En “Reseña especulativa” se contempla su inclinación a considerar la ficción como el medio por el cual las declaratorias de conciencia evocan preguntas sobre el “lugar que habitamos”, quizá, de una manera modesta, pero es un acercamiento al mundo argumentativo. Olivia Teroba (Tlaxcala, 1988) es una cuentista cuyo ensayo “El dinero y la escritura” le valió el premio de la Latin American Literature Today en abril pasado, y que simboliza parte de esa inquietud de ponerle signos de interrogación a lo ya establecido, algo que también destella en Un lugar seguro, recién publicado por Sexto Piso.

En este libro, la tlaxcalteca recurre a la palabra como medio y espejo para descubrirse en los círculos familiares y amistosos, en la comunidad de mujeres que procuran subsistir, en este caso, a través de un sitio seguro; metafórica o físicamente, prima la necesidad de encontrar un espacio donde poder escribir y no sólo figurarse. Una de las conclusiones en las que también raya “El dinero y la escritura”, donde Teroba se hunde en un campo poco explorado por la carga impuesta a la vocación, al oficio literario: ¿por qué considerar la escritura un sacrificio?, ¿por qué no es opcional llamarlo trabajo, con las implicaciones que esto representa?

En entrevista, la también autora de los libros de relatos Respirar bajo el agua (2020) y Pequeñas manifestaciones de luz (2021) reafirma su posicionamiento político al tratar este tema íntimamente ligado a la industria editorial, a las condiciones bajo las que los artistas se desenvuelven; además, confronta la negación de una región que popularmente es considerada como inexistente —adjetivo sardónico para llamar a Tlaxcala—, que en sí forma parte de los discursos nacionalistas caducos que hoy son reutilizados, y cuya cara aparece reflejada en la tradición narrativa.

¿Cómo lograr escribir sin considerarse mártir?

Es la pregunta que formuló en el ensayo, y que tiene que ver con cómo es considerado el oficio de escribir desde la industria, al final, somos trabajadores cuya materia prima es la palabra, y la industria es parte de un sistema más complejo, un sistema económico que precariza a los trabajadores, y aún más a los trabajadores intelectuales, entonces aquí existe una contradicción. Nuestro país funciona por la meritocracia, estimula estudiar —en el supuesto de que, si estudias más, mejor vas a ganar—, pero estudiar no siempre trae consigo el éxito. Las habilidades que más se valoran no se enseñan en sistemas escolarizados, y las que tienen que ver con un trabajo intelectual no presentan el mismo valor en el mercado; hay un desfase de entrada.

El trabajo de los escritores está involucrado, no sólo en la vida cotidiana, sino en el sistema económico, simplemente pensando en los guiones de películas, o en todo el entretenimiento que se consume actualmente basado en obras escritas. El diseño, por ejemplo, también abreva del arte, pero son empleos que no reciben una remuneración digna. De entrada, posicionarme como una escritora-trabajadora es en sí una postura política, y por ahí empieza el camino para dejar de pensar en la figura romántica: el que escribe se sacrifica, sufre y en su sufrimiento yace la base de su creatividad; es algo que nos viene de la tradición, pero que ahora no funciona.

¿Cómo mantenerse en un modelo globalizado de la producción de contenidos donde la creatividad sirve para sacar jugo?

Con una mirada crítica, pero también contextualizando. Es algo que hace falta en el mundo, pero particularmente en México, que aprendamos a leer de manera crítica e ir más allá del me gustó o no me gustó, por el contrario, tener herramientas donde se pueda analizar el estilo o el uso del lenguaje, los contextos histórico y social. ¿Por qué la obra podría resultar significativa para ese tiempo, y a favor o en contra de qué estaría? Si pensamos en esos elementos podemos generar un diálogo más rico.

¿De qué manera contribuye la autoficción al diálogo?

Toda literatura es necesaria, y más porque contraviene el término útil, es decir, no se mira utilitaria, sino que abarca el campo de la experiencia, que tiene que ver con el goce estético. En este sentido, la autoficción ha ocurrido en relación con cómo los medios exponen nuestra intimidad, y a su vez porque estamos reaprendiendo a dialogar con personas que tienen acceso a herramientas digitales, y creo que abona a esto que platicamos de la contextualización, de cómo toda obra está inmersa en un ambiente, tiene una vida por más ficticia que sea. Porque también encontramos este pensamiento de que mientras más pobre es el escritor, plasmará más obras maravillosas, y podrá escapar de esta realidad por medio de su imaginación, pero la imaginación abreva de la realidad, y lo que se sufre y se goza en vida también tiene inferencia en la obra, aunque no se incurra necesariamente en la autoficción.

