En esta sección sobre Elena Garro, voy a hablar de toda su obra, pero me centraré en Los recuerdos del porvenir. Me gustaría dar una visión general de la autora, porque pienso que es una de las mejores en lengua castellana del siglo xx. Como saben, durante mucho tiempo su obra no se conseguía o no se hablaba de ella. Y cuando ya se empezó a escribir sobre Garro, aún no se encontraban sus obras en las librerías. Afortunadamente, a partir de la primera década de este siglo y del centenario de su nacimiento, en 2016, se logró reeditar gran parte de su obra y ahora está mucho más disponible que antes. Hay muchos temas que se pueden tratar en la obra de Garro. En relación con Los recuerdos del porvenir, escogí hablar del tiempo, la historia y la violencia, que me parecen temas muy importantes.

Elena Garro nació en Puebla en 1916 (durante mucho tiempo ella dijo que había nacido en 1920, pero no es cierto). Era hija de padre español y madre chihuahuense. Quizá convenga decir que dos hermanos de su madre murieron en la Revolución y ella tuvo un gran interés por este movimiento, en particular por el villismo (lo que la llevó a investigar la vida de Felipe Ángeles). La mayor parte de su infancia la vivió en Iguala, Guerrero, lo cual la hizo acercarse al mundo campesino indígena, cosa que también tiene relevancia en su obra (por ejemplo, en La semana de colores o La culpa es de los tlaxcaltecas). Ella idealiza la infancia en muchos sentidos: le parece un paraíso perdido, el lugar donde se podía vivir en el jardín; la casa es casi un mundo mágico: Tiene muchos cuentos que hacen referencia a personajes indígenas. Por otro lado, quienes vivían en Iguala en los años veinte y treinta dicen que Los recuerdos del porvenir retoma historias reales de esa población.

Garro estudió la preparatoria y la universidad en la Ciudad de México. Estudió filosofía y letras, pero no terminó la carrera porque se casó. Cuando estaba en la unam, estuvo trabajando como coreógrafa. Le gustaba mucho el teatro y estuvo en el grupo de la universidad; participó también en la puesta en escena de Perséfone de André Gide, en 1937. A Garro le gustaba mucho el baile y también participó en el ballet que organizó la hermana de Nellie Campobello. Era una mujer muy interesante, porque desde sus inicios hizo cosas que no estaban bien vistas por la sociedad mexicana. Como su padre era español, estaba menos apegado a los modos mexicanos. Ya en 1937, ella salía a la calle en pantalones y gorra, lo cual causaba un gran escándalo, pues en esa época no era común que las mujeres usaran pantalones.

Participó como extra en dos películas de Adolfo Best Maugard: una de 1934, titulada Humanidad, y otra de 1937, que se llama La mancha de sangre. Aparece sólo un momento, pero desde entonces se puede ver que le interesan diversas artes. La literatura va a venir un poco después; ella decía que quería ser bailarina o lectora. Y sí, fue una gran lectora en su infancia, porque su padre y su tío tenían muy buenas bibliotecas. Leyó filosofía y literatura del siglo de oro español, incluyendo teatro. Quizá no había hecho todas las lecturas que hacían otras chicas de su época. Alguna vez mencionó que cuando estaba en la universidad, alguien preguntó quién había leído María de Jorge Isaacs y toda su clase lo había hecho, salvo ella. Su formación había sido un poco diferente.

A lo largo de su vida, Elena Garro fue una mujer heterodoxa. No se consideraba feminista, pero en muchos sentidos podemos plantear que varias cosas que hizo en su vida, aunque no tienen que ver directamente con el feminismo, sí sugieren una visión crítica de la condición de la mujer. Después de casarse, Elena Garro fue con Octavio Paz al Segundo Congreso de Intelectuales Antifascistas en Valencia (experiencia de la que se va a derivar su libro Memorias de España, de 1937). De regreso, tiene una hija: Helena Paz Garro. Y en 1941, la encontramos como periodista en la revista Así, que era una publicación semanal. Ahí escribían intelectuales interesantes: Villaurrutia hacía las crónicas de cine, por ejemplo; María Conesa tenía una columna de consejos de belleza; había también exiliados españoles que escribían sobre asuntos internacionales. Garro empezó colaborando con entrevistas; por ejemplo, una con Frida Kahlo, en la que cuenta que la pintora estaba a punto de casarse con Diego Rivera y que estaba preparando una exposición. Son entrevistas muy poco solemnes, en las que parece que estamos casi sentados en la sala de los personajes. Hace para esa revista una serie de reportajes sobre mujeres jóvenes delincuentes. Le habían propuesto hacer el reportaje y, aunque primero dijo que no, después sí le interesó. Por medio de una abogada, lograron darle un acta diciendo que había robado, por lo que ella entró a la casa de detención para adolescentes como ladrona. Muchas de las reclusas eran muchachas que habían sido prostituidas o a las que se había detenido por cosas relacionadas con la prostitución. Las mujeres le van contando sus historias. El reportaje consta de siete partes y se llama “Mujeres perdidas”; se publicó entre septiembre y octubre de 1941. Me parece interesante leer a Elena Garro joven hablando de la experiencia de estar presa, así que conviene ver un pasaje de la quinta parte del reportaje:

