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La causa de la muerte: síndrome coronario agudo, según el acta de defunción. Adolfo Delgadillo Padilla, amigo del difunto preparó de inmediato la incineración conforme a lo que el fenecido le había indicado para cuando llegara el momento de la muerte. Así, luego de incinerarlo, el amigo que lo había cuidado en sus últimos años vendió su biblioteca, “donó” sus archivos, vació el departamento ubicado en la calle de Río Hudson 29 interior 5, colonia Cuauhtémoc, y hoy lo tiene aún en oferta para su venta. Se le incineró. No se avisó a nadie. El amigo asevera: “Murió de depresión”. Pero, ¿quién era el muerto que, precavido, “ya había dejado todo arreglado”, según su amigo, para la hora y en la hora de su muerte? Respondía al nombre de Jorge Arturo Ojeda Padilla, nacido en la Ciudad de México en 1943, de oficio escritor y cuyo último libro, una de las novelas emblemáticas de la literatura gay mexicana, fue publicado en 2022 por primera vez en Madrid, España, por la Editorial Amistades Particulares del escritor Carlos Sanrune: Octavio, publicada originalmente en 1982, en Premiá Editora, México. El día de su muerte: 24 de mayo de 2024.

Jorge Arturo Ojeda fue un autor muy prolífico y buen escritor. Escribió y publicó innumerables libros, entre los cuales encontramos memorias, novelas, crónica, narraciones, poesía, aforismo, ensayo, traducción, pensamientos, autobiografía, fue pionero del micro-relato. Un escritor que en su juventud demostró ser un narrador de enorme destreza, poseedor de una prosa límpida y sutil; en algunas de sus piezas literarias, incluso se adelantó a su tiempo, como en Octavio novela que reivindicó para el lector homosexual, como bien apunta Sanrune: “el goce viril […] la misma mirada gozosa que hasta entonces había estado reservada al hombre heterosexual cuando este glosaba su propia sexualidad”, a lo que habría que añadir también que la culpabilidad judeocristiana ante el goce del sexo y la carnalidad homoeróticos no existe en Octavio, convirtiéndose en la primera novela mexicana donde el homosexual narra su experiencia amorosa y carnal, sin inhibición alguna, sin tormentos culpabilizantes o estigmatizaciones sociales. En dado caso, el único tormento en Octavio es el amor no correspondido.

Discípulo de dos grandes escritores, editores y mentores jaliscienses; Juan José Arreola y, del primero Ojeda aprehendería la teatralidad que aplicó en su personalidad propia, en ademanes, genuflexiones, externamiento sonoro de la voz flemática y que, en suma, rayaba lo estentóreo. Pero también aprendió el amor por la palabra, por el texto pulido, bien escrito y mejor pensado, lo cual lo llevaría a ser definido por Jorge Ayala Blanco como “el mejor prosista de su generación”. De Batis aprendería la exactitud de la frase, la congruencia ética y escritural del ser escritor. Como Mishima, Ojeda rindió culto al cuerpo buscando la perfección apolínea, dedicándole muchas horas al ejercicio físico que lo llevó a poseer una musculatura prominente que siempre presumió, como suele suceder en estos casos, usando playeras ajustadas que resaltaban sus torneados bíceps, su ancha espalda y hombros bien cincelados por el gimnasio, que contrastaban paradójicamente con unos lentes de grueso fondo y una calvicie prematura. Pero era un hombre dedicado a las letras. Amén de ser alumno dilecto de Arreola, fue becario del Centro Mexicano de Escritores (1965), estudió Letras Modernas en la UNAM y Romanticismo Alemán en la Universidad Luis Maximiliano de Múnich, donde escribió sus Cartas alemanas, libro dedicado a Huberto Batis. Sus primeras publicaciones se dieron a conocer en la revista Mester (1964-1967) creada por Juan José Arreola. Mester duró 12 números y al dejar la dirección Arreola, Ojeda dirigiría los comprendidos del número 6 al 10, en 1966. Incluso Ojeda publicaría con el sello Mester, ya como editorial, uno de sus primeros libros Documentos sentimentales(1974), que incluye, entre varios textos y poemas, su primera novela Antes del alba (1965) donde plantea la subtrama de un personaje atormentado por la pasión homoerótica trocada en obsesión enfermiza y describe un audaz desnudo de un hombre afroamericano; y su primera versión de la locuaz narración titulada Don Archibaldo, comedia millonaria, escrita en 1964 en el Taller de Arreola, que provocaría no sólo escándalo en el medio literario de aquel entonces sino “la ira”, así descrita por Ojeda, nada menos que del escritor y cineasta Archibaldo Burns, al pretender éste que se le estaba balconeando en sus “intimidades”, culpando a Arreola de haberle podido dictar a Ojeda el contenido de aquel escrito, que tiempo después Ojeda llevaría al teatro, a petición de Julio Castillo quien lo iba a dirigir pero de cuya empresa finalmente desistió. En su Autobiografía prematura (comenzada en 1958 y terminada en 73) donde hace un retrato amoroso y fidedigno (casi de inteligencia artificial, diríamos ahora), de su maestro Arreola, contando un viaje a la Universidad de Chicago, acompañados por un muy jovencito Orso Arreola, Ojeda cuenta que luego de la aparición de Don Archibaldo en Mester, se hizo presente, inusitadamente, “el verdadero Archibaldo” o quien decía serlo, pero que según Ojeda nada tenía que ver con su ficción pues, aseveraba, el personaje había sido inspirado por el historiador William Archibald Dunning (1857-1922): “de este nombre -asienta Ojeda- nació el primero de los cuentos de Don Archibaldo”. Más adelante, se haría amigo de Burns quien, pese a haber injuriado a Arreola “de mal amigo, que había delatado su intimidad”, publicaría una novela que, para asombro de Ojeda era un “juego de espejos” entre su comedia millonaria y la novela de quien se ostentaba como el Archibaldo “verdadero”. “Es desconcertante la semejanza de ambas informaciones […] mi texto ya no se equipara con la realidad, sino con la novela que fue publicada poco después que el cuento”. El medio literario y cultural, se ciñó los óleos de la pudibundez y siguió con fe la versión Burns contra Arreola y Ojeda, queriendo sepultar, hoy se diría cancelar, al joven escritor a quien se acusaba injustamente de haber sido el escribano de Arreola para defenestrar al millonario Burns quien, como el personaje de Ojeda, tenía ciertas características coincidentes enumeradas por el propio Ojeda: “llamarse Archibaldo, tan germánico; ser millonario, tan escaso; dedicarse a las letras, tan loco; estar en la realidad y sentirse aludido por la ficción, tan egocéntrico.” Y no obstante, el joven Ojeda no paró, siguió su destino de escritor: Joaquín Mortiz publica la novela que lo hace famoso, Como la ciega mariposa (1967), bien recibida por la crítica y con gran éxito de ventas; y Huberto Batis edita las Cartas alemanasen la famosa colección SEPSetentas (1972), títulos que inauguraban una larga lista de creaciones literarias disímbolas, como Personas fatales (Mester, 1975), Muchacho solo, Hombres amados, Censo de sueños, La cabeza rota (ensayo sobre Octavio Paz), La lucha con el ángel(sobre Arreola), El padre eterno(homenaje desgarrador a la memoria de su padre, y quizá uno de sus libros más significativos), publicado por Porrúa; y, entre otros títulos, Piedra caliente, Abominación, Octavio, la novela vestal de su obra narrativa.

