Los adolescentes son, en principio, protagonistas de su transformación de niños a jóvenes, mediante una serie de procesos físicos, emocionales y ritos de iniciación que les habrán de asegurar un espacio en el mundo de los adultos. Desde luego, la aventura no está exenta de angustia, soledad y miedo porque la metamorfosis no necesariamente culmina con el vuelo de una alegre mariposa sobre un prado de flores, sino en variadas patologías y traumas que pueden dañar a los individuos por el resto de sus vidas.

La riqueza de expresiones y sentimientos contradictorios de la adolescencia ha sido un tema recurrente de la narrativa antigua y moderna, pero fue en 1803 cuando el profesor alemán Karl von Morgenstern acuñó el término bildungsroman (novela de formación) para dar nombre a un subgénero de novela que focalizaba los problemas de los jóvenes —normalmente aislados y oprimidos por un mundo que les resulta ajeno y hostil— en la búsqueda de su propia identidad.

Algunos ejemplos de estas novelas, que también podríamos agrupar bajo el rótulo de “literatura juvenil”, son Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister de Goethe; La educación sentimental de Flaubert; Rojo y negro de Stendhal; El adolescente de Dostoievki; Retrato del artista adolescente de James Joyce; Bajo la rueda y Demian de Hermann Hesse; El guardian entre el centeno de Salinger, por citar algunas obras reconocidas.

Pero en la narrativa actual nos sorprende la obra Los aerostatos (Anagrama 2024, traducción de Sergi Pàmies) de la escritora belga Amélie Nothomb, quien se ha convertido en una celebridad de las letras en lengua francesa por el número de lectores que la siguen, los elogios de la crítica y los premios recibidos. Destaca en ella, la conciencia del oficio, pues escribe cuatro horas diarias y publica una novela por año, muchas de ellas inspiradas en algunos pasajes de su vida.

Los aerostatos plantea la historia del joven Pie, un adolescente de 16 años y su profesora Ange Dalunoy de 19, quien ha sido contratada por el padre, Grégoire Roussaire, para que lo “cure” de la dislexia a través de la lectura. Las primeras sesiones fueron tensas porque el joven se interesa más en las matemáticas que en la literatura y, sobre todo, no oculta su pasión por los zepelines.

Sin embargo, la profesora se impone al temperamento retador de Pie y lo encauza por el mundo de la literatura. Primero lee La Ilíada, que le gusta por su apología guerrera y se identifica con Héctor, el héroe muerto a manos de Aquiles; luego sigue La Odisea y le resulta muy barato el ingenio de Ulises; continúa con Rojo y negro de Stendhal, en la cual rechaza el oportunismo de Julien Sorel; pero cuando llega a la Metamorfosis de Kafka afloran las emociones contradictorias, debido a las coincidencias vitales de Pie con Gregorio Samsa. El aislamiento, las relaciones familiares absurdas, el odio al padre y a la madre se manifiestan de manera espontánea.

Pie también lee La princesa de Clèves de madame La Fayette; sigue Con el diablo en el cuerpo y El baile del conde de Orgel de Raymond Radiguet, cuyos contenidos alimentan su pasión por la profesora y, de manera indirecta, por las obras literarias que ha leído y han sido capaces de revelar las pulsiones secretas de su alma.

En la epifanía de la novela, cuyo final es sorpresivo, se deduce una máxima difícil de ignorar: la lectura recupera los instintos, a veces reafirma las obsesiones, libera las tensiones, pero no necesariamente nos hace mejores personas.

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