A la lectura tuve que añadir la lista de las canciones citadas para escucharlas a través de Alexa o en YouTube (lo siento, no tengo Spotify). También hice consultas permanentes para saber de algunos personajes que me eran desconocidos. Seguir el hilo del libro 1966. El año del nacimiento del rock, de Alberto Blanco (Reservoir Books, 2024), resultó un viaje psicodélico.

Lo digo ya que si bien la distribución del ensayo es precisa, a saber ocho apartados, 1963: La prehistoria, 1964: Los ancestros, 1965: La gestación, 1966: El año del nacimiento del rock, 1967: Año mirabilis, 1968: Año crítico, 1969: Fin de fiesta y Epílogo, son muchas emociones en juego. La abundancia del testimonio es alucinante y por momentos caótica. Caos que se comprende y celebra.

Obras como la de Alberto Blanco retan a los estudiosos de esa materia aparentemente sencilla: el rock. Me hizo pensar en la complejidad de la compilación de Rafael Vargas Necesidad de música, de George Steiner (Grano de Sal, 2019), que reúne artículos, reseñas y conferencias del aclamado escritor de origen francés. En este ejemplar hay un recurso que los editores de Blanco podrían haber empleado: ofrecer al lector las fuentes para acudir a la música.

En un escenario no muy lejano, el empeño de Alberto Blanco encuentra una suerte de correlato en Calla y escucha. Ensayos sobre música: de Bach a los Beatles(Turner, 2022), de Eduardo Huchín Sosa. Sus cruzamientos son interesantes por sus miradas cual compendio, como ocurre en El jazz en la Ciudad de México 1960-1969 (FCE, 2022), de Alberto Zuckerman.

Para cuando me enteré de la puesta en circulación de 1966. El año del nacimiento del rock, tenía poco de haber visto el documental The Beatles: Get Back (Disney, 2021), dirigido por Peter Jackson. El larguísimo testimonial ofrece el periplo de concepción del disco Let It Be, en 1969, que incluye el mítico concierto en la azotea del edificio de Apple Corps, donde se encontraba el estudio de grabación.

Me suelo acomodar en las reseñas que citan en buena parte fragmentos de la obra. Creo que, lejos de ser crítico de música o literatura, es una manera de generar en quien me lea el interés por el libro. Una modesta invitación a la compra en beneficio de las partes.

El rock en el paredón

Una sentencia marca la ruta: el rock “Se gestó en inglés: en Estados Unidos e Inglaterra”, afirma Alberto Blanco. Su recorrido por esos años 60 y de 1966, cuando esas naciones lo parieron, lo dejan a uno convencido. Blanco es claro en su postura como tesis fundacional dispuesta al debate. No estoy enterado, hasta el momento de escribir esta nota, de que alguien le haya enmendado la plana.

En ese sentido, creo que lo menos importante para 1966. El año del nacimiento del rock será lo que en México se diga. Interesantísimo sería que, traducida la obra, llegara a los ojos de los expertos ingleses y norteamericanos. Incluso a los protagonistas del rock que siguen vivos. A ver si Blanco le puede obsequiar un volumen a Eric Clapton (regresa en octubre) y a Paul McCartney (en noviembre).

Alberto Blanco (Ciudad de México, 1954) es autor Canto a la sombra de los animales. Foto: Especial
Alberto Blanco (Ciudad de México, 1954) es autor Canto a la sombra de los animales. Foto: Especial

En el contexto de la argumentación, Blanco cita a Joe Boyd: “Los años 60 comenzaron en el verano de 1956 y terminaron en el otoño de 1973, alcanzando su cima justo antes del amanecer del primero de julio de 1967”. Luego el poeta remata: “Lo que comenzó en 1966 murió 30 años después; ya tan sólo sobrevive el fantasma”.

Al referir que “poca gente sabe que la plana mayor de los roqueros y compositores ingleses pasaron por escuelas de arte”, cita que Ray Davis dijo al Melody Maker: “Sin el puente de las escuelas de arte no creo que hubiera pasado lo que pasó con el rock aquí, y yo, ciertamente, no habría hecho música”.

Tal elemento formativo le da a Blanco, músico y compositor que tuvo dos bandas, La Comuna y Las Plumas Atómicas, el “¡Qué lejos de esta realidad la escena roquera mexicana… y qué pobre! El desmadroso rock mexicano tiene mucho que ver con la falta de educación artística, con la falta de educación musical, con la falta de educación”.

1966. El año del nacimiento del rock no es para asuntos mexicanos, queda claro. Lo que se le llega a escapar resulta tangencial. Quizá sea motivo de otra obra, aunque dudo que le interese al ganador, en 2017, del Premio Xavier Villaurrutia. Es un hueco todavía a llenar. Su acontecer es uno de los muchos que alimenta —en el sentido más amplio— la relación cultural bilateral de México y los Estados Unidos: el de la hibridez esquizofrénica que se representa en el maridaje, fusión, innovación, choque, repulsión y confrontación de las dos poderosas diversidades culturales.

Sigamos. Hacia la página 138 ofrece un muy útil recuento para comprender que, en 1966, naciera el rock como una enorme industria donde la creatividad es central. Va un resumen.

1. “Una prosperidad creciente de la clase media” que dio dinero a los adolescentes para gastar en discos y equipos de calidad para escucharlos. Los L.P. (long play de 33 r.p.m) comenzaron a utilizarse como una forma de arte, “una declaración de principios y ambiciones artísticas”. Son los cambios tecnológicos y económicos de esos años sesenta que, al contribuir al desarrollo musical, favorecieron, entre otras cosas, “el universo de las regrabaciones track on track”.