Los días se hicieron largos y rutinarios; el amanecer y el crepúsculo, el sueño y la vigilia, la gimnasia y el trabajo, las horas de descanso y las horas de comida, todo, regulado por la rigidez de una disciplina que, poco a poco, se me fue convirtiendo de opresora en monótona, todo era hueco y sin sentido. […] No había posibilidad de escoger, decidir por una misma y no había manera de escaparse de unas tareas determinadas. “Perder la libertad”, me di cuenta, era, ante todo, perder la capacidad de elección. Todas dábamos vueltas a la noria, mecánicamente, no contra nuestra voluntad, sino “sin voluntad”, ¿qué importancia tenía frente a este vacío todo lo demás?

Creo que es muy relevante ver el interés de Elena Garro por el tema de la libertad. Es algo que transmite muy bien esta sensación de aburrimiento, de dificultad, de vivir una vida completamente rutinaria en la que siempre están supervisadas. En fin, gracias a este reportaje, la directora de la Casa de Orientación para Mujeres, en Coyoacán, fue destituida por los abusos contra las chicas que estaban recluidas ahí.

Elena Garro, delirante y seductora del realismo mágico
Elena Garro, delirante y seductora del realismo mágico

Después de este periodo y hasta 1943, Elena Garro vivió en México. Luego pasó una temporada en Estados Unidos y luego tuvo una vida muy viajera y nómada. Por la carrera de Octavio Paz, se fueron a París en 1945, luego a Japón y luego a Suiza. Finalmente regresa a México en 1953. Los años de París son importantes para la obra de Elena Garro por varias razones. En primer lugar, porque experimentó el mundo de la posguerra. No era una vida muy lujosa, sino austera. Pasa por momentos de soledad, de incertidumbre, de depresión. Pero ahí conoce tanto a intelectuales y artistas franceses como latinoamericanos. Se hizo amiga de Jean Genet, por ejemplo; conoció a Albert Camus y María Casares, entre muchos otros. Y también conoció autores latinoamericanos que pasaban por París, como José Bianco, el escritor argentino del que ya hablé en relación con Silvina Ocampo. Ellos se hicieron amigos, porque según cuentan quienes los conocieron tenían un gran sentido del humor (un sentido del humor muy negro) y se divertían mucho (a veces a costa de otras personas). A partir de 1947, esta amistad con José Bianco se va a traducir en una larga correspondencia que dura hasta 1974 y de la cual afortunadamente se ha guardado registro en la Universidad de Princeton (donde también está parte del archivo de manuscritos y de la correspondencia de Elena Garro). Estas cartas son significativas, porque en ellas, Elena habla de su vida y de su obra, lo cual es importante en relación con Los recuerdos del porvenir. Gracias a Bianco, Garro conoció en París a Silvina Ocampo y a Adolfo Bioy Casares, que habían ido de viaje en 1949. A raíz del primer viaje, surgió una amistad. Bioy Casares le escribió diciendo que se había enamorado de ella, pero, en realidad, no tuvieron una relación amorosa sino hasta 1951, cuando Adolfo volvió (sólo tuvieron unos cuantos meses de relación, pero fueron meses importantes, porque la correspondencia entre ambos fue muy larga). Lo importante de esta correspondencia con Bianco y con Bioy Casares es cómo Garro les habla de lo que lee y lo que hace. Los leyó a ambos, pero también, seguramente gracias a ellos, leyó a Borges y a otros autores argentinos o de literatura fantástica. Entonces, va ampliando su bagaje literario. En una carta, Bioy Casares le escribe: “Tienes que escribir. Que los fortuitos escritores te hayamos aburrido es una fortuita circunstancia de tu biografía y sólo tiene importancia para ti; que escribas tiene importancia para todos. En esta correspondencia entre nosotros se ve de qué lado está el escritor; no es de éste.”

