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Esta es la parte 2 de la serie de los presocráticos
En el vasto y complejo mundo del pensamiento humano, surgen interrogantes que trascienden épocas y culturas y, entre ellas, destaca una que ha desafiado la mente de filósofos y pensadores a lo largo de la historia: la pregunta por el “ser”. Este cuestionamiento fundamental, que ha sido abordado desde distintas perspectivas filosóficas, constituye un eje central en la comprensión de la realidad que habitamos. En lo personal, reconozco que mi primer encuentro con esta interrogante no fue tan esclarecedor como esperaba, quizás por falta de atención de mi parte.
Para comenzar, podríamos entender el “ser” como la esencia misma de las cosas, su verdad intrínseca que les otorga validez y significado. Siguiendo la visión de Antonio Escohotado, podríamos considerar al “ser” como el infinito en lo más íntimo de cada objeto, aquello que los hace auténticos y verdaderos.
Por ejemplo, en el ámbito científico, el “ser” sería aquello que sustenta la validez de la ciencia, un concepto que merece una exploración más profunda; sin embargo, hoy dejaremos a un lado las complejidades de figuras como Martin Heidegger y nos centraremos en desentrañar un poco a los presocráticos, de quienes ya habíamos hablado y que vivieron a partir del año 600 antes de cristo.
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Mucho antes de que comprendiéramos los intrincados procesos de la evolución [me refiero a la idea de que un día cualquiera un anfibio desarrolló patas y salió del mar a rondar la tierra], en la mente humana existía una inquietud profunda por entender el mundo que nos rodea. Desde tiempos remotos, hemos cuestionado el cielo y la tierra, los mares, lagos y ríos, así como el comportamiento tanto de nosotros mismos como de los demás seres vivos. Y si logramos trascender nuestro egoísmo, también podemos plantearnos la interrogante sobre lo que existe más allá de nuestra propia existencia. Este cuestionamiento, en su forma más básica, es lo que planteo como la pregunta por el “ser” y es, precisamente, lo que ocupaba la mente de los filósofos presocráticos.
Estos pensadores antiguos se sumergieron en la contemplación de la naturaleza y la observación de las cosas, alejándose de cualquier rastro de misticismo, magia o superstición. Así pues, según Aristóteles, Tales de Mileto es el primer filósofo que pregunta: ¿Cuál era la materia del principio de las cosas? Pitágoras defendía la idea de que las matemáticas eran el principio para encontrar la verdad; Anaximandro planteaba el concepto de lo ilimitado, lo indefinido como la primera causa o principio de las cosas, el apeiron. Heráclito, conocido como “el oscuro”, fue el primero en plantear la idea de que todo cambia y fluye. Parménides, por su parte, asevera que los cambios son ilusiones, porque la esencia de la realidad no se modifica. Vamos a estirar un poco esta idea porque me ha llevado siempre a pensar en la Ley de conservación de la materia de Lomonósov-Lavoisier del siglo XVIII de nuestra era: la materia no se crea ni se destruye solo se transforma, esto es: los cambios de la materia son ilusorios pues ante su transformación siempre perdurará lo esencial. Hay otros tantos como Anaxágoras, Zenón y Empédocles que también desarrollaron sus propuestas de la naturaleza, que quedan pendientes.
Así pues, los filósofos presocráticos, pioneros en la exploración de la naturaleza de las cosas, fueron verdaderos investigadores de la física antigua, marcando el inicio tanto de la historia de la filosofía como de la ciencia, disciplinas que en sus inicios eran indistinguibles. La transición de la concepción mítica al razonamiento lógico, conocida como el paso del mito (los cuentos fantásticos) al logos (el pensamiento), fue una revolución cultural protagonizada por estos pensadores. Aunque sus teorías filosóficas eran diversas, compartían ciertos rasgos característicos: reemplazaron la fantasía por explicaciones racionales, partiendo de la observación del mundo que los rodeaba. La noción central en su pensamiento era la physis, la naturaleza; su intento de explicarla se centraba en el arché o arjé, el principio fundamental de todas las cosas, y jugaban con la idea del “hilozoísmo” que, en pocas palabras, planteaba que las cosas, los objetos, la sustancia o materia encerraban una fuerza interna que las impulsaba y las dotaba de vida, el alma.
Todos nosotros, independientemente de nuestra edad, género o etapa de vida, podemos afirmar que en algún momento fuimos como los filósofos presocráticos: antiguos pensadores que, desde la infancia, buscamos comprender el mundo que nos rodea y, antes de adentrarnos en los campos de la ciencia o las matemáticas, nos aventuramos a reflexionar sobre la naturaleza de las cosas y a formularnos preguntas fundamentales a nuestro nivel. No obstante, con el transcurso del tiempo, nuestro entendimiento del mundo evoluciona y comenzamos a percibirlo de manera diferente. Nos adentramos en el vasto océano del conocimiento, enfrentando nuevas problemáticas y desafíos que nos sitúan en la vanguardia de la historia. Punto y aparte, desde mi muy personal punto de vista, los presocráticos tenían razón, existe un principio de las cosas, el agua es la fuente de la vida, nada permanece sin cambio, la materia puede tomar cualquier forma, las matemáticas son la lengua universal con la que puede explicarse el universo, ¿quién lo duda?
Dos mil años más tarde, el físico teórico Peter Higgs manifestó que existe una partícula elemental (una verdad absoluta: el “ser”), también conocida como la partícula de Dios o Bosón de Higgs, que explica cómo se originan todas las partículas del universo. Dicha teoría fue corroborada por la Organización Europea para la Investigación Nuclear. Según lo anterior, hay partículas elementales que interactúan en el espacio y tiempo y adquieren masa, mientras que aquellas que no lo hacen permanecen sin masa. Así, de haber tenido la fortuna de conocer esta información, los presocráticos se darían cuenta de que sus teorías, a partir de su observación, eran ciertas en menor o mayor medida. Existe un principio para todo, una causa y una muerte, la cual es, también, un principio del conocimiento.