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La novela corta suele definirse como un relato superior al cuento, no mayor a las 50 mil palabras, que se distingue por la velocidad de las acciones, agrupadas en torno a un tema principal, cuyos personajes no suelen adquirir la profundidad del carácter novelesco de la narrativa tradicional.
El término se tradujo al español del alemán novellen y el francés nouvelle, aunque en lengua castellana ya se tenía un claro antecedente en las Novelas ejemplares de Cervantes y, durante el siglo XIX, los relatos por entregas constituyeron gajos de “culebrones” interminables que poco a poco adquirieron autonomía de sentido para leerse por separado.
En la actualidad se experimenta un nuevo boom de la novela corta, como puede observarse en los diversos catálogos de las editoriales españolas y latinoamericanas que acogen a una múltiple generación de narradores jóvenes.
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Es el caso de Fiesta en la madriguera (Anagrama, 2022), obra del jalisciense Juan Pablo Villalobos, que ha tenido resonancia en la academia, el cine y, sobre todo, entre los lectores.
La trama de esta pequeña pieza conjuga brevedad e intensidad. Es narrada desde la perspectiva de un niño de diez años: Tochtli, quien vive en el palacio de su padre, en una jaula de oro donde el rey de los narcotraficantes impone su ley, en clara alusión a la vieja balada de José Alfredo Jiménez.
Pese a los vínculos innegables con el tema de las drogas, del crimen organizado y de la espiral de violencia que nos inmoviliza frente a las pantallas del horror cotidiano, la gracia de la novela consiste en alejarnos de la nota periodística para simbolizar, mediante el uso puntual del lenguaje, la maldad congénita del ser humano, sin posibilidad de explicaciones racionales. Por eso el arte tiene como propósito principal, mostrar los ángulos oscuros que desearíamos no mirar.
En la novela los personajes principales tienen nombres en idioma náhuatl y la mayoría de ellos refieren a los animales. Tochtli, el narrador protagonista, equivale a conejo, y Yolcaut, el padre, a serpiente de cascabel. De igual manera, los otros seres que deambulan por la mansión forman parte de la galería zoológica dividida entre meretrices, asesinos, dealers, políticos, y todos ellos viven y mueren según la palabra del rey.
El palacete es un remedo del jardín del edén, donde conviven fieras y humanos sometidos a la fuerza del instinto. Tochtli tiene dos tigres y un león, y dice que su padre les arroja los cadáveres que han sido muertos por incontables hoyitos de bala. El personaje infantil vive obsesionado por el corte de las cabezas. Admira a los franceses que inventaron la guillotina y también a los samuráis, cuya espada infringe súbitos degüellos. En cambio, se lamenta del machete mexicana que requiere hasta tres o cuatro golpes para cercenar un cuello.
Tochtli sueña con poseer dos hipopótamos enanos, originarios de las selvas de Liberia, y en su deseo evoca al legendario Pablo Escobar, quien introdujo hipopótamos gigantes en las aguas del río Magdalena colombiano, para asombro de la fauna local y aliciente de los capos futuros.
Fiesta en la madriguera es un excelente marco de referencia para observar a un extendido grupo de sátrapas, capaces de revivir los usos y costumbres de la crueldad tanto del México prehispánico y revolucionario como de los viejos estilos de los césares del coliseo romano; todo ello, en una especie de amalgama sangrienta que pareciera parodiar lo real maravilloso americano.