Lejos de ser solamente elogioso por quedar bien, creo que Bioy Casares estaba leyendo bien la correspondencia de esa época. Si uno revisa esas cartas, en mi opinión, puede ver cómo Elena Garro ya es una escritora en ciernes. Sus cartas transmiten experiencias, impresiones, habla de pintura, de personas, describe paisajes, etcétera, pero lo hace con una gran capacidad narrativa y con mucho estilo. Bioy Casares, Bianco y también Paz fueron impulsores de la escritura de Elena Garro.

Ella empieza a escribir ficción en el invierno de 1952-1953, cuando escribe Los recuerdos del porvenir. Como ha señalado Margo Glantz, la novela fue innovadora, pero Garro tardó demasiado tiempo en publicarla. De haberla publicado poco después de que la escribiera, Los recuerdos del porvenir habría sido una novela contemporánea de Pedro Páramo y habría sido un parteaguas en la literatura mexicana de la época. Sin embargo, se publicó apenas en 1963. Lo mismo pasó con su obra de teatro Felipe Ángeles, que es a la que se refiere Glantz cuando dice que Garro fue precursora del teatro histórico. Empezó a investigar sobre el personaje en 1957, publica una versión en una revista en 1967 y la obra sólo aparece publicada, por la unam, en 1979. Como se puede ver, siempre hay un largo lapso entre la escritura y la publicación o la puesta en escena de estas obras. Y por eso no es tan evidente todo lo que Elena Garro aportó en su momento.

La obra de Garro es sumamente amplia. Fue periodista, escribió guiones (hizo el guión de Las señoritas Vivanco, película de mucho éxito), fue dramaturga, escribió memorias y también algunos ensayos históricos. Hablaré brevemente de su obra y sobre todo de los temas que le interesaban.

Cuando Garro volvió a México en 1953, inició su investigación sobre Felipe Ángeles. Incursionó en el escenario mexicano como dramaturga. La iniciativa teatral Poesía en Voz Alta la iniciaron Jaime García Terrés, Héctor Mendoza, Juan José Arreola, Octavio Paz y diversos pintores y escenógrafos. Fue una renovación del teatro mexicano, que estaba dominado por la comedia burguesa española. Ese grupo empezó leyendo en voz alta obras de Valle Inclán y de García Lorca, entre otros. En cierto momento, decidieron hacer obras nuevas. Invitaron, entre otros, a Garro a presentar sus obras de teatro, como Un hogar sólido, Los pilares de Doña Blanca y Andarse por las ramas, que son tres obras en un acto. (En relación con Silvina Ocampo, ya mencioné que Un hogar sólido se publicó en la segunda edición de la Antología de literatura fantástica.) Los pilares de Doña Blanca y Andarse por las ramas son farsas que critican la condición de la mujer (sobre el amor romántico y sobre la vida conyugal). Aparte de estas obras, publica otras piezas en un acto. Algunas tienen un carácter un poco más surrealista, como El Encanto, tendajón mixto, o de fantasía, como El rey mago. Pero también tiene una obra que se llama El árbol, de la que hizo una versión como cuento; se trata del choque entre las cosmovisiones indígena y mestiza o blanca en México. Es una obra que tiene elementos que podríamos considerar fantásticos, pero que en realidad están enraizados en las creencias de ciertos grupos indígenas. En los años cincuenta, Garro básicamente escribe teatro, además de estar investigando sobre Felipe Ángeles (tuvo que ir a archivos militares y revisar el expediente del general; hay que decir que, en esa época, la historia era la oficial y no se hacía ningún homenaje a Villa, y escasamente a Zapata). Es la época de la modernización, del desarrollismo en México.

En esos tiempos, Garro tuvo participación en asuntos políticos. Si Rosario Castellanos se fue a hacer teatro a Chiapas y se fue a trabajar con los indígenas en cuestiones educativas, Garro sintió la necesidad de apoyar a los campesinos que peleaban por sus tierras (sobre todo en Morelos). Conoció a Rubén Jaramillo y su asesinato le dolió muchísimo. Estuvo involucrada en evitar despojos y en acompañar a algunos campesinos a los juzgados. Se vuelve una especie de figura legendaria, pero sobre todo lo va a ser en los años sesenta; antes no era tan conocida o llamaba poco la atención. En 1959, se fue de México y estuvo un tiempo en Europa. Volvió a nuestro país en 1963, porque supuestamente iba a hacer una película con un director francés que se había interesado en un cuento suyo. La película no se hizo, pero eso motivó su regreso. Y en ese año publica Los recuerdos del porvenir.

