Lázaro Azar

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Regresé a Sinaloa mucho antes de lo que hubiera imaginado. Hará apenas un mes les compartía las impresiones de mi viaje para ver Rigoletto en un Mazatlán que encontré inusualmente cauto, tras que la inseguridad le arrebatara el bullicio y la alegría a sus calles y plazuelas. Ahora, viajé a Culiacán, “el nido de la serpiente”, a decir de los lugareños, por ser donde debería estar ese gobernador al que ya se le ve más en los mejores restaurantes de Polanco que ahí, en la ciudad más devastada de México desde que, el 9 de septiembre, inició la confrontación entre dos grupos del Cartel de Sinaloa.

Mi regreso no lo propició un evento como el Mochis Culinary Fest que, infructuosamente, pretende dar una imagen de “normalidad” al exterior de un estado en cuya capital muchos negocios han bajado definitivamente la cortina, al no poder pagar el derecho de piso; en donde la zozobra ha orillado que escuelas, supermercados u hoteles como el San Marcos, donde me hospedé, modifiquen el horario de sus servicios, y uno de sus empleados me confió que, ahora, su restaurante cierra a las tres de la tarde porque “los malandros” tienen tomadas las poblaciones donde viven muchos de sus compañeros y no les permiten entrar si regresan después de las cuatro. Eso ocurre en los alrededores, pero, en Culiacán, tampoco ves un alma por las calles al caer la noche; si acaso, un heroico repartidor en motocicleta.

Una vez más, debo a la Ópera mi regreso a Sinaloa. Ese magno espectáculo que no puede improvisarse y demanda arduos ensayos, además de una inversión generosa… condiciones que, en tiempos recientes, no hemos visto conjuntarse en el Blanquito. Aquí sí lograron reunirlas, gracias al concurso de la sociedad civil: para sumarse a las celebraciones por los 45 años de carrera del Maestro Enrique Patrón de Rueda, quien “ha inspirado y dirigido muchos de nuestros proyectos”, la Sociedad Artística Sinaloense aplicó y resultó favorecida con un estímulo fiscal a través del cual varios patrocinadores, encabezados por empresas locales como Coppel, Kuroda y los restaurantes Panamá, apoyaron la realización de una ópera que se presentó este mes los días 14, 15 y 16 en el Teatro Pablo de Villavicencio, de Culiacán, y el 20 y el 21 en el Teatro Ángela Peralta, de Mazatlán.

Los ensayos iniciaron a principios de octubre, tan pronto llegó el Maestro Andrés Sarre a preparar al Taller de Ópera de Sinaloa, al Coro de Ópera Sinaloa y al Coro Guillermo Sarabia, de Mazatlán. En su calidad de director asistente, José Peñalver se hizo cargo de la Orquesta Sinfónica Sinaloa de las Artes durante el tiempo que el Maestro Patrón cumplía compromisos fuera, y tras las mesas de trabajo para afinar que la sencilla y funcional escenografía de Daniela García Moreno o el discreto vestuario de Edyta Rzewuska concordaran con el trazo escénico de Daniela Parra, fueron llegando a Culiacán los cantantes que conformaron el reparto.

Yo también llegué días antes del estreno y presencié como Leonor Quijada, productora y directora general del equipo SAS, procuró mantenerlos encuartelados en el hotel que, ante las cancelaciones de bodas y festejos que liberaban de compromisos sus salones de eventos, permitió realizar en ellos los ensayos. Mientras menos saliéramos a la calle, menos riesgos se correrían: justo el fin de semana previo al estreno se registró una balacera en la Expo Ganadera y apareció una narcomanta exigiendo al gobernador Rocha Moya la cancelación del palenque y dejar de apoyar “a esos chaposetas” o que se atuviera a las consecuencias: “segunda llamada, su familia pagará el precio”.

El lunes 11 se anunció la cancelación de la feria y el palenque. Ese día, también, se movilizó por primera vez a todo el elenco para un ensayo pre general en el teatro. “No debemos normalizar la situación, cancelar sería asumir que acabaron imponiéndonos la agenda”, me dijo Quijada. El martes hubo un ensayo técnico para marcar la iluminación de Rafael Mendoza, y hasta el miércoles se corrieron sin pausa el prólogo y los cinco actos de Roméo et Juliette, la magna ópera de Charles Gounod, reagrupados en dos partes para tener un solo intermedio y abreviar con ello la duración de la función. Previendo que el público desistiera de asistir, desde un principio se anunció que, en Culiacán, las funciones se realizarían a las cuatro de la tarde, dado el tácito toque de queda que todos los días se vive al oscurecer.

En el ensayo general pude escuchar a Mackenzie Whitney y una deslumbrante Génesis Moreno, los epónimos que alternarían funciones con Salvador Villanueva y Karen Gardeazabal, la fabulosa Juliette que cantó la función del 14 y, al hacer alarde de sus exquisitas sutilezas, refinado fraseo y admirables coloraturas desde Je veux vivre dans ce rève, el vals que canta en el primer acto, dejó en claro su supremacía como la mejor soprano lírica que actualmente tenemos en México. El resto del elenco lo conformaron Ricardo Ceballos y Tomás Castellanos como Fray Lorenzo y Capuleto, José Miguel Valenzuela y Rodolfo Ituarte recrearon a El Duque y a Paris, Carlos Rojas y Alejandro Pacheco hicieron de Gregorio y Benvolio, Rose Ferreiro fue un Esteban caracterizado como Shakespeare, y me dio mucho gusto volver a ver a Lydia Rendón, encarnando a Gertrudis.

Mención aparte merecen Juan Carlos Heredia (fantástico en su aria Mab, reine des mensonges) y Ricardo Estrada, quienes como Mercucio y Tebaldo se llevaron el tercer acto al sumar a sus bien timbradas voces un duelo espléndidamente escenificado. Villanueva, ese brillante tenor sonorense egresado del MOS y actual miembro del Dutch National Opera Studio hizo un memorable Romeo que cosechó su primera andanada de aplausos tras la cavatina Ah! lève-toi soleil, aunque, a mi parecer, su momento mejor logrado fue su dúo con Gardeazabal, Ô nuit divine.

No siempre he coincidido con los ideales estéticos del Maestro Patrón, pero sí puedo afirmar que este Romèo et Juliette es de lo mejor que le he visto y, por mucho, ha sido una de las funciones operísticas más emotivas que he presenciado en mi vida, ya que, al final del tercer acto, cuando los veroneses claman porque cesen los enfrentamientos entre Montescos y Capuletos, fue inevitable trasladar la trama a la situación que ahí se padece a causa de Mayos y Chapitos, y al ver surgir de entre el coro algunos pañuelos blancos y un letrero pidiendo paz, el llanto se hizo evidente, resonando arriba y abajo del escenario.

Fue un momento escalofriante y conmovedor. Catártico. Haber sido testigo y partícipe de ello valió el riesgo de haber ido a Culiacán. ¡Larga vida a la Ópera en Sinaloa!

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melc

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