Y ya que estamos reflexionando sobre la escritura: ¿qué sentido tiene escribir, Olivia?

El sentido que tienen todas las artes: tener presente este campo del pensamiento que no es racional, que no va de acuerdo con las normas, que es insurrecto, que duda y cuestiona. Esto siempre nos va a abrir el horizonte en nuestra experiencia vital, y por eso es tan importante; sin artes nos limitaríamos a ver la vida en un sentido bastante denotativo, incluso empobrecido, entonces el arte nos da riqueza en el día a día y nos permite hilar otras ideas y más vida.

Me gustaría hacer una comparativa con Dahlia de la Cerda, si me lo permites. Acaba de publicar Desde los zulos; ahí integra un ensayo en el que cuestiona esta idea de Virginia Woolf del “cuarto propio”. Argumenta que ese cuarto propio es un privilegio al que mujeres racializadas, sobre todo, no tienen acceso, es decir, carecen de un lugar seguro. ¿Qué opinión te merece esta reflexión?

A mí me interesa mucho el trabajo de Dahlia, ella fue mi compañera en Jóvenes Creadores del Fonca, yo empecé leyendo sus cuentos, fue la categoría donde compartimos espacio, entonces me llamó la atención su trabajo. Respecto a la pregunta, la función del ensayo es cuestionar categorías que ya están establecidas, a mí también me dejó pensando mucho la reflexión de Dahlia, cómo sí la literatura puede surgir como un aspecto expresivo, no sólo el imaginario y el que cuestiona, y cuyo primer término del que parte es nuestra existencia o la de grupos que a lo largo de la historia no han sido escuchados, en este caso nosotras las mujeres, por ejemplo, ahí también estarían agrupadas las chicas de la periferia, me considero parte de ese grupo.

Y, no obstante, algo más se puede seguir construyendo a partir de las ideas de Dahlia, imaginar hasta dónde puede aspirar quien escribe. Sí, la literatura puede surgir de cualquier espacio, y debe surgir cuando existe esa necesidad expresiva y también de posicionarse públicamente, que nuestra voz tenga un espacio en la discusión. Pero también la escritura debe verse como un trabajo que merece ser retribuido y que el oficio de ser escritora sea visto como uno que merece tener una vida digna. Hay un punto donde se podría aspirar a tener ese “cuarto propio”. Aquí cabe, por qué no, la propiedad, porque nuestra generación tiene más dificultades a la hora de conseguir una vivienda, debido a la precarización, nuevamente, de los empleos, a la crisis económica, entonces otra pregunta aparece en juego: ¿tenemos derechos las escritoras de tener una casa propia con base en el esfuerzo? Quizá no sea el punto del que parte la escritura, y ésta puede existir sin importar la vida material, pero sí hay un motivo si se mira como un trabajo que está buscando reconocimientos y beneficios; aspirar a un espacio físico digno donde se pueda escribir.

¿Qué crea en ti esto que se habla desde la tribuna presidencial contra los que aspiran a una vida digna? Sobre todo, ¿cómo repercute en espacios editoriales donde precisamente está en juego la solvencia económica de los creadores?

Siempre hay que tener cuidado con los términos que se emplean, se tiende a generalizar a las personas sin que venga al caso. Así que, más que clase media, somos clase trabajadora y estamos poniendo nuestra fuerza de trabajo al servicio de los medios de producción que se están enriqueciendo, entonces como clase trabajadora estamos en la posición de exigir derechos, te hablaba de la propiedad, pero también considero el derecho a la salud, que no debería ser considerado un lujo. Es indispensable tocar estas fibras. Los escritores en muchas ocasiones vivimos de becas, de premios, y estos premios incluso se llegan a criticar: “Es que le dieron tanto dinero con el premio”, comentan, pero no se llega a pensar que vivimos sin seguridad social. Sé de historias de escritoras contemporáneas que recibieron un premio nacional, pero la madre enfermó de cáncer, todo el dinero se fue en el tratamiento, o que tienen hijos y como los mantienen, en cuestiones de pocos meses, adiós. No se piensa en el bienestar continuo de las escritoras, sino como algo meramente excepcional: “Ah, escribió un libro, tiene un premio”; hay una creencia popular de que ese premio te resuelve la vida, pero la vida requiere de más para sostenerse; estaría mejor considerar el bienestar como un derecho, no como un privilegio.