Hay muchas formas de leer a Elena Garro. Un rasgo fundamental en su obra (sobre todo, en sus publicaciones antes de 1980) es el juego con el tiempo. Para ella, el tiempo es múltiple: el tiempo lineal es el tiempo mediocre, aburrido, de la vida cotidiana, en el que no hay imaginación ni suceden cosas interesantes. Pero hay otros tiempos que se vuelven simbólicamente significativos: el circular, que desde luego es el del destino y de la fatalidad, pero también el de la cosmovisión indígena. Garro retoma un tiempo de este tipo en Los perros, una obra en un acto situada en el campo, en la que hay una gran simbología campesina indígena. En La culpa es de los tlaxcaltecas, hay una combinación de tiempo lineal y circular con el final de los tiempos. Los personajes pasan del presente al pasado sin que resulte sorprendente, pues forma parte de su realidad. En Los recuerdos del porvenir, el tiempo se detiene en Ixtepec: es un tiempo mágico que salva a los amantes y les permite salir de un lugar violento, así como escapar de la muerte. Hay toda una variedad de tiempos, que expresan la idea de Elena Garro de que no hay una realidad sola, sino que la realidad es múltiple. La idea no es que crea en fantasmas o algo así, sino en que, detrás de lo visible, hay cosas invisibles o que, detrás de una realidad, hay otras que están en la imaginación, en la ilusión, y que aguardan ser descubiertas. Por la influencia literaria y por sus vivencias, también tenemos la presencia de la magia. En particular, la magia de las palabras, que pueden transformar las cosas en algo bello, o pueden transformarlas en algo terrible, o pueden atraer un destino funesto. También tenemos la fantasía y lo fantástico. La ilusión es un concepto fundamental, sobre todo en Los recuerdos del porvenir, aunque también en algunas de las obras de teatro o los cuentos. Hay una discusión sobre si lo que tenemos en Los recuerdos del porvenir es fantástico o realismo mágico. A Elena Garro se le ha considerado precursora del realismo mágico por esa obra, especialmente por la escena donde el tiempo se detiene de tal forma que los amantes pueden escapar.

Hay que señalar que las discusiones en torno a estos conceptos son complejas. En América Latina, tenemos tres conceptos. Por un lado, lo real maravilloso de Carpentier, en su prólogo a El reino de este mundo, que es la idea de que la realidad latinoamericana no es mágica, sino maravillosa. Carpentier tiene fe en esa realidad maravillosa, en la que todo es posible. Hay muchas definiciones de qué es, por otro lado, el realismo mágico. Una de ellas dice que tiene que ver más bien con el punto de vista de quien escribe, con un deseo de encontrar lo mágico, lo insólito, lo distinto de esa realidad y sacarlo a la luz. Es lo que hace García Márquez en Cien años de soledad: él decide narrar las cosas como las relataba su abuela, quien contaba historias de aparecidos y fantasmas, pero las narraba como algo natural. Hay quienes consideran que “real maravilloso” y “realismo mágico” es lo mismo. Yo no lo creo, porque Carpentier está hablando de una cuestión particular en relación con encontrar una identidad latinoamericana particular para diferenciarla de la europea.

Elena Garro decía que ella no hacía realismo mágico. Había leído El otoño del patriarca y no le gustaba, como parece que tampoco le gustaba mucho Cien años de soledad. Sin embargo, se podría asociar en algunos puntos con el realismo mágico. Independientemente de eso, con lo que sí puede relacionarse de manera definitiva es con el género fantástico. Hay elementos fantásticos en Los recuerdos del porvenir. Podemos pensar en la presencia de Felipe Hurtado, que cruza el jardín cuando está lloviendo y no se le apaga la vela. Gracias a la fuerza del amor, logra que el tiempo se detenga. Por otro lado, la novela culmina con la transformación de Isabel en piedra. Esto retoma varios mitos: el de Eurídice, por ejemplo, que voltea a ver el inframundo y también se queda ahí. Para mí, lo que hace Garro más bien es una suerte de realismo poético, que también es como lo denominaba Emilio Carballido.

Aparte de estas características de la primera parte de su obra (lo publicado antes de 1980), tenemos otros rasgos. Hay un realismo crítico, situado en ambientes más sombríos y apegado a una realidad concreta. Desde mi punto de vista, Elena Garro es una de las grandes escritoras que trabajó el tema de la violencia en México y en América Latina. La violencia contra las mujeres está presente en sus cuentos, novelas y obras de teatro. También habla de violencia política, de discriminación, de clasismo, de racismo. En fin, hay una visión muy crítica de la realidad. Afortunadamente, esto no quiere decir que sus obras sean de tesis; la crítica siempre se manifiesta por medio de los personajes o de las relaciones que va presentando. Hay una crítica general del poder y del autoritarismo.

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