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Es muy difícil ir en contra del ideario histórico con el que fuimos educados. Siempre he pensado que vivimos en una fábula donde las historias, personajes y modos de vida son ficción. No existieron y otras personas las pensaron para nosotros. En gran medida, el conocimiento antiguo fue creado por toda la gente y puesto en orden por eruditos, en mayor o menor medida, a su antojo. Sócrates, por ejemplo, en verdad se conoce por los diálogos de Platón. Por supuesto, existen otras menciones al filósofo por personajes de su tiempo; como dramaturgo, me emociona pensar que el maestro de la mayéutica surgió de la imaginación de Platón. Así pues, la relación de la verdad con la historia general es muy frágil. “La historia la escriben los vencedores (y sumo, que el perdedor es también un vencedor)”, esta frase atribuida a George Orwell e incluso a Walter Benjamin, tiene todo de cierto, y es paradójico, nosotros somos la resulta de las verdades a medias heredadas de padres y gobiernos.
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Regresaremos a Sócrates en un momento. Nadie duda de la victoria de las Fuerzas Aliadas (Estados Unidos, el Reino Unido, la Unión Soviética y Francia) y su colaboración para derrotar a las potencias del Eje (Alemania, Japón e Italia) durante la Segunda Guerra Mundial. Pero atendamos al mito: luego de la guerra, Estados Unidos se mantuvo como una nación que tenía en el conflicto armado un punto de partida para anunciarse como el gran protector del mundo. La entrada en guerra entre Estados Unidos y Vietnam, por lo menos para el pueblo estadounidense, puso en jaque el hecho de que su nación no debía entrometerse en conflictos ajenos, haciendo guerras donde morían sus jóvenes por nada específico, sino por caprichos políticos. La guerra de Vietnam fue perdida por Estados Unidos. Claro, el gobierno comenta que ganaron más batallas que los locales, pero al final el comunismo llegó al país asiático en julio de 1976. Sin embargo, el discurso de los héroes que lucharon por un mundo libre se exalta para contrarrestar el fracaso. Estados Unidos y Vietnam tiene sus propias versiones de la historia, ¿pero qué verdad necesitamos nosotros?
Cuando, décadas más tarde, Estados Unidos invade Irak bajo el pretexto de la existencia de armas de destrucción masiva, lo importante fue la mentira creada para gestar una guerra. No existieron tales armas; no obstante, la verdad oficial que conocemos dicta que Estados Unidos libró a Irak de un dictador. No importa, para este análisis, si Sadam Husein era o no un dictador; lo importante fue la conquista del territorio, gracias a un discurso y a las imágenes del gobernante iraquí asesinado en la horca. Y una vez más, si Estados Unidos hubiera vencido tal cual, no sabríamos de la inexistencia de las armas masivas. ¿En estos dos ejemplos quién fue el verdadero vencedor?
¿Y esto cómo se relaciona con Sócrates? Cuando menciono que la relación de la verdad con la historia es muy frágil, parte desde la postura de Sócrates que lo confrontaba con los sofistas, personajes de la Grecia antigua que mercaban con el conocimiento vertical de la política, moralidad y matemáticas, además de otros tantos temas, ya que cobraban por sus enseñanzas. Los sofistas, a la mirada de Sócrates, eran demasiado estructurados, eliminando la capacidad de los alumnos de llegar al conocimiento gracias al ejercicio de su lógica intelectual. Para Sócrates, lo más importante era preguntar, cuestionarlo todo.
Sócrates fue un libre pensador y no existe nada más peligroso que una persona que externe sus puntos de vista a pesar de los demás. Si validamos el hecho de que Sócrates existió, podemos inferir que los sofistas fueron los enemigos audaces que llevaron a la muerte del filósofo. Así se le acusó: “Meleto, hijo de Meleto, del demo de Pitto, presenta una denuncia bajo juramento contra Sócrates, hijo de Sofronisco, del demo de Alópece: Sócrates es culpable de no reconocer a los dioses en los que cree la ciudad e introduce nuevas divinidades. Además, comete el delito de corromper a los jóvenes. Pena solicitada: la muerte”.
Antes de su muerte, el filósofo dijo: “No puedo enseñaros nada nuevo, sólo puedo ayudaros a pensar”, la definición por excelencia de la mayéutica. Sócrates nos recuerda que la verdadera sabiduría no reside en la simple acumulación de conocimientos, sino en la habilidad de cuestionar y examinar nuestras creencias y pensamientos; no se trata de recibir información pasivamente, sino de desarrollar un pensamiento crítico y reflexivo. El filósofo murió al beber la cicuta, y perdió la vida como un acto que él consideró natural a su valentía. Prefirió dejar el mundo a rendirse al aparato político que lo condenaba a guardar silencio.
Al igual que en las guerras que he mencionado, la muerte de Sócrates estuvo determinada por la verdad que el aparato del Estado defendía en ese momento histórico. Para el Estado, Sócrates se convirtió en un obstáculo. Los discípulos del filósofo defendieron su imagen y legado, y en cierto modo, podrían considerarse vencedores, ya que la muerte de Sócrates fue producto de un mero capricho de intereses personales. Si el Estado hubiera querido silenciar a sus seguidores, si fuera el vencedor, habría aniquilado y desaparecido todo el legado intelectual que hoy conocemos de la antigua Grecia. Al final, el modelo triunfante fue el de los sofistas, que representaba las estructuras por encima de las libertades.
Estas son algunas de las frases de Sócrates: “Habla para que yo pueda conocerte”, “El saber es la parte principal de la felicidad”, “Solo Dios es el sabio definitivo”, “El amigo debe ser como el dinero: antes de necesitarlo, es necesario saber su valor”. Para mí, la frase más importante es la de Dios como el sabio definitivo. Sócrates, al ser seguidor de Anaxágoras y su idea del “pensamiento”, apoyaba la concepción de que el intelecto era la clave para entender el origen del universo, la naturaleza, las cosas y la existencia; el pensamiento todo lo cuestiona. La vida de Sócrates, desde militar hasta pensador, es tan fantástica como la de un héroe ficticio de una tragedia griega. ¿Existió o no?