Para la historia de la literatura LGBTTI+ mexicana, Ojeda es y será, uno de sus escritores más dignos, importantes, trascendentes y visionarios, no obstante el desprecio manifiesto de algún zar de la cultura en México (Jorge Ayala Blanco acusó a Carlos Monsiváis de “haber destruido a Jorge Arturo Ojeda, el mejor prosista de su generación”, en Milenio Diario, 15 de junio de 2008, citado por Rogelio Villarreal, en revista Replicante, 20 de junio de 2010); o de Luis Zapata que se llenaba la boca de decir, viniera o no al caso que Ojeda “no era mal escritor, sino pésimo”. Sin embargo, mientras unos lo defenestraban, otros lo aplaudían, estimulaban y respetaban. René Avilés Fabila lo cobijó en El Búho de Excélsior publicándole, sin empacho alguno, poemas homoeróticos, artículos y ensayos. Humberto Guzmán hizo el Material de Lectura, Núm. 83, de la UNAM, en 2010, dedicado a la cuentística de Ojeda, con una incisiva Introducción donde expone: “Ojeda es tal vez el único autor que presenta con naturalidad la desnudez masculina –en México”. El Fondo de Cultura Económica le publicó su libro de ensayos Esfera… Pero el preciso elogio vino de Ayala Blanco, al definirlo como “el mejor prosista de su generación” (José Agustín, Juan Tovar, René Avilés Fabila, Gerardo de la Torre, Gustavo Sáinz, Humberto Guzmán…, su generación), afirmación que no es sino una justa apreciación que puede comprobarse tras la lectura de sus ensayos, muchos magistrales, de su traducción de Sueños del poeta alemán Jean Paul, y claro, de Octavio, novela señera de la literatura gay en nuestro idioma.

En los años 80, dos notorios personajes del mundo literario deambulaban por la noches de la Zona Rosa vendiendo sus libros en los cafés, yendo de mesa en mesa: Pita Amor y Jorge Arturo Ojeda, apodado “La ciega mariposa” por José Antonio Alcaraz, en honor a su novela y a sus gruesos anteojos. Pita levantó una leyenda que al paso del tiempo fortificó su perfil como una de las más grandes poetas del Siglo XX; el otro, Ojeda, tal vez habrá de tener una posteridad similar a la de Pita, quien sufrió la marginación del stablishment cultural de su tiempo. Ojeda fue también un marginado del stablishmentcultural-literario, un escritor que se autopublicaba enfrentando la indiferencia del poder cultural, que, como Pita, para sobrevivir vendía sus libros, humildemente, sin pena alguna, entre los comensales de los restaurantes, en la calle, entre los transeúntes… surcando el tiempo y el espacio.

El mundo literario no supo de la muerte de Jorge Arturo Ojeda a los 81 años de edad, tampoco la comunidad LGBTTI+ debido al injusto silencio en que se envolvió su fallecimiento, ¿por qué? Nadie escribió nada. Ni una línea en redes sociales, ni un comentario, menos una esquela mortuoria. Quien esto firma se enteró del triste suceso, por accidente, a principios de noviembre, gracias al joven periodista Enrique Gómez. Ojalá que los homenajes, necesarios, no se dejen esperar. Descanse en paz el admirado escritor mexicano Jorge Arturo Ojeda.

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