Quienes lo conocieron dicen que El Nueve era un lugar extraordinario. Un local de dos habitaciones en la calle de Londres 156 que no excedían los 140 metros cuadrados fue el escenario del primer bar gay, rockero y contracultural de México, un espacio abierto para homosexuales, heteros, lesbianas y travestis.

Sin ser excluyente, El Nueve sí era exclusivo; tenía muchos elementos que lo hacían especial, congregaba en cada jornada a la mezcla de la noche y la hacía vibrar. Abrió sus puertas el 23 de enero de 1977 y de inmediato cobró notoriedad porque, a diferencia de otros sitios más clandestinos, El Nueve estaba en el corazón de la Ciudad de México, en plena Zona Rosa, y no se escondía detrás de los márgenes sociales.

Inspirados en El Nueve, la plataforma Prime Video estrenó una serie de ficción. Foto:  Archivo Henri Donnadieu
Inspirados en El Nueve, la plataforma Prime Video estrenó una serie de ficción. Foto: Archivo Henri Donnadieu

La primera vez que oí hablar de El Nueve fue en un bar de la calle República de Cuba en el Centro Histórico. Un grupo de bailarines aficionados que rondaban las cinco décadas decían: “Esto no es nada en comparación con El Nueve”. Ahí entendí su dimensión, esa discoteca que para las nuevas generaciones no es más que un recuerdo, para la juventud de los 70 y 80 fue un espacio de inclusión y experimentación social.

Aún estaban abiertas las heridas de las masacres estudiantiles de 1968 y 1971 cuando El Nueve irrumpió con sus fiestas legendarias, durante 12 años fue el personaje más importante de la noche en la capital. Celebridades del cine, la televisión, la música y el jet set mexicano terminaban ahí sus madrugadas y renacían al día siguiente para inventarse una noche diferente a la anterior.

Hoy, su historia es casi un mito, una leyenda que se evoca con melancolía, pero ¿realmente este espacio fue la panacea que nos pintan?, ¿queda algo de El Nueve más allá del recuerdo?

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Es una mañana nublada; sin embargo, se siente el bochorno en la ciudad de la eterna primavera, Henri Donnadieu —el dueño de El Nueve— me recibe en su casa en Cuernavaca.

De origen francés, Henri llegó a México el 1 de diciembre de 1976; no hablaba español pero encontró la manera de hacer suyas las noches. Acaba de cumplir 81 años y trae el brazo izquierdo lesionado porque chocó contra un poste con su auto, camina despacio pero ágil, conserva la amabilidad y el buen carácter. Tras la muerte de Alonso Guardado en 2019, su pareja durante 33 años, decidió dejar todo e irse a vivir a Cuernavaca. Vive solo, su única compañía es Gala, una perra criolla que adoptó durante la pandemia.

“Siempre he sido hipocondriaco, durante la epidemia de sida no quería hacerme la prueba porque era seguro que lo tenía, comencé a sentir todos los síntomas y cuando me fui a hacer el examen, salió negativo. Cuando fue la epidemia del Covid, en mi mente lo tuve 20 veces cuando nunca fui positivo, pero tenía miedo y me dio una crisis de ansiedad al estar aquí solo con mi perra; pasé momentos muy difíciles”.

Henri Donnadieu, fundador del bar El Nueve, en su residencia en Cuernavaca. Foto: Uriel de Jesús Santiago
Henri Donnadieu, fundador del bar El Nueve, en su residencia en Cuernavaca. Foto: Uriel de Jesús Santiago

Henri ha sido un aventurero y ha tenido siempre miedo a la muerte. Durante su niñez en la Costa Azul francesa evitaba dormir por temor a no despertar. Quizá, ese temor soterrado lo llevó a dedicarse a los negocios de la vida nocturna. “Fui estudiante de Ciencias Políticas en la Sorbona, toda mi vida estudiantil la hice de noche. Siempre digo que la compañera de mi vida se llama la luna. Cuando terminé la carrera me fui a Australia a ser profesor, luego a Nueva Caledonia, ahí fui muy exitoso, me volví rico pero también vivía de noche, tuve el Café de París que funcionaba las 24 horas y cuando salí huyendo y me vine a México, no sabía que mi vida iba a seguir sucediendo en las noches”.

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La gente que llegaba a El Nueve de alguna manera sentía que formaba parte de una élite que había tomado la libertad y el cambio. Cuando el bar cerró sus puertas el 6 de diciembre de 1989, lo que hicieron fue transmitir las historias de lo que sucedía a la gente más joven y así nació la leyenda. No hubo revista gay de los años 90 que no dedicara al menos una línea para hablar de El Nueve hasta que se volvió una referencia común.

