Guillermo Roz

Escritor y periodista. Autor de Sapukái (Hoja de Lata Editorial, 2024); X: @GuillermoRoz1

En una mañana calurosa de Madrid, nos encontramos con (Buenos Aires, 1983), última ganadora del Premio Ribera del Duero de Narrativa Breve 2024. Etchebarne, editora de profesión y autora del libro de cuentos Los mejores días (2017) y del libro de poemas Cómo cocinar un lobo (2023), promociona su libro premiado La vida por delante (Páginas de Espuma, 2024) y conversa con nosotros sobre la literatura argentina actual.

¿Qué sigue diciendo el formato breve que la novela no puede decir?

No sé escribir una novela. Y además yo tengo una relación con el cuento de fascinación. Y volver a leer un cuento es muy fácil. Así que los cuentos que me gustan los leí muchas veces. Hay cuentos de Carver que me sé de memoria. Y me vuelvo a emocionar. El otro día me preguntaron qué libro te emociona. Y no sé responder qué libro es ése, pero te diría que “La casa de Chef” de Carver, lo leo y vuelvo a leerlo y me hace llorar.

Creo en la potencia de lo breve, que te lleva y te lleva y vos sabés que terminará pronto. Te dura un café. No te acompaña unas vacaciones.

Por otro lado, mi libro nació con cosas chiquitas, que yo sentía que no daban para una novela. Eran nudos, conflictos, a veces ni siquiera conflictos sino personaje o escenas que me había divertido imaginarme y pegarles cosas de mi vida. Ahí había la posibilidad de decirme que era posible que eso brille.

¿Cómo interviene en tu trabajo de escritora tu oficio de editora?

Sí, trabajo en Pengüin desde hace diez años. Necesito trabajar y ahora lo hago como editora de literatura, pero trabajé muchos años con libros comerciales. Me sirvió y lo usé para armar el cuento “Un amor como el nuestro”, que habla del mundo editorial. Entonces para eso y para ser lectora e impostora. Siempre está en los que escribimos el síndrome del impostor. Estás ahí, escribiendo, pero siempre lo mirás de afuera, y ése mirar de afuera no te abandona. No dejo de tener una cabeza por atrás, que mira lo que estoy escribiendo.

Me gustó armar esa situación de una mega start de la literatura, la gente de la editorial tiene que llevarla a pasear. Y que el mega escritor sea medio déspota. Eso hace perder la idealización del escritor, ves las bambalinas. En este caso, me seducía saber quién era esa mujer que está detrás de la escritura de novelas eróticas. En general son novelas estereotipadas y me divertía que ella no fuera así.

Tu formato es este recorrido medio, relato de largo aliento. ¿Hay un programa de escritura de cuento largo?

Eso es una sensación de fracaso. Cuando escribía, me preguntaba ¿esto es un cuento? Por la demora pensaba en la idea de que el pasado vuelve todo el tiempo. Quizá convertir estas historias en cuentos breves es quedarte sólo con el presente. De hecho, en un comienzo el primer y segundo cuento estaban unidos, pero después Federico Falco, en un taller, me dijo: “Esto no va junto”. Me dio bronca, pero tenía razón.

Esto indica que trabajas mucho tiempo con cada relato…

Trabajo mucho tiempo no porque sea una suerte de ratón de biblioteca, si no porque trabajo de otra cosa. Ayer hablábamos con una amiga sobre una entrevista a una escritora a la que le preguntaban: ¿cómo es un día en la vida de X? Y ella le respondía: “Trabajo doce horas”. Percibo que el escritor argentino tiene una carencia económica que en Europa se ve menos, se ve a escritores más vinculados con la universidad. Esta carencia argentina se puede hacer extensiva como característica a una gran mayoría de autores latinoamericanos…

Pienso en Luciano Lamberti, gran escritor, pero que no se dedica 100% a la escritura. Eso marca estas literaturas, donde se escribe en los márgenes de tu vida.

¿Esa épica de la carencia le da un matiz interesante a la escritura?

Sí porque me parece que es una buena literatura la que hoy se produce. Vuelvo a pensar en la última novela de Lamberti y pienso: ¿cuánto tardó él en escribirla? Un montón de tiempo, pero estoy segura que lo hizo porque trabajó de otra cosa. En Argentina, salvo que seas rico, no podés hacerlo.

Muchos de los escritores argentinos venimos de la escuela de Roberto Arlt, la del esfuerzo, la del escribir cuando haya tiempo…

Exacto. El dinero y el trabajo siempre están presentes. Por ejemplo, puedo estar en España y presentar el libro porque llevo diez años trabajando en una empresa multinacional y tenía un mes de sabático. Y pude pedirlo.

¿Por qué postularse al concurso literario de narración breve Ribera del Duero?

Vi la convocatoria y quería ganarme el premio. Dije: tengo una fecha de llegada en el sentido de establecer un objetivo ordenará la escritura. Mi vida empezó a girar en torno a la fecha de cierre. Ahí me decía: ah, soy escritora. Pedí una semana en el trabajo para poder terminar. Escribía por la noche.

¿Como un enamoramiento para conseguir un objetivo?

Me di cuenta de algo: qué lindo es cuando le dedicás tiempo a la escritura y entrás en ese trance de decir: que se hagan las seis de la tarde para terminar de trabajar e irme a escribir. Aunque no sea escribir desde la nada, porque la mayor parte del tiempo reescribo y acomodo.

