es un aforismo de Monterroso en Lo demás es silencio. ¿Usted qué dice?
¿Musa? Está totalmente fuera de la realidad, es desconocer que existió Marilyn Monroe o Silvia Pinal. Al cine lo que siempre le ha sobrado son musas, ese sería mi aforismo.