En aquel tiempo, Francisco de Asís Flores y Troncoso, nacido en Silao, Guanajuato, en 1855, ya era profesor farmacéutico a los 16 años y partiría a la Ciudad de México en 1878, para estudiar medicina. Era tan bueno para la escritura, que sus letras se codeaban con las de Manuel M. Flores (su primo), Juan de Dios Peza (ese que escribiera Fusiles y muñecas) y los mismísimos Guillermo Prieto y el Nigromante, en revistas y periódicos como el Diario del Hogar, El Combate, El imparcial o El Siglo XIX.

Formaba parte de los círculos literarios del momento, miembro de la Sociedad Náhuatl y de la Asociación Metodófila Gabino Barreda. Era tan destacado, este Francisco de Asís, que no era santo, en una época en que el positivismo estaba en auge en la nación mexicana, que su maestro de medicina legal, el doctor Agustín Andrade, le solicita que prepare un tratado, nada más y nada menos, que sobre El himen en México.

Esa membrana delgada que reduce el orificio externo de la vagina, permitiendo sólo la salida de la menstruación, tan importante para la humanidad en distintas latitudes y momentos históricos. Del que por mucho tiempo se desconoció su oficio y beneficio, pero al que se dio toda una carga social y moral, para evitar el goce femenino.

El tratado buscaba dar herramientas a la medicina legal para identificar el estupro, la violación, algún accidente y, también, saber de la virginidad o no de las jóvenes que contraerían nupcias, pudiendo librar así las rupturas amorosas e incluso los suicidios de varones pesarosos por la experiencia sexual de sus consortes.

Dividido en tres partes y sus conclusiones, además de láminas con ilustraciones y fórmulas, este tratado es una muestra de lo que importaba en la época, y aunque pasó desapercibido por mucho tiempo, Juan José Arreola escribe un cuento que está en Palindroma (1971), que titula “El himen en México” y da santo y seña sobre el trabajo de Francisco A. Flores.


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El estudiante del siglo XIX, para cumplir el encargo del maestro, se puso manos a la obra —ardoroso y fascinado— para abordar la historia de la virginidad, a la par que la concepción moral y reflexiones literarias, considerando primitivos a aquellos pueblos en que no es importante, y civilizados, los que castigan la no existencia de la virginidad en la mujer.

Flores recuerda a los babilonios, para los que existía una ley que a las feas les costaba trabajo cumplir. Toda mujer del país era obligada a visitar una vez en su vida el Templo de Venus, para entregarse en él a un extranjero…, sólo las bellas regresaban pronto. Mientras en Chipre, las doncellas se paseaban por las playas para venderse a extranjeros y llevar la dote a los maridos.

Otros en los que la virginidad es deshonrosa: el Reino de Aracán (en las Filipinas), creían que un hombre era deshonrado si se le hacía “tomar por esposa” a una doncella; así que surgió una ocupación asalariada, desflorar a las jóvenes. O en Madagascar, aquella mujer entregada más a los placeres, era más digna de ser querida y buscada por esposa.

Detalla casos extremos en su fervor a la virginidad, como los nubios, en que a las mujeres, al nacer, les unen los grandes labios “por una sangrienta sutura” (sólo pasa la orina y la sangre menstrual), las carnes se adhieren de tal modo que al casarse tienen que hacerles una operación quirúrgica…

“No hay que salir de América —sostiene Francisco de Asís— para ver la virginidad idolatrada. México le rinde culto, las leyes la protegen”. Éramos civilizados.

Aunque San Ambrosio y San Agustín, dos padres de la Iglesia, decían que el mero acto de comprobar la virginidad implicaba su pérdida. Y el naturalista Buffon, que la virginidad era un ser fantástico y que sólo debía ser de corazón.

El autor se justifica, ya que lo importante es que el legislador, que siempre se ha ocupado de la virginidad física y para ello el médico-legista, debe tener la información adecuada, porque en todo caso, la perdida de la virginidad moral no deja rastro.

En la segunda parte, detalla sus observaciones morfológicas y fisiológicas de los hímenes, que sirven al médico-legista para determinar casos de violación o estupro. Elabora cuadros comparativos y láminas con las formas del himen encontradas en México, así como anomalías. Acumula y clasifica datos, para legislar y gobernar. La medicina al servicio del poder y lo considerado normal y saludable.

Analiza 181 hímenes, del nacimiento a la menopausia; los clasifica en regulares e irregulares. Los regulares son: anular, labial, semilunar, franjeado, herradura. Los irregulares: biperforado, obturado, imperforado, trifoliado, multifoliado y coroliforme.

Descubre que el himen labial es el que tienen las niñas, desde el nacimiento; el anular, después de los 10 años. Son datos de un archivo de medicina legal. Es de notar que las observaciones son hechas a cadáveres, a excepción de una joven de 14 años que se encontraba en el hospital. De 181 casos, 105 niñas de días a 10 años; 66 entre 10 y 20, y 10 de 21 años en adelante. Sólo una pequeña con seis días de nacida no tuvo himen.

Apoyado por el ingeniero civil, Luis Cortés, su paisano, idea fórmulas con las que determina, de acuerdo con la teoría de la resistencia y los distintos tipos de himen, si el rompimiento fue “consentido, forzado, accidental o por vicio”, dependiendo de la forma de la desgarradura.

Elaborar fórmulas para cada tipo de himen no explica el cómo pudo, a partir de información documental, agradecida a 34 médicos en su tratado, determinar la resistencia para cada tipo.

Entre sus conclusiones encontró que la existencia del himen es constante y las formas cambian con las edades, lo mismo que las resistencias. Y también, que las eminencias internacionales señalan que la resistencia más activa contra la violación se da de los 13 años en adelante y que antes no puede haber estupro, sino sólo atentados al pudor, porque los huesos de una pequeña no permiten la penetración. Trago saliva, por decir lo menos.


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Arreola fabula en el cuento mencionado, quizá muerto de la risa, el llamado a crear un Instituto Nacional del Himen en México, formado por médicos, enfermeros, farmacéuticos y sacerdotes, para revisar anualmente a todas las mujeres, para expedir un “certificado de pureza”.

En 1995, Gerardo Deniz y Juan de la Colina descubrieron un ejemplar del tratado en la Biblioteca de México y, en 2004, Felipe Vázquez escribiría un gran ensayo al respecto: Francisco A. Flores, Juan José Arreola y El himen en México.

La literatura trajo El himen en México a nuestro interés, pues diga si no, hoy puede comprar el libro en la Internet y en Open Library descargar una copia de la Universidad de Columbia. Hágalo. Es toda una muestra de la tragedia cotidiana en la vida de las mujeres.


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