Quiero retomar la discusión de las escritoras de la periferia. En la Ciudad de México predomina una visión colectiva de Tlaxcala: es un lugar tan pequeño que resulta inexistente. ¿Esta concepción social se refleja en la tradición narrativa asociada más con la capital que con algún otro estado que la rodea?

Tlaxcala funciona bien como metáfora de lo que ocurre en el país. Tlaxcala es un lugar donde existe una extensa red de trata de personas que no sólo son del estado, sino que llegan de otros más, y que abarca también a otros países. Negar su existencia (de Tlaxcala) tiene que ver con un discurso político a nivel nacional, que es propiamente el de negar la existencia de la delincuencia. Luego tenemos esos discursos nacionalistas caducos: pensar a México como nación unida antes de la Conquista, y que fue traicionada, de inicio se trata de presentar la historia nacional de manera homogénea, cuando no, sabemos que no fue así.

En cuanto a la narrativa, yo escribo cuento y a mí me interesa mucho cómo narramos, desde dónde narramos. Cuando empecé a escribir, no pensé en hacerlo sobre Tlaxcala, estaba cansada de haber leído textos regionalistas durante la carrera, por eso mismo siento que varios escritores solemos escribir sobre lugares que no existen o espacios que no se pueden reconocer. En mi generación, los textos de lugares concretos no fueron recurrentes. En mi caso, sí estoy tratando de redescubrir cómo narrar sobre Tlaxcala, ¿qué implicaría hablar de algo que suena regionalista?, ¿qué quiero decir sobre mi región?, porque no se trata de poner al frente las tradiciones, sino de hablar de las problemáticas que implican el fuerte centralismo de hoy, porque cuando se piensa en la identidad de México se asocia al centro del país, eso nos limita mucho (a los de la periferia), no permite que se genere un diálogo. Pero sí es una problemática muy interesante que se puede resolver en la narrativa; por ahora, lo he hecho desde el ensayo, fue más sencillo decirlo ahí con todas sus letras: yo soy de Tlaxcala, esta metáfora del país.

¿Cómo fue el cambio de venir escribiendo cuento y pasar al ensayo?

Tuvo muchas implicaciones. Llevaba tiempo escribiendo cuento cuando empecé Un lugar seguro, y me generaban ciertas frustraciones que, ahora pienso, estuvieron bien, porque la práctica hace a la escritura y había practicado sobre todo narrativa, tomé un diplomado en la Escuela de Escritores de la Sogem en Puebla, estaba interesada en ese momento en el conflicto, la resolución, el personaje, de la manera estructural que se enseña en los talleres, entonces cuando me decido a escribir ensayo con las referencias que tenía en la cabeza, me doy cuenta que justo es a la inversa, no hay que buscar la resolución sino los planteamientos, hasta dónde éstos pueden desarrollarse; me costó encontrar la economía del lenguaje, porque al ser autoficción en el primer borrador el texto iba hacia el desahogo, pero no pensaba en quién iba a leerlo, siempre hay que pensar en el lector; uno no va a estar ahí para explicar el texto cuando se lee.

¿Qué papel debe cumplir la literatura en una generación que arrastra una crisis de sus antecesores, como el alza inmobiliaria, la inflación?

La literatura tiene un potencial de cambio, de provocar insurrecciones, puede indicarnos caminos y dibujar la esperanza, esto le falta a nuestra generación, tenemos la sensación de que ya no se puede hacer nada, porque nacimos después de todas las revoluciones posibles, y pareciera que no hay más. Pero hay que recordar que la literatura no lo puede todo, hay una parte de políticas y activismo que conducen nuestras inconformidades a un terreno más empírico, y la literatura va a estar ahí iluminando esos planos que el desinterés puede empolvar.

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