¿Qué crees que te va a dar un premio como éste?

En principio me da curiosidad cómo se leerá el libro en Argentina, porque me di cuenta que se lee diferente en España y en otros lados.

Allá me preguntaban: “¿Qué vas a hacer con el dinero y con el tiempo para escribir?” Tiempo para escribir significaría que puedo parar y vivir con esta plata. Y no puedo hacer eso.

En Europa hay una lógica de apoyo a los escritores que en Argentina no tenemos: las residencias, las becas, los subsidios de fondos que te acompañan. ¿Sabés cuánto te da el Fondo Nacional de las Artes por un proyecto ganador? 100 Euros. Proyecto de creación, para que escribas una novela. Es un chiste. La escritura en Argentina se vuelve algo que le robás a la vida.

Hay muchos autores que tienen la posibilidad de hablar de su propia obra en términos intelectuales, que muestra que han tenido mucho tiempo para pensar. Esa es la gran diferencia del que vive para convertirse en escritor, y se forma para eso, del que trabaja en una oficina doce horas y escribe por la noche.

Nombraste a Luciano Lamberti como uno de los escritores que deberíamos conocer fuera de Argentina. ¿Qué otras voces que se merecen más reconocimiento?

Me encanta Mariano Quirós. Tiene el estilo de Selva Almada, una gran sensibilidad, un oído que me parece magistral, una mirada de su espacio. Federico Falco me gusta mucho. Gabriela Cabezón Cámara; Samantha Schweblin, que también ganó este premio que acabo de ganar. Camila Fabri, finalista del Premio Herralde de Novela. Su primer libro Los accidentes es bellísimo, y es una escritura que te contagia al igual que la narrativa de Hebe Uhart.

¿Te interesa la conversación sobre el boom de las escritoras latinoamericanas? ¿Te sentís parte de esa estela?

Soy parte de una estela en el sentido de que existe y quizás se nos mire más. Creo que no hay un boom. No es que las mujeres escriban más, siempre las hubo. Lo que cambió fue el lector. Por ejemplo, estudié Letras en la Universidad de Buenos Aires y revisando el siglo XIX argentino, no se leía a mujeres, y en el siglo XX, poco. Nada más aMalasangre, de Griselda Gambaro y Fin de fiesta, de Beatriz Guido. Entonces, no le podés decir a una chica de 20 años que lo único que tiene para leer son señores. Los planes cambiaron en la facultad, se tuvo que empezar a mirar lo que no se estaba mirando. Las escritoras argentinas ya no quieren hablar del canon hecho por señores.

A mí me da pena haber leído a los veintipocos a Juana Manuela Gorriti y no a los quince, al mismo tiempo que descubría a Sarmiento en el colegio.

En su momento, cuando estudiaba Letras en la Universidad, no lo cuestioné. Ahora eso no podría pasar.

Es una respuesta borgeana la tuya. No cambian los escritores ni los escritos, si no las situaciones de lectura…

Es así, porque si te ponés a pensar: ¿qué cambió? Mariana Enríquez escribe hace un montón sólo que ahora la están leyendo. Desconfío de la idea de novedad porque se repite mucho. Entonces: ¿qué es ser original? Yo misma intento copiar a las señoras que ya no están más.

En el cuento “Temporada de cenizas”, un personaje dice: “Pero a mí qué me importa el presente, es solo una fuerza imantada que frena el futuro”. ¿Cuánto te importa el presente teniendo en cuenta que el material general de la literatura de ficción suele ser el pasado?

Es raro porque en un punto no estoy de acuerdo con eso que decís. Yo traté de imaginarlos en un presente específico. Traté de imaginarlos en el presente continuo, por ejemplo. Unas chicas que llegan a un lugar y en unos dos o tres días hacen cosas. Entonces el presente sí cuenta porque es la tierra fértil de lo que va a ser el pasado. Hebe Uhart decía que escribir y hacer memoria son dos ejercicios que se parecen. Escribir es siempre querer agarrar algo que se está perdiendo. Pareciera que cuando escribo, me pregunto: ¿esto de dónde lo habré sacado? Es una memoria rara, no del todo propia.

En “Casi siempre desesperados”, el cuento dice: “Estás demasiado preocupada para estar parada del lado de la vida”. ¿Qué lugar ocupa para vos la literatura en eso que llamas “El lado de la vida”?

No creo que te haga especial esto de escribir, pero digo: qué suerte que escribo porque si no la vida sería infernal, no tendría ningún lugar dónde vengarme.

En el mismo cuento: “Hay gente que lo tiene todo y hay gente que no tiene nada. Lo del medio qué será, ¿no?” Lo del medio, ¿qué será, Magalí?

Pensaba en este “medio” como cierta disolución de la clase media argentina. En Buenos Aires se empieza a ver cada vez más. Me siento una privilegiada en Argentina porque tengo un trabajo, quizás esté en un lugar intermedio en un momento catastrófico, pero casi que mi lugar ya no está en ese medio sino en un lugar de privilegio frente a una pobreza abismal. Esto no habla sólo del lado económico sino de la vida, un lugar de descontento.

En Argentina no se puede dejar de hablar del momento político actual. Es imposible. Te tira abajo no poder comer o que te sientas privilegiado por pagar el alquiler de tu departamento. La idea es que el futuro se te viene encima.

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melc

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