Antes de continuar con Platón y adentrarnos con Aristóteles, quiero hacer un paréntesis para hablar del pensamiento crítico. Podemos pensar que este ejercicio es parte de nuestro sentido común, pero no es así. Casi todos hemos escuchado la frase: “El sentido común es el menos común de los sentidos”, y hay mucho de verdad. El sentido común no engloba a todos, de ahí la ruptura y choque cultural. Ahora bien, el “pensamiento crítico” es una habilidad intelectual que permite a las personas analizar, evaluar y sintetizar información de manera lógica y objetiva. En un mundo cada vez más inundado de información, ser capaz de discernir entre lo verdadero y lo falso, lo relevante y lo irrelevante, es esencial. Este tipo de ejercicio intelectual no sólo es vital en el ámbito académico, sino que también se aplica en la vida y en diversas profesiones, facilitando la toma de decisiones racionales. Vaya es la médula de la filosofía.

En esencia, el pensamiento crítico implica cuestionar las premisas y suposiciones subyacentes a cualquier afirmación o argumento. Con Aristóteles hablaremos de esto y, sobre todo, del pensar lógico. No se trata simplemente de ser escéptico, sino de adoptar una actitud de curiosidad y reflexión que busca entender profundamente los problemas y situaciones. Esta habilidad permite a las personas descomponer argumentos complejos en sus partes, evaluar la solidez de las evidencias presentadas y considerar diversas perspectivas antes de llegar a una conclusión.

Históricamente, la crítica reflexiva ha sido una piedra angular de la filosofía occidental. Los antiguos filósofos, si revisamos a Sócrates, fueron pioneros en el uso de preguntas incisivas para estimular el pensamiento profundo y desafiar las creencias establecidas; no olvidemos la mayéutica. A través de la historia, numerosos pensadores han contribuido al desarrollo de la crítica, aportando nuevas técnicas y enfoques para mejorar nuestra capacidad de razonamiento y análisis. La carencia del ejercicio crítico en los sistemas de educación del mundo, se ha suplido por el uso de ordenadores y tabletas que anulan incluso la capacidad de escribir a mano de los estudiantes, y por anticuado que esto suene, el pensamiento es un ejercicio físico que necesita de lo análogo para fincar sus principios.

René Descartes, por ejemplo, contribuyó en gran medida al pensamiento duro. Descartes es conocido por su máxima “Cogito, ergo sum“ (Pienso, luego existo), que surgió de su método de duda metódica. Este método implicaba dudar de todas las creencias que no pudieran ser probadas con certeza absoluta. A través de este proceso, Descartes buscaba establecer una base firme y segura para el conocimiento.

En tiempos más recientes, el filósofo y educador John Dewey promovió la crítica como una habilidad fundamental para la democracia y la educación. Dewey argumentó que la educación debe ir más allá de la mera transmisión de información; debe enseñar a los estudiantes a pensar críticamente y resolver problemas. Según Dewey, una ciudadanía educada y capaz de pensar críticamente es esencial para el funcionamiento de la sociedad.

Un ejemplo contemporáneo del pensamiento crítico y popular en acción es el trabajo de Carl Sagan, astrónomo y divulgador científico que promovió el escepticismo científico. En su libro El mundo y sus demonios, Sagan aboga por el uso de la crítica y el método científico para distinguir entre la ciencia real y la pseudociencia. En el campo de la psicología, la crítica es esencial para la evaluación de teorías y prácticas. Sigmund Freud, a pesar de ser una figura controvertida, mostró un enfoque crítico al cuestionar las concepciones tradicionales de la mente y desarrollar sus teorías del psicoanálisis. Freud animaba a sus seguidores a examinar críticamente sus propias prácticas y a buscar continuamente evidencias que pudieran refutar o confirmar sus teorías.

Carl Sagan fue de los primeros científicos en estudiar el efecto invernadero a escala planetaria. También publicó numerosos artículos científicos,​ y fue autor, coautor o editor de más de una veintena de libros de divulgación científica. Foto: BBC
Carl Sagan fue de los primeros científicos en estudiar el efecto invernadero a escala planetaria. También publicó numerosos artículos científicos,​ y fue autor, coautor o editor de más de una veintena de libros de divulgación científica. Foto: BBC

¿Pero cuáles son las bases que propondría para ejercitar el pensamiento crítico? Una parte crucial de éste es la capacidad de analizar datos provenientes de diversas fuentes para llegar a conclusiones óptimas. El “pensamiento analítico” permite a las personas eliminar prejuicios y esforzarse en recopilar y evaluar toda la información disponible. La capacidad de tener “una mente abierta”, nos ayuda a superar prejuicios personales, todo un reto y quizá lo más importante, para poder procesar y analizar toda la información de manera objetiva. Lo anterior nos ayuda, de ponerlo en práctica, para solucionar problemas mediatos e inmediatos, nos regula y nos permite dejar de lado los sesgos personales para alcanzar conclusiones precisas. Si ponemos en marcha también: la observación de los problemas y sus circunstancias que nos permiten interpretar la realidad, podemos evaluar el mundo que nos rodea y comunicar los que nos afecta. El silencio jamás es una opción.

Hoy, el mal uso de la tecnología, y en particular de las redes sociales, está llevando a que cada vez más personas pierdan la capacidad de desarrollar la reflexión crítica. Las redes a menudo fomentan lo que se conoce como el Efecto Bandwagon, una teoría que describe cómo las personas tienden a seguir las acciones y pensamientos de la mayoría, incluso cuando estos van en contra de sus propios valores o preferencias, es decir: van con el rebaño y lo hacen sin pensar. Esta tendencia se ve impulsada por la necesidad de pertenecer a un grupo y la aversión a asumir la responsabilidad personal, el gran mal del siglo XXI.

Aristóteles afirmaba que “es señal de una mente educada poder considerar una idea sin necesidad de aceptarla”. Esta cita subraya la importancia de ser capaces de evaluar críticamente las ideas sin necesariamente adoptarlas, es lo más inteligente que podemos hacer y un principio también de la sociabilidad. En la era de la información digital, pues, esta habilidad de pensar de forma crítica se vuelve aún más crucial. Sin embargo, la presión social favorece la conformidad sobre la reflexión. Ahora sí, regresemos a Platón.



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