En 2004, editando un artículo para la revista DF, el periodista Guillermo Osorno encontró una referencia a Henri Donnadieu, que hasta entonces creía muerto o fuera del país. Lo halló dirigiendo el restaurante de la Unidad Cultural del Bosque, detrás del Auditorio Nacional, y acordó entrevistarlo cada miércoles para saber la historia de El Nueve. Esos encuentros se prolongaron durante nueve años, hasta que finalmente Osorno publicó Tengo que morir todas las noches (Debate, 2014), una extensa crónica de la vida gay en México en los años 80, cuyo protagonista es Donnadieu.

Aunque Henri considera que Osorno no se portó bien con él (“me entrevistó nueve años para el libro y una vez publicado, ya no me peló), sí reconoce que gracias a esta publicación resucitó del olvido. “A raíz de que Guillermo relata mi vida, de parte de la juventud empezó una fiebre por querer saber más sobre mí, sobre los 80, sobre la vida gay”.

A Osorno lo entrevisto una mañana en una cafetería de la Colonia Doctores, es arisco y directo, él cree que todo cronista es un mitógrafo: “Nos encargamos de darle cierta distinción y prestigio a los lugares de los que escribimos”.

El Nueve dejó de ser leyenda para mitificarse. Tengo que morir todas las noches se convirtió en un best seller. Es la primera piedra de la monumental pirámide que hoy sostiene el mito.

Inspirados en El Nueve, el grupo de rock Café Tacvba compuso en 1992 la canción “La Zonaja”. Donnadieu se refirió a él en sus memorias La noche soy yo (Planeta, 2019), ese mismo año se aludió al bar como escenario de la película Esto no es Berlín, de Hari Sama, y recientemente se estrenó la serie de streaming: Tengo que morir todas las noches dirigida por Ernesto Contreras y Alejandro Zuno.

Vía Zoom, Contreras cuenta que el reto de hacer la serie era convertir esa crónica que Osorno había realizado una década atrás, en un producto de entretenimiento sin dejar de profundizar en el universo de El Nueve. “Necesitábamos personajes, conflictos, una apreciación dramática que atrape, para que puedan seguir viendo un episodio tras otro. No es un documental, no es un trabajo periodístico, es una ficción, y a partir de eso creamos esta fauna, que nos permitió navegar en aguas complejas hasta obtener esta serie de la que nos sentimos orgullosos”.

Como si la plataforma de streaming y el Museo Universitario del Chopo se hubieran puesto de acuerdo, el pasado 7 de junio, a la par que se estrenó la serie en Prime Video, en el recinto cultural se inauguró la exposición Las noches del 9, con fotografías de Armando Cristeto y diseños de Ramón Sánchez Lira, Mongo, que estará abierta al público hasta el 18 de agosto.

Vía telefónica, Abril Castro, coordinadora de Artes Visuales del Chopo, cuenta que hay muchas historias de El Nueve, las cuales no se cuenta con una sola historia porque impactó distinto en cada persona que atravesó. Con esa idea se organizó esta exposición con los archivos que Cristeto y Donnadieu habían donado al Centro de Documentación Arkheia del MUAC y el acervo de Sánchez Lira que conserva el Chopo.

La fachada de el bar El Nueve. Foto: Archivo Armando Cristeto.
La fachada de el bar El Nueve. Foto: Archivo Armando Cristeto.

“Queríamos que la gente tuviera un asomo a lo que realmente era El Nueve y no al mito que se ha construido”. A esta exposición se sumará la presentación teatral El 9-Las noches de las reinas, el próximo 26 de junio, dentro del Festival Internacional de Diversidad Sexual, 2024. Así como el lanzamiento del documental sobre El Nueve que trabaja Ángeles Martínez y que espera poder estrenar este año.

El Nueve cerró sus puertas de manera intempestiva, después de una gran redada en la Zona Rosa, de eso han pasado casi 35 años. ¿En qué momento se mitificó? Es un misterio, quizá desde el instante en que cerró, o en los recuerdos de los que lo vivieron... lo más seguro, desde el libro de Guillermo Osorno que ha sido igual de aplaudido como criticado, pero cumple con su función de poner a discusión la historia de este bar.

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En 1974, Manolo Fernández, parte del jet set mexicano, abre en la Zona Rosa el restaurante Le Neuf en honor a un local parisino llamado Le Sept. Su restaurante se especializó en cocina francesa y se reservó solo para los más adinerados. El fotógrafo Armando Cristeto cuenta: “En los 70 no había muchos bares en la zona, pero sí cafeterías, yo pasaba enfrente de Le Neuf y veía siempre autos muy elegantes de donde bajaban hombres maduros, muy bien vestidos y acompañados de jóvenes muy guapos”.

