Todos hemos escuchado hablar de la metafísica, es un tema que tiene mucha tela de donde cortar. Genera discusiones abstractas, ríspidas entre algunos, y otros toman a la metafísica como la “forma de un pensamiento” superior. Quiero detenerme en esto: uno de los grandes problemas de la filosofía en su instrumentalización o, digamos, su uso, radica en la maleabilidad de las ideas. Podemos tomar las ideas de San Agustín, Santo Tomás, Martin Heidegger, Ludwig Wittgenstein, entre otros, y adaptarlas a cualquier necesidad dirigida hacia la superación personal, la religión o para actividades de grupos relativos a recursos humanos, en empresas. En alguna ocasión, un testigo de Jehová trató de defenderme su fe en Dios, citando a Wittgenstein. Comento esto porque justo la “metafísica”, como tema, tiende hacia la manipulación excesiva de lo que conceptualiza.

¿Pero qué es la metafísica? Intentaré explicarlo con la mayor claridad. La metafísica, según Aristóteles, es la ciencia que estudia el ser en cuanto ser. No se refiere a una ciencia concreta, como la física o las matemáticas, que abordan aspectos particulares de la realidad, sino que se ocupa de lo más fundamental: el estudio del ser mismo y sus principios. Aristóteles también llamó a esta ciencia “filosofía primera” porque constituye el fundamento de todas las demás disciplinas, al investigar los principios y las causas últimas de todo lo que existe.

Ahora bien, ¿qué es eso del ser en cuanto ser? No nos desesperemos. El “ser” se entiende como la verdad de las cosas. ¿Y qué es la verdad de las cosas? Pues la “realidad” de las cosas, lo que son. Toda cosa real es infinita en el tiempo. La materia, lo enunció muy bien Antoine-Laurent Lavoisier, “no se crea ni se destruye”, y esa es una verdad absoluta, una realidad innegable. Nosotros somos materia y cuando muramos, pasaremos a ser primero carroña y luego polvo. Tal vez, supongamos, esas partículas que se han desprendido de nuestro cuerpo al morir formarán parte de otra vida, vaya reencarnación. Entonces, la metafísica estudia la verdad de las cosas en cuanto aquello que la compone; estudia la relación de la naturaleza, la mente, la materia, gracias a la metafísica intentamos entender las cosas más allá de lo visible, digamos el detalle; y es el detalle el que nos ayuda a generar las grandes preguntas filosóficas.

¿Pero dónde queda el amor, las utopías, la fantasía, las ideologías? Lamento decirlo, sobre todo si defienden a ultranza las creencias de clase, entre otras, no significan nada porque no son infinitas y en este sentido mutan, se contrapone, fallan, y generan caos… y es un caos sinsentido. Pongamos un ejemplo claro: cuando la gente se prende discutiendo los ideales de la derecha e izquierda, todos en algún momento se rozan en sus significados e intereses, luego discrepan y no logran definir con sus ideas una realidad funcional, una verdad funcional, porque parte todo de abstracciones fantásticas maduradas en la cabeza de cada individuo. La libertad, como concepto, es una para los musulmanes, otras para los católicos y una diferente para los judíos. ¿Y qué hay del amor? Ese muere con la gente e incluso muere sin la gente, porque es inexplicable en su “forma intangible”.

Ahora bien, la palabra “metafísica” no fue acuñada por Aristóteles, sino que fue empleada por los editores de su obra. Al compilar sus escritos, colocaron los libros dedicados a este tema después de los libros sobre física, y así surgió el término “meta-physica”, que significa “lo que está después de la física”.

En su obra, pues, Metafísica, Aristóteles propone que todo ser puede ser estudiado desde cuatro perspectivas, conocidas como las “cuatro causas”: la causa material (de qué está hecho algo), la causa formal (la esencia o estructura), la causa eficiente (lo que provoca su existencia) y la causa final (su propósito o fin). A través de éstas, el filósofo trata de desentrañar las propiedades fundamentales del ser, lo que implica una reflexión profunda sobre la naturaleza de la realidad en su conjunto.

El impacto de la metafísica aristotélica ha sido enorme a lo largo de la historia de la filosofía. Durante la Edad Media, fue particularmente influyente en el pensamiento cristiano, especialmente en la obra de Tomás de Aquino, quien intentó conciliar la metafísica de Aristóteles con la teología cristiana, integrando las nociones aristotélicas de causa y ser con la idea de Dios como causa primera y final de todo. De este modo, la metafísica aristotélica se convirtió en una base clave para la escolástica, el principal sistema filosófico-teológico de la época. ¿Recuerdan lo que comenté párrafos arriba sobre la manipulación de la filosofía?

En la Edad Moderna, la metafísica aristotélica fue cuestionada por filósofos como René Descartes, quien adoptó una postura más racionalista y subjetiva. Aunque Descartes respetaba a Aristóteles, su “cogito, ergo sum” (pienso, luego existo) marcó un giro hacia la metafísica centrada en la mente humana, en lugar de en el ser en abstracto. La crítica más profunda a la metafísica tradicional surgió con Immanuel Kant, quien planteó que la metafísica tal como la había concebido Aristóteles era, en muchos aspectos, inalcanzable. Kant argumentó que no podemos conocer el ser en sí mismo, sino sólo los fenómenos, es decir, las cosas tal como se nos aparecen.

Con la llegada del siglo XX, las corrientes filosóficas más influyentes, como el positivismo lógico y el existencialismo, desafiaron abiertamente la validez de la metafísica aristotélica. Figuras como Martin rescató la pregunta por el ser como el tema central de la filosofía, pero criticó a Aristóteles por haber malinterpretado el ser, reduciéndolo a una categoría estática. En su lugar, Heidegger propuso una concepción del ser como algo dinámico, vinculado a la existencia humana y al tiempo.

La metafísica, aunque ha sido objeto de críticas y revisiones, formula preguntas fundamentales sobre la naturaleza de la realidad y ha mantenido su relevancia a lo largo de los siglos. Sigue siendo una disciplina clave para aquellos que buscan comprender lo que realmente significa la verdad de todas las cosas.


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