Yo no fui hecho / para guardar silencio en un mundo borracho de narcisismo / para enjaular mi lengua / para morir de sed ni olvidar el sabor de las frambuesas / para rehusar que mi cuerpo se vuelva contador de historias, escribe Garry Gottfriedson, poeta indígena de Secwepemc, Canadá, en Tierra y lengua (Textofilia), primera publicación en español de su obra marcada por la explotación laboral a la que fue sometido junto con todos los niños de su comunidad.

Durante más de 100 años, el gobierno de Canadá y la Iglesia católica implementaron las escuelas residenciales, ahí los niños indígenas fueron separados de sus familias para ser internados con el propósito de hacerlos olvidar su cultura a través de torturas. Este sistema nació en el siglo XIX y concluyó en 1996.

“De los cinco a los diez años estuve en una escuela residencial, lo primero que me pasó fue que al llegar me separaron de mis hermanos y hermanas, nos dijeron que nunca volveríamos a estar juntos. Nos enseñaron que éramos sucios y personas asquerosas, nos lo decían todos los días hasta que se volvió parte de nuestra alma”, narra en entrevista Garry.

El autor afirma que cuando empezó a escribir poesía, salieron de su mente las ideas de inferioridad y entendió que necesitaba contar su vivencia en Kamloops Indian Residential School.

“En mi poesía hablo del abuso sexual que sufrían las niñas y los niños el cual pude presenciar, fui parte de la labor de esclavos que había en esas escuelas, teníamos que trabajar todo el tiempo, teníamos media hora de escritura, media hora de lectura, media hora de matemáticas, dos horas de religión y el resto del tiempo se nos iba en trabajar”, platica.

Gottfriedson recuerda la conmoción en 2021 ante el descubrimiento de fosas clandestinas donde fueron arrojados más de 200 cuerpos de niños, alumnos de la escuela, enterrados por sus propios compañeros, entre ellos, sus hermanos.

“Se descubrieron tumbas sin marcas, encontramos 250 cuerpos en el campo de manzanas donde solía trabajar. El descubrir estos cuerpos fue un shock para el mundo, pero eso también hizo que todos empezaran a hablar de los hechos horribles que vivimos, mis hermanos mayores empezaron a hablar de las muertes que sucedieron en esas escuelas”, comenta.

Al hermano mayor del poeta, que actualmente tiene 80 años, le cortaron tres dedos porque robó comida para dársela a Garry. “Este es el tipo de cosas que pasaban en el internado. Mi nuevo libro en inglés se llama The flesh of ice, ahí están las historias de cómo mis hermanos mayores y otros niños que estaban en Kamloops tenían que hacer hoyos en el hielo y echar los cuerpos para que nunca más los pudieran ver”, señala.

En Canadá, por ley, los niños indígenas tenían que ir a las escuelas residenciales, de lo contrario, si se resistían, sus padres eran condenados a prisión por hasta 60 años.

“Mi poesía habla de esa vida. Tierra y lengua es el primer libro escrito por una persona indígena canadiense traducido al español que evidencia esa temática. Para mi comunidad es importante traer esta conversación a México y tener un diálogo”, comparte.

Gottfriedson reitera que la poesía es su terapia porque es la forma en que puede expresarse.

Hay palabras para el robo legal / como terra nulluis / “la propiedad del enemigo / que no pertenece a nadie / y lista para llevársela” / la política del Papa era ésta: / hacerse cargo de la tierra y la población / autorizar histerectomías / esterilizar culturas indígenas.

—¿Qué significa una educación digna?

—La educación es un arma poderosa, pero no debería ser sólo teoría, también tendría que ser la verdad porque nos daría la oportunidad de corregir la historia colonizadora, dar validez a las voces que han sido oprimidas durante cientos de años y dar validez a culturas que han existido mucho antes de que fueran conquistadas.

“Con la educación podemos presentar las verdades de los pueblos indígenas que son igual de válidas que aquellas de los pueblos colonizadores. Eso es una de las cosas más bellas que nos da la educación porque nos ayuda a hacer que la gente viva de una manera digna”.

Deshielo y mujeres

En Secwepemc hay una memoria que hoy peligra: la nieve. Su enemigo es el cambio climático y ha hecho que esta comunidad indígena vea la muerte de especies y el brote de enfermedades.

“La nieve es el balance de la lluvia. En mi tierra dependemos de la nieve para todos los aspectos de la vida. Actualmente, pasamos por un momento muy difícil debido al cambio climático; vivo en las montañas y cuando construí ahí mi casa, la nevada promedio era de 1.5 metros, ahora cae más o menos 20 centímetros”, señala Gottfriedson con el ademán de una corta distancia entre sus manos.

El deshielo afecta a todos los animales, desde insectos hasta pájaros, y deja a los habitantes de Secwepemc sin medicina.

“La gente de la comunidad está teniendo mucha dificultad en mantener elementos de la cultura. La nieve también es una medicina porque cuando estamos enfermos, el frío extremo mata las enfermedades, pero ahora estamos expuestos y pasando por padecimientos de una forma que no habíamos experimentado. No sólo los humanos, también los animales. Todos dependemos de la nieve”, afirma.

La escarcha se espesa de noche / se filtra a la tierra de día / la piel de la tierra se prepara / una armadura para el invierno.

El poeta explica que a pesar del periodo de colonización y de los reciente problemas de deshielo, en su nombre conservan su cultura: Secwepemc significa gente que vive dispersa y que alude a los tiempos antiguos cuando controlaban una gran parte de Columbia Británica.

“Eran buenos guerreros, provenimos de una sociedad matriarcal, es decir, las mujeres entendían los recursos naturales porque si había una amenaza a nuestra tierra o medio ambiente, ellas llamaban a guerra. Nuestro sistema de gobernanza estaba basado en las mujeres y nunca abusaron del poder”, detalla.

La razón es sencilla, expresa Gottfriedson: nuestros antepasados nos enseñaron que el primer territorio nació de la mujer y del agua.

“Nuestras madres son las primeras maestras, las primeras abogadas, las primeras en todo, ellas nos enseñan el lenguaje, nos educan sobre la tierra y nos explican quiénes somos. Los hombres protegemos eso”, indica.

Las mujeres también eran entrenadas para ser guerreras, en las zonas circundantes a Columbia Británica nadie quería meterse con ellas. “Venimos de una línea de mujeres fuertes. Una razón por la que pude escribir este libro, Tierra y lengua, es porque mi madre me dijo: tienes que ser fuerte, tú tienes esa voz y vienes de mi cuerpo, siempre seré parte de tu cuerpo, así que nunca olvides quién eres”, dice.


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