Al llegar Henri a México, Le Neuf había cerrado. Por sugerencia de Óscar Calatayud, uno de los pioneros de los bares gay en el país, decidió reabrirlo bajo dicho concepto. La apertura de El Nueve en 1977 coincidió con el último suspiro del Milagro Mexicano y el inicio de una época de transformaciones y convulsiones, la represión aún latente, la homofobia por todos lados, el comienzo de la decadencia del PRI, la inflación y devaluaciones.

Era un mundo en el que las estaciones de radio apenas se abrían a nuevas tendencias y las discotecas eran la vía para popularizar la nueva música. Henri volaba a Los Ángeles, Nueva York, Berlín y Londres para comprar los viniles que sus disc-jockey ponían en el bar.

“Lo escuchábamos primero ahí y luego en las demás discotecas”, dice Cristeto.

El Nueve duró alrededor de 10 años operando; estaba ubicado en Londres 156, en la Zona Rosa. Foto: Archivo José María Fernández
El Nueve duró alrededor de 10 años operando; estaba ubicado en Londres 156, en la Zona Rosa. Foto: Archivo José María Fernández

La historia de El Nueve se puede contar en tres partes: la primera, a través de Le Neuf; la segunda, la fiesta con las estrellas del momento, y la tercera, su etapa cultural que es por la que más se recuerda: siempre de noche, siempre de fiesta.

En 1984, en pleno fulgor de lo autogestivo e independiente, Rogelio Villareal y Mongo, editor entonces de la revista de contracultura La Regla Rota buscaron a Henri para publicar su segundo número.

Una nueva ola de jóvenes escritores, pintores, escultores, bailarines, directores de cine experimental y medios alternativos llegó a El Nueve; fue tal el éxito que Henri contrató a Mongo para que organizara las actividades culturales los días martes y jueves. Esto coincidió con el inicio de La Movida Madrileña y la explosión del rock en español, que los inspiró a buscar a grupos musicales mexicanos que carecían de espacio para ser escuchados, como Las Insólitas Imágenes de Aurora —hoy Caifanes—, La Maldita Vecindad, Santa Sabina, Café Tacvba, Casino Shanghai, entre otros.

Donnadieu cuenta que, en un inicio, los gays que asistían al bar se enojaron con él por presentar a grupos de rock: “¡Cómo te atreves a darle espacio a los heteros duros!”, le reprochaban, pero a los pocos meses se forjó una convivencia. “Nunca hubo más problemas”.

El Nueve también fue espacio para performances. Artistas como Marcos Kurtycz o El Sindicato del Terror se presentaban a dar show. La gran estrella fue Kitsch Company, fundada por Henri, e inspirada en el grupo de travestis Ridiculous Company de Charles Ludlam, en Nueva York.

“Escribía los guiones los fines de semana fumando mota con un poco de opio, tenía como admiradores a mis dos pericos, y salían unos textos que de repente encuentro y digo: ‘Henri, cómo escribiste esas cosas’. Los lunes montábamos el espectáculo y el miércoles lo presentábamos”, narra.

De finales de 1985 a 1989, cada miércoles hubo un show travesti de la Kitsch Company, integrada por Jaime Vite, Miguel Ángel de la Cueva, Sergio Cuesta, Tito Vasconcelos y Alejandra Bogue.

En esta imagen fechada en 1989, Henri Donnadieu, Naná y Alejanda Bogue.  Foto: Archivo Armando Cristeto
En esta imagen fechada en 1989, Henri Donnadieu, Naná y Alejanda Bogue. Foto: Archivo Armando Cristeto

Xochitl, Naná, Bogue y Terry Holiday fueron algunas de las travestis que hicieron de El Nueve su reino. En sus paredes gozaron la música disco, funky y el rock en español, porque en ese bar la fiesta era de lunes a domingo.

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Había otros bares gay de la época como El Taller o el Cyprus... ¿Por qué El Nueve fue tan especial? Ni Alejandra Bogue ni Terry Holiday o Guillermo Osorno, Armando Cristeto o el propio Henri Donnadieu lo pueden explicar. Lo que pasó con El Nueve fue magia, una suerte de inercia, su gente, su Ron Babalú o sus “vacas voladoras”, un performance de la Kistch Company, la música.

La situación hoy es diferente: los bares LGBTTTIQ+ se han segmentado, como señala Cristeto “entonces no había mucho para elegir, ahora si eres trans vas al Spartacu’s; si eres oso, vas al Nicho; si eres jovencito, a la Puri, el Marra o Soberbia; si eres onda vaquero, a la Malagueña o al Oeste, y si eres chavito fem vas al Cabare-Tito”.

El Nueve ayudó a democratizar la sociedad, enseñó que las personas LGBTTTIQ+ no eran gente que estaba en los márgenes, siempre tuvieron ese derecho a disfrutar de la vida nocturna, a apropiarse de ella. Y así fue.

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