2. Amplificadores más grandes y ruidosos, y “sistemas de megafonía que aumentaron la potencia —y con ella la emoción de la música en los conciertos— poblaron el negocio. “Se volvió requisto de rigor la combinación potentísima de los amplificadores Marshall y de guitarras como la Stratocaster y Les Paul”.

3. Nuevos inventos e innovaciones abonaron el fenómeno musical: distorcionadores del sonido de las guitarras, pedales como el wah-wah, los radios de transistores portátiles con los cuales “nació la música prêt-à-porter”. También “el aumento de sellos disqueros independientes y regionales” que ofrecieron al público escuchar “propuestas alternativas”.

4. “Los espectáculos de luz líquida surgieron a ambos lados del Atlántico alrededor de 1966 y fueron una parte integral de la escena roquera”. Luego, dice Alberto Blanco, “se aceptó que los músicos no tuvieran por fuerza que producir un éxito comercial tras otro”.

5. “La alianza de la radio de frecuencia modulada —FM— y el rock es lo que en inglés se llama a match made in heave: un encuentro predestinado que cambió por completo las reglas del juego”. En suma, “1966 es el año que marca el cambio del epicentro musical, cultural y contracultural de Europa a América; de Inglaterra a Estados Unidos; de Londres a San Francisco”.

6. La música popular pasó de ser algo para bailar “a música para ser escuchada” (…) ya que “hubo una fusión de estilos y culturas musicales”. En el proceso se alumbró que “el estudio se podía utilizar de un modo creativo, imaginativo, hasta convertirlo en un instrumento para hacer música”.

7. En otra esfera, “las canciones fueron más allá de los tres minutos de rigor”, se dio “la utilización exitosa por primera vez del collage musical y las regrabaciones en múltiples pistas que se reprodujeron a distintas velocidades, para adelante y en reversa”.

8. Por ello, 1966 “marca el inicio de la polinización cruzada entre la música contemporánea y el rock”.

9. Alberto Blanco indica que “last but not least, como se dice en inglés (en último término, pero no en el último lugar), hay que subrayar una vez más el efecto catalizador que tuvieron los psicotrópicos entre los músicos, empezando por la marihuana, pasando por las demás plantas de poder y culminando con el LSD”. Los efectos desataron “una verdadera locura generalizada cuyos efectos, lo mismo liberadores que nefastos, pueden sentirse hasta la fecha”.

10. “No se puede tapar el sol con un dedo: la drogadicción mundial, el narcotráfico, la guerra de los cárteles y la terrible violencia que todo esto conlleva son una parte muy pesada de la herencia de los locos años 60 de la que poco se habla, y que dista mucho de ser heroica, pero que debe asumirse con toda responsabilidad”.

11. Cuatro discos pueden considerarse como la cima, trono, corona y cetro del año del nacimiento del rock: “Revolver, de los Beatles; Pet Sounds, de Brian Wilson; Blonde on Blonde, de Bob Dylan; y Freak Out!, de Frank Zappa & The Mothers of Invention” (…). “Entre estos cuatro pilares se encierra el jardín del paraíso del rock en su expresión más nítida y clásica, y que muy pronto habría de experimentar la tentación de la serpiente, la caída y la consecuente expulsión del paraíso”.

12. “Y es que todo en la historia del rock de los años 60 ha contribuido a la educación sistemática del oído: las presencias tanto como las ausencias; la construcción, la desconstrucción y la reconstrucción de lo que nuestros oídos aceptan hoy en día como música”.

Enhorabuena Alberto Blanco.

Mi epílogo

Tras la lectura de 1966. El año del nacimiento del rock, de Alberto Blanco, una obra sabrosa, necesaria como aleccionadora, parafraseo al roquero español Miguel Ríos. El rocko tuvo la culpa de un fructífero negocio. Nació una industria del sector cultural que, más allá de los alegatos creativos, estilísticos y de integración conceptual, sigue boyante. Sea lo que sea el rock.

Para el caso de México, lo anterior no significa que la historia del rock haya sido agotada en lo que en mi perspectiva importa: la de un componente del sector cultural cuyas economías habremos de construir de manera uniforme algún día.

Termino con una anécdota en ese sentido.

Un buen día de 2010, María Cristina García Cepeda, Maraki, entonces al frente de la paraestatal llamada Auditorio Nacional, me obsequió el tomo precioso, único, indispensable, titulado 200 años del espectáculo. Ciudad de México, que se hizo al calor de las celebraciones bicentenarias. Todavía se encuentran algunos ejemplares en venta a precio de ganga. Con decirles que en la librería Educal del Centro Estatal de las Artes de Ensenada, donde radico al redactar esta nota, adquirí ¡dos de esos libros a 450 pesos cada uno! En verdad ¡qué acontecimiento 14 años después de haberse publicado!

El caso es que mientras hojeaba la monumental pieza editorial de Trilce, con fondos de Banamex y la Corporación Interamericana de Entretenimiento (CIE), le pregunté a Maraki si se había incluido un capítulo sobre la importancia económica en tan detallado recorrido histórico.

Por supuesto que no viene nada al respecto. Siguen pasando los años y la historia del sector cultural aguarda la oportunidad de ser escrita.

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